Francisco (el tercero, de izquierda a derecha) rodeado de su familia en el 2003, meses antes de la inundación.

Relato de Francisco Niklison, 12 años en abril del 2003, residente del barrio Centenario 

Soy Francisco Niklison, tengo 30 años, en unos días cumplo 31. Vivo en el barrio Centenario, soy nacido y criado en el barrio, actualmente sigo viviendo en la misma casa en la que me inundé en el 2003. Hago un poco de todo, soy técnico químico y estoy trabajando en el área de salud. Además, también soy militante popular y en el perfil técnico trato también de dar una mano en el Movimiento de Trabajadores Excluidos en la ciudad de Santa Fe, sobre todo, impulsando espacios de trabajo, unidades productivas, principalmente, cooperativas de cartoneras.   

En el 2003 yo tenía 12 años y estudiaba en la escuela San Cayetano. En realidad, en ese momento estaba en séptimo año, empezando la EGB que ya era parte de la secundaria, o sea, estudiaba en la Padre Monti, que funciona en el mismo edificio y que queda en J. Paso y Francia, a unas pocas cuadras de mi casa. Además de ir a la escuela, en esa época iba al Ateneo a jugar al básquet, junto con mis hermanos, José que tiene seis años más que yo y Santi que tiene dos años menos. Los tres hermanos íbamos al club. Generalmente, me movía por la zona sur de la ciudad. Solo después de grande conocí de Boulevard hacia el norte.

Me acuerdo que el 29 de abril del 2003 fue un día muy de locos. Algo que me he preguntado todos estos años y que no puedo recordar es si tuve clases o no ese día. Pero sí recuerdo que en esa mañana en la familia estábamos todos muy mal, porque ya estábamos teniendo familiares inundados. Mi vieja estaba laburando como secretaria en una clínica en calle Francia y 1ra Junta. Mi viejo, que laburaba haciendo todo lo que era mantenimiento y servicios en general, también estaba trabajando. Pero al mismo tiempo que estaba tratando de sostener algunos laburos, intentaba asistir a algunos familiares, a mis tíos, que ya estaban inundados. Mi familia es muy grande, tanto de parte de mi vieja como de parte de mi viejo, son ambos siete hermanos, de cada lado. Entonces, por ejemplo, mi tía que vivía en barrio Chalet ya estaba inundada, mi otra tía que vivía en el comienzo de barrio Roma, a media cuadra del Liceo Militar General Belgrano, ex Regimiento 12, también ya tenía el agua en la esquina de su casa. Y nosotros, a ver, estábamos en el barrio sur que es más bajo y la ciudad se inundaba por el norte, por lo tanto nos íbamos a inundar, eso estaba clarísimo.

Pensemos que no había internet, no había celulares, no había whatsapp. Solo algunas personas tenían teléfonos móviles, pero el celular era solo para llamadas y los mensajes casi que ni se usaban porque eran carísimos en esa época. Entonces la comunicación no era fácil. Para estar informado se escuchaba mucho la radio, porque los canales locales también eran un desastre, entonces era escuchar la radio para ver qué carajo iba a pasar. 

Tengo muchas memorias de ese mediodía, que era la hora en la que llegaba mi mamá o en que mi papá la buscaba. Ese día la fue a retirar del trabajo diciéndole “vayamos a casa a ver cómo solucionamos las cosas”. Si bien en ese momento, aproximadamente la una de la tarde, salía Álvarez, el intendente, a decir por un programa de radio que los de Centenario nos quedemos tranquilos, que J. Paso iba a funcionar de dique y no iba a permitir el paso del agua, no estábamos tranquilos. Me acuerdo de mi papá muy enojado que, habiendo ido a asistir a mis tías y a algunos otros conocidos que estaban pasando por lo mismo ya había visto la situación, dijo “esto es mentira, nos están mintiendo”. Mi viejo estaba muy enojado diciendo eso y yo, que era un niño, lo escuchaba y no entendía qué estaba pasando, pero sabía que algo feo se venía porque ya le estaba sucediendo a un montón de gente. Y me acuerdo de que después de que el intendente dice eso, a la media hora de pensar, mi papá dice “no, no, yo no les creo nada, estos son unos hijos de puta, nos vamos a inundar, empecemos a subir las cosas”.  

Mi casa estaba organizada principalmente en la planta baja, pero teníamos un segundo piso. En ese momento teníamos un emprendimiento que habíamos arrancado al final de los 90, que era una sodería. Mi papá, con la indemnización de un trabajo del que lo echaron, construyó una sodería arriba de la casa. Era una instalación más fabril, chiquitita, de ocho por cuatro aproximadamente, donde estaban las máquinas, los sifones de soda y un lavadero. Así que empezamos a subir las cosas de la casa ahí. Me acuerdo que empezamos a desarmar la casa entera a eso de la una y media de la tarde, a tratar de salvar las cosas subiéndolas y de acomodar lo que quedaba abajo de manera que se moje lo menos posible. 

Como para explicar, mi barrio justamente arranca a partir de la avenida J. Paso, mi casa está más o menos a cuatro cuadras de esa avenida. Es uno de los últimos barrios de la ciudad y está en una gran bajada, es muy empinado, la traza del barrio es como una rampa. O sea que si pasaba el agua se iba a ir yendo directamente hacia el fondo e iba a empezar a subir desde allá hasta alcanzar la avenida. Me acuerdo que yo decía “a lo sumo va a haber agua allá abajo” y mi viejo me respondía “no, no Fran, es mucha agua, hay mucha agua que viene”. 

Me acuerdo que veíamos en ese mediodía los noticieros de Buenos Aires sobre todo y que era un desastre, era un desastre lo que se veía. Eran las imágenes desde los helicópteros, las rutas todas cortadas. Era toda la zona, no era solo la ciudad, era la provincia entera. Me acuerdo que pasaban muchas imágenes del norte y que Recreo era un mar. 

Y bueno, empezamos a desarmar la casa. Yo me voy a mi pieza, trato de salvar mis juguetes, mis juegos de mesa, algunos libritos o recuerdos que eran de la escuela o cosas que mi abuelo me regalaba. Como me crié en este barrio yo siempre tuve a mis amigos acá, durante toda mi niñez y mi adolescencia. Juntarnos a jugar era una de las cosas más preciadas. Así que me acuerdo de empezar a tratar de desarmar eso, de poner todo en cajas o en bolsas y tratar de subirlas. 

Me acuerdo de mi mamá discutiendo con mi papá, como diciéndole “no, pero José, estás loco, ¿enserio vos pensás que nos vamos a inundar?, mirá, estamos desarmando toda la casa”. Y él le respondía “sí, Gabriela, haceme caso, desarmemos la casa porque nos vamos a inundar”. Bueno, fin. Desarmamos la casa. 

Tipo tres y media, cuatro de la tarde, si mal no recuerdo, en esa siesta se estaba inundando el Hospital de Niños. Esa era la foto del día. El Hospital de Niños ya se estaba tapando de agua. Me acuerdo que mi hermano más grande, José, que tenía 18 años, a las cuatro de la tarde se va a colaborar como voluntario. En ese momento había mucha necesidad de tratar de parar el agua y la gente se ponía a disposición. Así que mi hermano junto a otros vecinos empieza a armar bolsas, entre las cuatro y las seis de la tarde aproximadamente. Estaban arreando arena en lo que sería la continuación de la calle Freyre, hacia el Centenario, hacia el FONAVI, paleando arena para poner en bolsas, para hacer un reparo con la intención de frenar el agua. 

Mientras tanto, ni bien yo termino de desarmar la casa, tipo cuatro de la tarde, me voy dos o tres cuadras hacia abajo para hablar con mis amigos  y les digo “miren, mi viejo me dijo que nos vamos a inundar”. Me acuerdo de ir a la casa del Marce, un amigo mío que tiene sus padres hipoacúsicos de nacimiento, que son personas grandes, hoy ya deben ser jubilados de sesenta y pico de años. Me acuerdo de verlo al padre del Marce armando en la puerta de entrada un pequeño tapial de unos seis, siete, ocho ladrillos como máximo. Me acuerdo de esa imagen por el contraste. Por un lado veía cómo la familia de mi amigo se preparaba, pero por el otro veía como nos habíamos preparado nosotros en mi casa, de acuerdo a lo que mi papá anticipaba. Decía que nos iba a tapar, que nos iba a entrar el agua por todos lados, que iba a venir un montón de agua. Entonces yo le decía a mi amigo “che, Marce, mirá que mi viejo dice que va a entrar un montón de agua, ese tapial no te va a servir” y me contestaba “no, no, pero mi viejo dice que sí”. Ese día transcurrió de esa forma. Se intentaba hacer lo que se podía sin ningún tipo de referencia y encima con el intendente diciéndote que no te ibas a inundar. Éramos los menos en ese momento, en la siesta de ese día, los que nos estábamos preparando para esa situación. 

El agua recién empieza a entrar en el barrio a la tardecita. Traspasa por atrás del Centenario, empieza a escurrir por detrás de la cancha de Colón. Entonces ingresa a la parte más baja del barrio y empieza a subir, como comentaba antes, hacia la zona de mi casa, hacia la avenida J. Paso, que era la que supuestamente nos iba a proteger. Lógicamente, el agua no iba a escurrir por ahí porque esa avenida es alta. La cuestión es que a las siete y pico de la tarde ya empezó a entrar el agua, porque viene mi hermano diciendo que no servía de nada lo que habían hecho. Toda la tarde llenaron bolsas de arena, las habían colocado por la cancha, por Jujuy y Freyre. Esto ya es del otro lado, del lado de Chalet, por donde empieza a pasar. Entonces viene mi hermano a avisarnos que no servía lo que habían hecho porque el agua se estaba yendo por otro lado. 

Me acuerdo que a la tardecita cuando ya estaba oscureciendo vuelve mi viejo, que se había ido a auxiliar a familiares en otros barrios, diciendo “ya está entrando el agua al barrio, junten las cosas”. Le dice a mi mamá, “a los niños los voy a llevar a la casa de tu vieja”, o sea, a la casa de mi abuela. Y a mi hermanito y a mí nos dice “junten sus cosas que se van a ir un tiempo para allá”. Entonces mi papá nos lleva. 

Me acuerdo que enfrente de mi casa había muchas familias numerosas, con muchos chicos pequeños. Como mi viejo tenía una trafic, los subimos, le dimos una mano a la gente del frente que ya se iba a evacuar directamente. En ese momento era inminente saber que te iba a llegar el agua. Si bien no se veía, sabíamos que iba a llegar por cómo estaba corriendo atrás del club Colón. Eso lo sabíamos de conversaciones con los vecinos, que se asomaban a ver cómo el agua corría, porque desde los medios, al menos en mi recuerdo, no había ninguna alerta de ese tipo.

Mi viejo lleva a los vecinos de enfrente a la Cruz Roja, nos deja a nosotros en la casa de mi abuela, que vive a la vuelta de la Casa de Gobierno entre 9 de Julio y General López, y se va a dejar la camioneta en el Ateneo. Como el club está en una zona alta pidió permiso para dejar la trafic ahí, porque tenía miedo de que se le inundara en el barrio. Así que se vuelve en bicicleta. Ya entra al barrio con el agua que había subido más o menos unos veinte o  treinta centímetros. A la altura de mi cuadra ya la teníamos al filo de las cocheras que tenemos en la parte de adelante de la casa. Eso era aproximadamente a las ocho y media, nueve. Lo que no puedo recordar exactamente es cuánto demoró en subir, pero sé que apenas dos o tres horas después ya había más de un metro de agua dentro de toda la casa. A la noche, según cuentan mis padres porque nosotros estábamos en la casa de mis abuelos, se corta la luz del barrio. Se cortan todos los servicios, luz, agua, gas. Barrio que se inundaba, barrio que le cortaban todos los servicios. 

