Compilamos los fragmentos que le dedicó Saer al mosquito en sus distintos libros.

“He encontrado días pasados una curiosa confirmación de que lo verdaderamente nativo suele y puede prescindir del color local”, reflexiona Jorge Luis Borges en El escritor argentino y la tradición (1932), para luego adentrarse en una de sus habituales artimañas: tomar como verdadero un texto del historiador inglés Edward Gibbon que afirma que no hay una sola referencia a los camellos en el Corán. La cita será quizás cierta, Borges prescinde del cuidado mínimo de observar la falsedad de que el Profeta no haya hablado de camellos. El artilugio es eficaz para postular como general su propuesta literaria particular.

Los supremos hinchapelotas

A Borges no sólo lo desmiente Mahoma, sino el autor que hizo de Santa Fe el escenario mítico y continuo de sus obras, Juan José Saer. Aquí, algunos rescates del mosquito en su obra llegan gracias a la lectura del escritor Juan José Conti:

Entramos en el patio trasero, enloquecidos por los mosquitos, palpitantes y sudorosos.

En Nadie nada nunca.

***

A tientas en la ciudad oscura, entre nubes de mosquitos que zumbaban a nuestro alrededor, hostigándonos, atravesamos las calles desiertas.

En Las nubes.

***

Mosquitos, a decir verdad, no escasean en la región y si en invierno hacen, como quien dice, las valijas y desaparecen, después, a partir de noviembre, cuando el calor comienza a apretar, si ha llovido lo suficiente como para que larvas y después ninfas prosperen, el aire se pone negro al atardecer, y los animales de sangre caliente se ven obligados a desplazarse a los cabezazos entre nubes insistentes, rapaces y zumbadoras.

En Glosa.

***

“No me da la impresión de ser la Sodoma que usted me pintó”, le escribirá, en francés, la semana siguiente a Garay López, “pero admito que el otoño es todavía caluroso. Ahora entiendo por qué no hay mosquitos ni en Londres, ni en Berlín, ni en París: la cantidad que zumba en el aire a mi alrededor mientras le escribo agota la capacidad de producción de la madre naturaleza. Todos los individuos de la especie parecen celebrar esta noche su congreso anual. O tal vez esta ciudad es la Babilonia de los mosquitos”.

En La ocasión.

***

Los mosquitos ennegrecían el aire en las inmediaciones de los pantanos.

En El entenado.

***

Para colmo a la tardecita se levantaba la mosquitada en las orillas y si usté se acostaba a dormir se lo comían vivo. Había que hacer humadera con un poco de liga seca para espantarlos, y ni así se iban. Usté no veía a dos metros entre esas nubes negras de mosquitos gordos como este dedo que se le venían encima. De una isla a la otra se veían unas manchas negras antes que oscureciera y hasta se oían los zumbidos.

En El limonero real.

***

Los mosquitos zumbaban alrededor de la mesa y el viejo los espantaba con manotazos cortos y negligentes.

En Palo y hueso.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí