Las primarias provinciales de 2023 mostrarán la oferta electoral más fragmentada y exuberante que se recuerde. Peronismo o antiperonismo, el eje que organiza a la miríada de fuerzas que se presentan. Para todo lo demás, interna a morir y rosca a todo a vapor. Una más: el triunfo pírrico de la boleta única.

La rosca es inherente a la actividad partidaria, tiene su valor –son negociaciones donde se juegan intereses, representaciones, territorios, lealtades– y, sobre todo, tiene un anecdotario interminable. La rosca es el momento en el que la política se pone en modo Intrusos. Es el espectáculo de la conspiración. Traiciones, cuitas viejas por cobrar, garrochazos, sorpresas, apretadas, piruetas, movidas de último momento en todos los momentos, muy pocas veces acuerdos históricos que duran décadas, alimentan las leyendas que narran con suficiencia los baqueanos de recinto y delatan los medios de comunicación.

Lo que se espera de la rosca es que el resultado final sea coherente con las trayectorias personales e institucionales, la vehemencia de los discursos previos, la necesidad de ofrecer al votante una serie de fórmulas en las que pueda encontrar una representación. Alguien en quien creer, que dé una dirección.

Casi nada de eso sucedió en el último cierre de listas, el viernes 12 pasado. Otra vez más, en el marco de la crisis económica más rara que hayamos vivido, los engranajes más íntimos de la política, los trapitos que más vergüenza dan, quedaron expuestos hasta el sinsentido.

Acá tenés a la boleta única

La boleta única domina el sistema partidario santafesino, en todo su esplendor. Ya sus efectos son inocultables. Desde su instauración habíamos advertido: va a propiciar conformaciones de gobierno caleidoscópicas (Perotti gobernó con todas las ciudades principales de signo opositor y sin dominio de Diputados); van a perder liderazgo los políticos y militantes en desmedro de figuras de alto impacto en las cabezas de lista (en 2021 y ahora pican en punta un ex relator de fútbol y una panelista de Baby Etchecopar, pero antes estuvo Miguel del Sel y Emilio Jatón mismo, sin contar el Concejo de Rosario, que podría funcionar directamente en un estudio de radio o TV); va a terminar con las lealtades verticales entre cargos y territorios, por la pérdida de la tracción y el arrastre de la boleta sábana.

Todo esto pasó, en favor de una inocente y nunca probada fantasía liberal de que "el elector elige mejor" si tiene la boleta única delante. No sólo que desde hace rato se han maquinado mecanismos para hacer trampitas en la votación sino que, además, en lo más profundo, el elector está lejos de elegir mejor porque la oferta está lejos de ser mejor o, en todo caso, más directamente transparente respecto de qué es lo que propone la política.

El elector elige sobre lo que le dan. No puede votar a alguien que no se presente en una lista. Por eso, también, son importantes los cierres de listas. La elección del ciudadano se restringe a una oferta, la que dan los partidos. Y la boleta única ordena la lógica de esa oferta de una forma muy particular: como sólo se ve una carita por categoría y el corte de boleta es estructural, llena las listas de figuras de la TV y desencadena a los partidos de cualquier responsabilidad para arriba y para abajo.

¿Se está flojo de candidatos a intendentes? Qué importa, tenemos una topadora para la gobernación. ¿No tenemos candidato a gobernador? Qué importa, ese influencer garpa como cabeza de lista de diputados y después vemos. ¿Esa intendenta, con quién va? Va con ella misma. Y así.

Nada de malo tiene la llegada de figuras extrapartidarias al ruedo político. Claro está, lo que importa es lo que no se ve y está detrás del brillo estelar, mientras que antes estaba al menos un poquitito más expuesto.

Nada de malo tiene la abundancia de la oferta política. Pero, como la boleta única implica por sí misma que no son necesarias las lealtades y los acuerdos, el resultado es una fragmentación cada vez mayor y creciente. Si medís, mandate: el elector va a terminar de armar la lista por vos. Así hoy la suma de las candidaturas para la Cámara de Diputados probablemente llegue a las mil personas.

Los únicos que fuman abajo del agua en esta historia son los eternos landlords provinciales, los poderes reales tierra adentro, los que pisan más que cualquier diputado o intendente: los senadores provinciales, que en su ciclo de reelecciones infinitas ni se preocupan en mirar quién va por arriba, por abajo o a los costados.

Gobernar para irse

Es también una limitante institucional electoral la que determina no ya el funcionamiento de los partidos, sino del poder en el gobierno. En Santa Fe no hay reelección. Los gobiernos tienen que asegurarse la construcción de sus continuidades partidarias. Se trata de un ejercicio de generosidad política, es decir, de un oxímoron.

A veces, se puede. Carlos Reutemann y Jorge Obeid encontraron como sistema la alternancia. Más virtuosa fue la serie socialista de Hermes Binner, Antonio Bonfatti y Miguel Lifschitz, hasta que se planteó el debate por la Reforma Constitucional y terminó naufragando en y por su propia interna.