Esto es algo que yo pude reconstruir después, con el tiempo, al haber participado de asambleas de inundados y de otras instancias, al organizar actos de memoria cuando estaba en la facultad. Centenario es el único barrio que se inunda de noche. Incluso es el barrio con más muertos ahogados. En mi cuadra, por ejemplo, había un viejo que era rengo, que andaba a muleta, vivía en un pasillo casi enfrente de mi casa y ese viejo se ahogó. Después, claro, hay mucha gente que muere tras la inundación. Me acuerdo de otros viejitos, vecinos de la cuadra también, personas muy grandes que superaban los setenta años, que se murieron de angustia, con el tiempo, con los meses. Eso era una moneda corriente, la gente se moría de tristeza, de angustia. Centenario es el barrio con más ahogados, unos ocho o diez mueren directamente por el ingreso del agua, y después tenés todos los demás que fallecieron posteriormente. 

La cuestión es que esa noche yo ya estaba en lo de mis abuelos, no entendía muy bien qué estaba pasando, era una cosa muy rara. Parecía una película. Trataba de comunicarme con mis padres, pero, lógico, no nos contaban nada para que no nos preocupáramos. Muchas cosas las pude reconstruir después. Ahora sé que en el transcurso de la madrugada, para que se den una idea, mi casa que está en el centro del barrio en medio de una pendiente bastante empinada, llega a tener dos metros y medio de agua. O sea, imagínense las casas que estaban más abajo. Las casas de mis amigos estaban completamente tapadas. En mi casa el agua llega a la altura del último escalón de la escalera, o sea, a treinta centímetros del segundo piso. Ahí nomás la tenían mis viejos. Casi rozando el tendido de cables que uno suele ver en la calle, los del teléfono, de la televisión, de la banda ancha de internet. Entrabas en canoa, en ese momento ibas en canoa a casa. Un desastre, eso fue un desastre. Me acuerdo de ese día, pero eso no es nada, el verdadero desastre pasa después. 

Nosotros el agua la tenemos aproximadamente dos días dentro de la casa. No me acuerdo bien, pero creo que son alrededor de dos días. Lo que pasa es que una vez que se inunda nuestro barrio que es el extremo sur de la ciudad, entrando el agua por el suroeste, el agua empieza a ir hacia el sureste, se inunda el Parque del Sur donde está el lago y al día siguiente empieza a asomarse el agua a la esquina de la Casa de Gobierno. El agua formaba como una medialuna. Imaginémonos una medialuna mirando hacia el norte, hacia arriba, el Centenario es la parte más ancha y en la punta derecha está el parque y la Casa de Gobierno. El agua llega hasta ahí. Me acuerdo que estaba en la casa de mis abuelos, era la siesta, estábamos todos en el comedor mirando la tele, escuchando la radio, tratando de informarnos. Se llevaba adelante la discusión de si se volaba la circunvalación o no para que desagote el agua. Porque toda esa medialuna que esbozaba recién está encerrada por la circunvalación, Mar Argentino, que básicamente estaba haciendo de represa, estaba haciendo que se llene como una olla toda la parte sur de la ciudad donde estaba mi casa y que no se vaya el agua para ningún lado, porque no había nada, no había estación de bombeo, no había un carajo. Me acuerdo que esa siesta deciden volar la circunvalación para darle salida al agua haciéndola desembocar en el riacho Santa Fe. Entonces, me acuerdo que estaba en la casa de mis abuelos sentado en el comedor y de golpe escucho ¡¡boom!!. A diez cuadras estaban dinamitando esa ruta gigante, la estaban destrozando. La vuelan a la altura del club Quillá y a la altura de Varadero. En ese momento se empieza a ir el agua. Si mal no recuerdo, en más o menos un día se va el agua de Centenario. Recuerdo pensar que tuvo que llegar el agua a Casa de Gobierno para que destrocen la circunvalación. Eso ya se estaba discutiendo desde el día anterior, que había que explotar la circunvalación para que se vaya el agua, porque ya se veía que iba a hacer de embalse, y la decisión era no hacerlo. 

Me acuerdo después de poder hablar con mis amigos. Por ejemplo, con este amigo Marcelo. Yo no sé nada de él, no me puedo comunicar y estaba muy preocupado por su condición. Marcelo tiene mi edad, tenía 12 años en aquel momento y era la única forma de poder comunicarse de sus padres que son hipoacúsicos y se expresan por lengua de seña. Entonces Marce era quien los ayudaba siempre con todos los trámites. Me acuerdo que estaba muy preocupado, hasta que logramos comunicarnos entre algunos de los chicos de nuestro grupo de amigos, varios nos habíamos ido del barrio a la casa de algún otro familiar, y finalmente logré contactarme con Marce. Él se había ido a la casa de su abuela que vivía más o menos por 4 de Enero y Corrientes, cerca del club Gimnasia y Esgrima. Estaba cerca de la casa de mis abuelos. Cuando consigo charlar con él, me dice “nosotros nos tuvimos que ir, tuvo que asistir un camión, mi viejo se quedó con la perra en casa, con el agua en el techo, y yo me tuve que ir con mi mamá, en un camión del municipio que apareció en un momento”, que en verdad era un empleado del barrio que agarró un camión, se fue a buscar a los vecinos y por suerte pudo llegar hasta ahí. Me acuerdo que me puse muy feliz de poder encontrar a mi amigo y de saber que estaba bien, que su mamá estaba bien y que su papá estaba cuidando su casa.

La situación era un desastre porque no sabías a donde estaban todos tus conocidos, toda tu familia, había que salir a buscarlos, porque no había formas de comunicación. No sé verdaderamente cuánta gente tendrá Centenario, pero debe tener por lo menos entre tres mil y cuatro mil personas. Estoy hablando de un barrio puntual, pero estábamos siendo el último barrio de todo el oeste santafesino que ya se había tapado de agua. Para que nos ubiquemos que era un desastre la ciudad entera. La gente estaba deshabitando la mitad de la ciudad que estaba inundada para ir a habitar la otra media ciudad que quedaba, que no tenía agua. 

Me quedé viviendo unos tres meses en la casa de mis abuelos. Creo que en un momento también estuvieron allá unos tíos, mi tía con su hija, pero mucho menos tiempo que nosotros. Recuerdo que durante ese periodo jugábamos mucho con mi hermano, teníamos muchísimo tiempo libre porque de golpe no íbamos a la escuela, que en ese contexto funcionaba como centro de evacuados. Era una cosa muy rara no ir a la escuela. La inundación hace que no tengamos clases durante unos cinco o seis meses, hace que se corte el proceso educativo. Entonces nos pasábamos el tiempo jugando, siempre con el televisor prendido, tratando de informarnos y de ver qué carajo pasaba. 

Desde el inicio de la inundación, mis padres se quedan en mi casa para cuidarla. Como mi barrio es de los últimos en inundarse ya se sabía lo que estaba pasando en los otros barrios de la ciudad que se habían inundado un poco antes. Recuerdo sentirme mal porque sabía que mis padres estaban en mi casa y yo no podía volver. Mis viejos no querían que vuelva incluso cuando ya había bajado el agua. Creo que para poder verla estuve como tres meses porque mis padres no querían, primero, por la imagen, segundo, porque era totalmente inseguro. Uno después puede resignificar y reconstruir muchas cosas, de más grande, pero básicamente era un momento de muchísima supervivencia. 

Uno de los grandes problemas era el abastecerse de cosas elementales. No había agua, no había luz, no había gas, entonces se necesitaban alternativas. En ese momento todavía se usaban muchísimo las cosas a pilas, las baterías, las velas, el gas en garrafa que se volvió muy difícil de conseguir, los alimentos no perecederos, justamente porque no había electricidad, no tenías heladera, no había hielo. Todo era carísimo. Todo de golpe se encareció, los alimentos no perecederos, los tomates, la polenta, el arroz, los fideos, todas esas cosas. Me acuerdo de ir a hacer las compras con mi abuela al supermercado Kilbel, en Corrientes y 1ro de Mayo, de entrar a ese super que está en el centro, en uno de los barrios más pudientes de la ciudad, y de ver vacías todas las góndolas, de lado a lado. Era muy fuerte. En las góndolas, que tenían unos dieciséis metros, veías los estantes completamente vacíos, no había ni un paquete. Esa imagen nunca me la voy a borrar de la cabeza. Nunca más lo vi, fue la única vez. Así que era muy difícil llevarle cosas a la familia, me acuerdo que mis tíos trataban de acercarse a llevarle provista a mis padres.

También recuerdo ir caminando con mi abuela a ver el agua en esos primeros días de la inundación. Yo quería ver el agua, porque no la había visto más que por televisión. Era un niño. Hoy en día veo que los chicos de 11 o 12 años se mueven solos por toda la ciudad a veces, pero en ese momento nosotros no nos movíamos así. Nos movíamos con mis padres que nos llevaban a tal lugar, alguna vez nos tomábamos un colectivo con algún adulto, entonces yo no tenía conocimiento de la ciudad y quería ver el agua. Me acuerdo que le dije a mi abuela “vamos al Parque del Sur” y salimos caminando juntos por la calle 9 de Julio. Esta es la foto que no me voy a olvidar nunca, es muy gráfica también para entender. Porque uno dice “río, agua, inundación”, guárdense eso en la cabeza, pero no fue solo eso lo que encontramos. Pasamos las dos placitas que hay a los costados, a la altura de calle Jujuy, seguimos hacia la avenida Arturo Illia, que es perpendicular a la 9 de Julio, tras la cual comienza el parque. En ese lugar donde teníamos que encontrar el parque, que es como un ollón que está mucho más abajo que la altura de la calle, no lo podíamos ver. El agua avanzaba sobre esta avenida y terminaba prácticamente en el filo del cordón. Era un agua marrón, sucia, llena de porquería. Para ser más gráfico, cuando voy a la orilla,  el extremo donde llegaba el agua estaba lleno de soretes. 

Ahí es que entiendo que mi casa no solamente se estaba inundando con agua de río. Se estaba inundando con agua de río y con todas las aguas servidas, de todo el oeste de Santa Fe. Todo lo que era pozo negro, principalmente, porque toda la parte que se inunda de la ciudad de Santa Fe no tiene cloaca incluso al día de hoy, aunque han pasado más de dieciocho años, la gran mayoría no tiene cloaca. Claro, la inundación destapó los pozos negros, arrastró todo lo que tenían y eso se nos estaba metiendo en la casa a todos. 

Me acuerdo que esa era una de las cuestiones por las que yo no vuelvo a mi casa inmediatamente, porque mis padres decían “no, no podemos volver a casa porque la casa no es habitable”, eso decían, “no se puede habitar, no se puede vivir en casa así como está”. Era un foco infeccioso debido a todas esas aguas servidas. En aquel año, mi hermano más grande ya estudiaba en la escuela Industrial y un profesor, Mariani, se le acercó para contarle, en calidad de ingeniero químico, cómo se podía hacer para desinfectar la casa. Le recomendó un líquido rosado, un compuesto que se usa para limpiezas bien profundas. Entonces, cuando a los tres meses vuelvo a mi casa, que antes tenía las paredes pintadas de blanco, estaba toda rosada. Las paredes estaban rosadas porque mis viejos venían desinfectándolas de todas las porquerías que se habían chupado con ese producto. 