No se notó, hasta el momento, qué fue lo que quiso hacer Omar Perotti para generar una propia fórmula aspire a la continuidad peronista en la Casa Gris. Su delfín era el diputado nacional Roberto Mirabella, pero mucho no lo sacó a pasear, ni le dio demasiada voz. Ni tampoco se preocupó demasiado por levantar a otra figura que sí midiera.

Sí se notó la preocupación de Perotti por meter a (casi) todo su gabinete dentro de la lista de diputados que va con el candidato más potente del espacio, el senador Marcelo Lewandowski. Eso sí se notó: fue la comidilla de última hora del cierre del listas. ¿Le importará a Perotti quién gane la elección? La boleta única y su lógica dan la respuesta.

Como si fueran un síntoma generacional, los jóvenes de las agrupaciones jóvenes del kirchnerismo más kirchnerista, el parido por la 125, van por el recambio de dirigentes... cada uno con su lista. La Cámpora tiene su lista, el Evita tiene su lista –ambos espacios un poquitín pasados de rosarigasinismo– y la Corriente tiene su lista. También la boleta única explica esta serie de precandidaturas que se dieron dentro del peronismo. No son necesarios los acuerdos mayores, el electorado resolverá mezclando peras con tornillos y el futuro dirá en qué posiciones quedarán hacia las próximas décadas Marcos Cleri, Eduardo Toniolli y Leandro Busatto.

Un poquito más ordenados los galeritas

El fallecimiento de Miguel Lifschitz durante la pandemia de coronavirus reordenó y renovó completamente el panorama político provincial. Sin ese dato no se comprende la dinámica de resurgimiento del radicalismo más próximo a la derecha ni la debacle interna del socialismo.

El Frente de Frentes es la principal novedad de este año electoral provincial. Sin la competencia de tres tercios, la oferta queda dividida entre peronismo y antiperonismo. Y no se dice así porque sí: hay una distancia real y muy significativa entre, por ejemplo, el candidato a senador por el Jatonismo, Mariano Granato, y el candidato a concejal por Losadismo, Sebastián Mastropaolo. El primero montó el programa Nueva Oportunidad en la ciudad de Santa Fe, el segundo quiere perseguir a muchos de los pibes que iban a ese programa y que hoy son trapitos. ¿Qué tienen en común ambos, como para estar en el mismo espacio? La respuesta cae sola.

A diferencia del peronismo, el Frente de Frentes cocinó sus candidaturas con más tiempo, aunque su interna no sea menos cruel. Llegó más ordenado en sus fragmentaciones internas. El radicalismo está partido en dos partes grandes (y algunas más, más chicas), entonces una fue para un lado, otra para el otro. El PRO está partido en tantas partes como dirigentes tiene, cada uno fue buscando su alineación, para el caso. El resultado final son los liderazgos del radical Maximiliano Pullaro y de Carolina Losada, apadrinada por el radical Julián Galdeano. Cada uno lleva vices del PRO. Uno dice que sale armado para hacer campaña, por la inseguridad, la otra le tira que no tiene ningún vínculo con el narcotráfico. Suave todo.

Más abajo en la jerarquía, aparece la interna del otrora Grupo Universidad: de un lado José Corral, del otro Mario Barletta. De larguísima data ya, la rencilla no carece de picardía, acaso de maldad. ¿Qué necesidad tenía Barletta de tirar al doctor Poletti a hacerle la contra a Adriana Molina para la intendencia?

La tercera pata, el socialismo, fue al Frente de Frentes con ratificación de congreso partidario y todo. No obtuvieron una vicegobernación ni lugares en las listas de diputados de las dos fuerzas más potentes. Quedaron con una fórmula propia y pura de último momento, dos listas para diputados con choque de máximas figuras –Clara García y Antonio Bonfatti– y una interna galopante que hasta pone en muchísima tensión al último bastión ejecutivo relevante del partido, la Municipalidad de Santa Fe.

El socialismo ha terminado partido en cuatro partes. El primer desgajamiento fue en 2015, cuando se fue Rubén Giustiniani. El segundo, este año, cuando se fue Bases, con Claudia Balagué a la cabeza, camino al acuerdo con el radical Palo Oliver y con Carlos Del Frade. Ahora, el bonfattismo y el lifschitzmo se dicen barbaridades en off. "Querían jugar a que Clara no gane" dicen desde un campamento, "Esto con Lifschitz no pasaba" dicen desde el otro.

Queda como dato final, de altísima relevancia, el poco peso que han tenido para armar listas en categorías superiores las dos principales municipalidades de la provincia: Rosario y Santa Fe. Pablo Javkin y su Creo y Emilio Jatón y Fuerza del Territorio prácticamente fueron borrados de las listas superiores, fuera de que tienen que enfrentar muy potentes primarias en cada una de las categorías. Javkin, además, tiene una oferta peronista muy sólida para enfrentar en las generales, que casi le gana en 2019 (no sucedió lo mismo con Jatón).

Es raro. Son las principales billeteras de la oposición. Pero bueno, con la boleta única se da el único caso que desmiente a Jacobo Winograd: galán mata billetera.

 

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