Las consecuencias en la salud de las personas fueron evidente. Mi mamá, por ejemplo, limpiando la casa y las cosas, se agarra no sé qué bicho, quedó internada en el Cullen varios días, porque le generó todas unas hemorragias intestinales. Mi mamá casi muere por culpa de eso, por estar en contacto con la materia fecal, por respirar esos vapores que despedía la casa a medida que se iba secando. Esto ocurre en la transición, cuando a los tres meses dejamos la casa de mi abuela y volvemos a nuestra casa. Si bien la limpiamos, vivíamos en la planta alta. Recién bajamos a los seis meses. Demoramos en habitarla, porque cuando entrabas respirabas toda esa humedad y todo lo demás que largaban las paredes, se sentía el agua en el aire.       

Hay una foto más que me estoy acordando ahora que quería contar, algo que pasa en esos primeros días, cuando tengo ese deseo de ver el agua. Me acuerdo que me habían dicho “no te acerqués a ningún lado que esté el agua”. Pero en un momento le digo a mi abuela que voy a visitar a mi prima, que entonces vivía cerca, frente al colegio Nacional, por Mendoza y Urquiza. Voy a visitarla y ella no estaba, no me atiende nadie. Así que hago la cuenta “yo sé que si voy por Mendoza caminando, en dirección al Hospital de Niños, debería poder encontrar el agua”. Entonces camino, camino, camino, camino. Me mando solo. Llego a San Juan, paso Mendoza y San Juan, y ahí veo el desastre que era eso. O sea, me acuerdo de la gente usando una heladera de canoa para tratar de salvar algo. La gente venía caminando, arrastrando la heladera por el agua, y arriba de la heladera iba el perro, la familia, colchones, ropa, bolsas, bolsas, bolsas. La gente salía toda mojada, tratando de salvar cosas de la casa. Me acuerdo que estaba el ejército, que estaban los buzos, muchísima gente alrededor, por ahí donde está el edificio de la Florida, antes del edificio. Ese fue el segundo contacto con el agua que yo tuve. Las cosas que no había visto, por haberme ido del barrio antes de que el agua ingrese, las vi ahí, en ese momento.

Otra imagen que fue muy loca se da al volver a casa. La conclusión de ese proceso, de estar la familia reunida otra vez, era entender que habíamos salvado principalmente todas las cosas caras, de valor material, pero nos habíamos olvidado de cosas más simples. Por ejemplo, en mi pieza había un ropero donde guardábamos algunos juguetes, los cuentos, los recuerdos de los viajes, los regalos que algunos familiares nos hacían a mis hermanos y a mí. Arriba tampoco había lugar para todo y por eso esas cosas se mojaron. Colecciones completas de fábulas, enciclopedias, cosas de la escuela, todo arruinado. Cuando llego a casa y salgo a la galería que había al lado del patio, veo que estaban todas las cosas ahí secándose o apiladas llenas de barro. Me acuerdo que agarro un libro y que mi mamá me caga a pedos, me dice “no toqués eso, que todavía no lo limpiamos”. La imagen que me quedó es la de mi mamá desesperada, tratando de salvar ese tipo de cosas que eran muy valiosas en términos sentimentales, con un balde de 20 litros de agua y lavandina. La veo agarrando los libros, metiéndolos dentro del balde, sacudiéndolos y tratando de colgarlos después en una cuerda, para ver si se rescataba algo. Cuando miro la galería noto que ya estaban colgadas las fotos, que se habían mojado todas también, colgadas y puestas con brochecitos. Nos habíamos olvidado de subir las fotos. Era una escena muy triste. Las que se pudieron salvar estaban todas como quemadas básicamente en los extremos y solo veías el centro, una cosita muy chiquita de la foto. Algunas todavía guardamos, otras no. También entre esas cosas estaba el vestido de novia de mi mamá, de cuando se casó. Todo inundado. 

Al lado de la galería estaba mi patio, que tiene aproximadamente quince metros por ocho y que era un jardín de tierra, también muy afectado. Yo volví recién a los tres meses a mi casa y aproximadamente durante los dos meses siguientes no pudimos llegar al fondo del patio. Porque si caminabas, si pisabas el patio, te enterrabas hasta las rodillas, porque la tierra había absorbido cualquier cantidad de agua. Era imposible, era un charco de barro, un pantano. A mi jardín mis padres siempre lo cuidaron mucho, era un lugar hermoso, con césped, con muchísimas plantas, frutales, enredaderas, jazmines, juveniles. Era un lugar de muchos colores y de golpe era una cosa horrible, un pantano. 

Ese primer regreso fue para ayudar a mi mamá a limpiar las cosas. Después nos vamos, porque claramente era inhabitable, y mis padres siguieron durmiendo arriba. A los tres meses volvemos a vivir en la casa porque queríamos estar con ellos. Nos habíamos cansado de estar en lo de mi abuela, si bien siempre la pasamos muy bien porque ella es una persona muy hermosa y muy amorosa, nos encantaba ir a su casa, mi hermano más chico y yo queríamos estar con nuestros padres. Hinchamos, hinchamos y volvimos a casa. Claro, mi viejo tuvo que agarrar las dos camas de una plaza que teníamos y con unos tirantes de madera hizo una cucheta, rompió básicamente las camas porque les clavó los tirantes, para meterla arriba donde era la sodería, en el lavadero. Entonces dormimos ahí unos tres meses más. 

Algo lindo que me acuerdo de volver al barrio es salir a buscar a los pibes, casa por casa, reencontrarnos. Eso fue mucha alegría. Nos juntamos unos seis, unos siete, el grupo que nos juntábamos todas las tardes. Fue encontrarnos y decir “che, qué bueno que estamos acá, básicamente, que podemos estar acá”. Ese encuentro fue muy hermoso.

Después también me acuerdo de cosas como que no había gas. Recién el primer servicio que habilitaron fue el alumbrado, porque eran una boca de lobo los barrios. Oscurecía y lo único que veías era oscuridad, apenas unas lamparitas, algún sol de noche en carpas o en los pisos altos del barrio. Me acuerdo que mi papá había hecho todo un artefacto para poder colgarse de la luz del alumbrado público para que tengamos luz nosotros. Me acuerdo de muchos haciendo eso, para tratar de tener luz. También esa era la otra cuestión por la que no podíamos volver a la casa. Se había mojado toda la instalación eléctrica y tenía que secarse. El gas por las dudas también estaba clausurado, estaba cerrado centralmente, así que tampoco tenías gas. En esa época pasamos mucho tiempo mirando televisión, obvio, colgándonos del cable. O sea, te tenías que hacer vos los servicios, no había otra opción. Y recién al cuarto o quinto mes devolvieron la luz. 

La otra cosa que me acuerdo de volver al barrio a los tres meses fue ver la calle. Ver la calle era realmente terrible. Pienso en esa imagen y lloro. Me acuerdo que en ese momento se nos caía la boca al piso porque no podíamos entender que al barrio, en el que antes estábamos jugando al cuadrado, a la pelota, a la escondida o andando en bicicleta, de golpe era como que le había pasado la guerra. A lo largo de la calle en la que vivo, que es una calle transversal que atraviesa todo el barrio, encontrabas delante de cada puerta, desde que empezaban las primeras casas en la parte más alta hasta el fondo, una montaña increíblemente enorme de muebles rotos, de ropa, de bolsas, de plástico, de electrodomésticos, de sillas, de todo lo que cualquiera puede tener en su casa. Todo tirado en la puerta, todo roto. 

El único material que yo vi, que muestra esto del modo en que lo vi con mis propios ojos, es el documental La lección del Salado. Es muy difícil verlo. Para mí es muy difícil, pero es lo único. Si vos querés ver que sentía una persona cuando se encontraba con eso siendo inundada, tenés que ver ese documental. Ahí lo vas a ver. Pero no lo puede ver cualquiera, es muy fuerte. 

Básicamente era la guerra. Acá las calles son anchas, son de asfalto, de hormigón, pero de pedo pasaba un auto entre medio de las pilas. Como para que se imaginen el volumen de las cosas que estaban tiradas, de la basura, de la mugre que había enfrente de la puerta principal de cada casa. De golpe nuestro lugar de juego era un basural. Y eso estuvo así durante mucho tiempo. Vos decís “bueno, en un mes se normaliza”, pero no, la mugre estuvo tirada un periodo muy largo, recién como a los seis meses pasó la Municipalidad a juntar las cosas. 

No me voy a olvidar más de ese proceso en que la gente volvió a su casa, tratando de limpiarla para volver a habitarla, porque ya habían pasado como dos o tres meses y tenías que volver a vivir a tu casa, si estaba en condiciones e incluso si no estaba en condiciones aún. Lo mismo pasaba con el trabajo. No sé cuánto tiempo no habrá trabajado mi mamá, pero básicamente le demandan que retome su trabajo, siendo que no estaba en condiciones, porque tenía que ocuparse de su casa, de nosotros. Me acuerdo de eso. Y mi papá a la sodería no la pudo continuar, pero tenía sus clientes de laburar de mantenimiento, de hacer instalaciones de servicio, porque en esa época había muchos pedidos de reparaciones. 

Solo me acuerdo de dos instituciones muy presentes ofreciendo ayuda, una de ellas es la iglesia evangelista. Los evangelistas te ayudaban a limpiar tu casa, llegaban en una camioneta con mameluco, máscara, mochila y demás. Pasaban en cuadrilla, casa por casa, y te decían “señor, señora, quiere que los ayude a limpiar su casa”. Me acuerdo de ver a los vecinos, una vez que los ayudaron, de querer pagarles y ellos decirles “no señora, lo hacemos de corazón”. Esa era la otra parte. Te contaba recién los aspectos más negativos, pero tenías esos otros aspectos que era la gente ayudando a la gente. 

También se veía eso de la colaboración entre los mismos vecinos. Por ejemplo, acá en la otra cuadra había una señora que era una de las vecinas más viejas del barrio, que en paz descanse, que tenía un kiosquito chiquito, que en realidad tenía de todo. O sea, lo que se te ocurra, menos alimento fresco, todo. Mercería, ferretería, librería, golosinas, todo en un sucuchito. Pobre vieja, ese fue su trabajo durante toda su vida hasta que falleció. Se le había inundado el kiosco, así que había una montaña de cosas en la puerta de la casa y el chiste era revolver esa montaña para encontrar cosas que por ahí a uno le podían servir. 

La otra institución muy presente era el Ejército que durante los mediodías se paraba en dos puntos del barrio. En uno entregaba comida, ponía las cocinas de campaña y entregaba raciones de guiso, alimento de calidad. Muchos amigos conocieron una olla popular en esa ocasión, esa olla se servía todos los días y muchos comieron entonces gracias a eso. En el otro punto, al lado del centro de salud, junto con acción social del municipio el ejército repartía las cajas de la provincia. Esas cajas las buscamos más o menos tres o cuatro meses, ya no me acuerdo si era por mes o por semana que las entregaban. Me acuerdo de lo horrible que era ir a buscar esas cajas de mierda a los camiones. La angustia, la vergüenza. Mía no, pero en mi mamá y en muchos vecinos sí lo veía. La caja era muy simple, un arroz, una polenta, unos fideos, un aceite, una leche, una yerba, azúcar y no mucho más, listo, se acabó. Y más de una vez cuando sacabas los alimentos, descubrías que la harina, el cereal, la polenta, todo estaba con gorgojos, absolutamente todo. Vos decías “¿en serio? ¿encima esto?”. Pésimo alimento y encima no era alimento, era forraje todo, ni siquiera eran alimentos de calidad. La buscabas dos, tres, cuatro veces y después ya no la buscabas más, a menos que estés contra re mil cagado de hambre, porque era lo único que había. 

El Estado demoró muchísimo, nunca estuvo a la altura de la circunstancia y demoró muchísimo en tratar de mejorar un poquito la asistencia. Me acuerdo de mi mamá puteando, puteando todos los días, porque en ese momento necesitabas hacer un certificado de inundado para acceder a cualquier tipo de beneficio por damnificación. No, beneficio no, las pelotas beneficio, más bien bonificación, resarcimiento. Necesitabas tener un certificado de inundado que no sé dónde mierda se tramitaba, creo que en el municipio o en la provincia, no sé dónde, pero me acuerdo de escucharla a mi mamá durante semanas puteando y puteando y puteando, porque iba todos los días a buscar ese certificado y no lograba conseguirlo. No lo lograba, no lo lograba, no lo lograba. Y eso era vital para arrancar el proceso de recibir unos subsidios, que incluso eran unos subsidios de mierda que no alcanzaban para nada, a lo sumo para pintar tu casa, apenas eso. Imaginémonos, en mi casa con un metro y medio de agua flotan un par de puertas que quedan abiertas, se salen de las bisagras, flotan y pegan contra los cielorrasos, los rompen. Los muebles de aglomerado, gigantes, bajo mesadas, cosas así que eran recién compradas, todo eso fue a parar a la basura. En esa época estábamos tratando de salir de la crisis del 2001, a mi viejo lo había agarrado el corralito también, le habían cagado los ahorros. Bueno, mis padres finalmente logran este certificado de inundado y empiezan a tramitar los subsidios que daban como resarcimiento a los afectados. Si los recibías no tenías derecho a juicio, tenías que firmar que no ibas a hacerle juicio a la provincia. Me acuerdo de eso. Te lo pagaban en seis cuotas, una cosa así, como super estirado en el tiempo. Vos necesitabas ese dinero ya, pero se empezó a pagar pasados los seis meses y en cuotas mensuales encima. O sea, que ni siquiera te ayudaba a volver a vivir a tu casa. Un desastre, un desastre.

Me acuerdo que esos subsidios iban en función de los metros cuadrados construidos y de que mi viejo puteaba por eso. Si vos habías perdido todo, ¿qué importa cuántos metros cuadrados tenías? Esa era la incoherencia. Me acuerdo de hablar con mis amigos de eso y, claro, a alguien que por ahí el agua le había tapado completamente la casa y tenía menos metros cuadrados que algún otro recibía menos, pero sin embargo tenía muchísimo más daño que otra persona que quizás tenía más metros construidos pero que capaz solo tuvo un poquito de agua. Así que lo de los subsidios creó un montón de desequilibrios, de asimetrías. Me acuerdo de escucharlos a mis viejos muy mal, muy angustiados, por todo lo que habían pasado y porque encima pasaban este tipo de cosas. Injusto, todo muy injusto.

Los primeros meses los pasamos sin tener clases. Creo que recién en octubre se retomaron las actividades y para mí, personalmente, eso era un problema. Yo nunca tuve problemas en la escuela, en el proceso de enseñanza, realmente fui un alumno regular o en algunas materias que me gustaban me iba muy bien, pero no me llevaba materias. Básicamente nos aprueban a todos ese año. Pero yo quería entrar al industrial al año siguiente y para eso tenía que rendir un examen. Me acuerdo que en octubre me tuve que poner a romperme la cabeza con un maestro particular para tratar de aprender lo que no había podido aprender debido a la inundación y que necesitaba saber para rendir. En ese momento dimensioné el impacto de la falta de clases, como niño, si no estudiaba con un maestro particular no podía cumplir el objetivo que yo quería. Para muchos chicos fue aún peor. Imaginemos que la gente del oeste que volvía a su barrio, completamente tapado de agua, y que en estos mismos barrios estaban las escuelas. O sea, las escuelas habían sufrido lo mismo que las familias. ¿Cómo las parabas de nuevo a las escuelas? 

La inundación era un tema común entre los estudiantes de mi escuela. Sin embargo, tengo un bloqueo sobre cómo se abordaba este tema en el aula, porque me lo han preguntado un par de veces y no lo puedo reconstruir. No tengo un recuerdo de los docentes trabajando con los chicos acerca de ese contexto, después sí, pero no en ese momento, ese año, en esa vuelta a clases. Sí me acuerdo que había docentes y compañeros que no pudieron retomar enseguida, que demoraron un tiempo en volver a la escuela, porque algunos se habían ido a otras localidades o porque todavía estaban evacuados. Lo que sí, no sé si fue ese año o el año siguiente que el San Cayetano participa de un concurso de dibujo que se hacía entre escuelas. Yo me presento, me acuerdo que éramos un par que habíamos elegido dibujar sobre la inundación. El otro día me estaba acordando de eso, pensaba que estaría bueno recuperar ese dibujo. 

Hoy en día, es muy raro que las personas del barrio nombren la inundación, sobre todo, los más viejos. Los jóvenes sí lo recordamos más. Obvio, si bien lo sufrimos, lo padecimos, no es lo mismo que para un adulto que levantó su casa y vio cómo el agua se la hacía mierda.  Yo lo he tratado de hablar con vecinos que ya eran adultos y te dicen “no quiero ni acordarme”. Es recurrente, eso sí, acordarse del patrullaje del helicóptero, eso siempre sale en algún momento, “¿te acordás cuando el helicóptero pasaba y patrullaba?”, meses patrullando el barrio con una linterna apuntando a todas las casas. Pero, en general, hay un entierro de este tema. Se enterró. Muchas personas deciden enterrarlo, mis propios padres inclusive. Les abre heridas por lo que no pueden charlar sobre estas cosas. A lo sumo es una alusión y cambian de tema, pero poder hablarlo profundamente, no. 

La inundación del 2003 fue un quiebre en mi niñez, que me afectó de una manera profunda, por haberlo vivido y después pensado, reflexionado sobre eso. Creo que fue un gran acto de injusticia, el más fuerte que hemos vivido. A mí en lo personal me marca mucho porque es muy triste, muy angustiante, saber que eso no fue un accidente, que no fue una catástrofe climática. La inundación tiene nombre y apellido, responsables de decisiones que se tomaron en su momento, años previos y en ese mismo momento, que generan este resultado. Lo sabíamos en ese momento, porque lo sospechábamos, pero queda más claro a lo largo de los años cuando se van esclareciendo esas responsabilidades. Al día de hoy duele mucho que nadie se haya hecho cargo de tanto daño. Incluso que haya muchas personas, de esos responsables, que hayan fallecido de manera impune. Empezando por el gobernador de entonces, Reutemann, por el anterior que inauguró la obra, Obeid, incluso funcionarios hoy de este gobierno, que fueron parte del gabinete de toma de decisiones en su momento. Creo que ahí hay un gran quiebre. Uno pensándolo con el tiempo, siendo militante, buscando ya una resignificación política a la cuestión, percibe que ahí hay un gran quiebre. Tras la crisis del 2001, en la ciudad de Santa Fe, con la inundación del 2003 se termina de generar una sociedad muy conservadora, por un gran quiebre con la política institucional que hace la sociedad en su conjunto. La sociedad abandona cualquier tipo de esperanza de que la política pueda representarla genuinamente en sus intereses y transformar la vida. Ese proceso genera mucho en el santafesino estos sentimientos. Yo pienso que tendría que generarnos todo lo contrario, tendría que ser la cachetada, el golpe de consciencia que nos permite mayor involucramiento. Al menos eso me generó a mí como niño, que en mi adolescencia y en mi juventud fui repensando este proceso y resignificándolo. Es más, yo entré a la facu y es ahí, en la facultad, que me invitan a mi primera marcha de inundado.  

Algunos de mis vecinos acá en el barrio, alguna vez, participaron de la Marcha de las Antorchas, sobre todo en los primeros años, pero después no sé qué pasó ahí. Pasó a ser cada vez más grupito, más minúsculo, tal vez a representar menos a todos los inundados o tal vez fue que los inundados no se sentían representados en esos grupos. Uno lo puede ver con el tiempo, pero es como que tampoco había una cultura de la movilización previamente y tampoco es que eso generó un montón de movilizaciones. Lo único que la gente pensaba era cómo carajo iba a volver a su casa, porque ya no le quedaba más nada. Me acuerdo de charlarlo con algunos más grandes, “yo quería volver a mi casa, quería limpiar mi casa”, no tenían más tiempo para otras cosas. Y para muchos fue enterrarlo, meterlo debajo de la alfombra, a ese problema, sobre todo al sentimiento que genera el recordarlo, la memoria. Cada uno lo atravesó distinto, pero sin duda todos de manera muy fuerte. 

Me preguntaste si me había inundado de vuelta. En el 2007, en realidad, nosotros no nos inundamos, pero se inunda el barrio. Hay amigos que vuelven a tener agua en su casa. Eso fue muy desesperante. En esa ocasión, en nuestra casa llega a ingresar agua hasta la mitad de las cocheras que tenemos en la parte de adelante, con la ola que se formaba cuando pasaba el colectivo 8 por mi cuadra. Nosotros ya habíamos desarmado la casa completamente y nos habíamos ido arriba, imaginate, ya teníamos el entrenamiento y el sufrimiento de la catástrofe anterior. Lo del 2007 en ese sentido fue terrible. Si bien a la altura de mi casa tuvimos el agua en la calle y no es comparable con lo otro, pero sí tengo amigos, que vivían más abajo, que vuelven a tener otra vez entre cuarenta y sesenta centímetros de agua en toda su casa y hay gente todavía más abajo a la que el agua le tapó la casa nuevamente. Esta vez fue por lluvia, no por el río. Como las bocacalles estaban tapadas, nunca se habían mantenido, no se iba el agua, quedó un montón de tiempo, hasta que llegaron las bombas. No me acuerdo cuánto tiempo tardaron en llegar las bombas que venían de Rosario o de Buenos Aires, pero hasta que no llegaron y no las instalaron el agua no salió del barrio. 

Me acuerdo que varias personas deciden alquilar en otro lado, abandonar el barrio después de la inundación del 2003 o de la del 2007. Las personas vendieron para irse del barrio, porque no querían volver a sus casas a vivir lo mismo. Ese hecho, incluso, termina de consumar eso que te decía antes del descreimiento, de la desconfianza completa, de la falta de representación, de no creer más en la política. Hay muchísima gente, al menos en este barrio, que consolida esa forma de pensar, es algo que veo en mis padres, por ejemplo. 

El triste chiste, la ironía, es que así como se inunda Santa Fe en abril del 2003, se inunda La Plata en abril del 2013,  justamente las dos ciudades que tienen una Facultad de Ciencias Hídricas. Son ciudades que pasaron inundaciones muy similares, en términos de daños y dolor, incluso el mismo proceso de injusticia, de impunidad.

La inundación provocó mucha angustia, por el daño, sobre todo a quienes fuimos directamente afectados. Y dolor, tristeza, por la injusticia, porque nunca hubo una reparación. Es un hecho que al día de hoy no está reparado. Lo triste de no estar reparado es que eso es lo que hace que las personas entierren y no busquen hacer memoria. La reparación no va ni al nivel de lo material, va al nivel de lo simbólico. Creo que la inundación del 2003, como desde una visión más política,  demuestra a dónde está el poder, en esta ciudad, en esta provincia, y cómo ese poder se blinda a sí mismo para perpetuarse y salir ileso.

Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.

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