El asombro inicial cedió rápido a una pregunta: ¿qué pasará con los que apoyaron a Massa?

La elección de Mauricio Macri fue prodigiosa. Un prodigio es algo que acontece y supera las leyes que lo enmarcan. Claro está, al fin y al cabo este prodigio es el resultado de acciones humanas. Cuando acontecen de este modo se produce un momento fascinante: el asombro. El rostro desencajado de Daniel Scioli mientras hablaba abatido y la demora en la publicidad de los datos –se eligió exhibirlos con el estilo del shock y no con el de una largo y lánguido relato de una decepción– son una de las formas de ese asombro. El alboroto en el búnker de Cambiemos cuando se conocieron los primeros datos (sobre todo: cuando se avisó que el peronismo perdía la provincia de Buenos Aires a manos de María Eugenia Vidal) es otra de sus expresiones. En realidad, el asombro de lo imprevisto equivale a lo imperceptible de las nuevas leyes.

Cuando un candidato revienta todas las tendencias lógicas y redefine las reglas que ordenan un tablero, significa que el tablero ya desde el principio quizás era otro y que, en consecuencia, las tendencias funcionan distinto.

El primer dato: el paso del tiempo renovó la maquinaria electoral radical y anquilosó la peronista. Para la UCR hay una paradoja. No tiene votos nacionales, no tiene candidato potable, ni se confía en su estructura para gobernar el país después del 2001. Pero sí posee una red flexible y militante, que se ha curtido duro en sus 12 años de invierno. Lucen voraces y, a la vez, totalmente dependientes de que les den un horizonte. Macri es hoy ese horizonte.

El peronismo no fue capaz de retener para sí la gobernación de la provincia que actualmente comanda su candidato a presidente. Más allá de Aníbal Fernández, Scioli fue reprobado políticamente como organizador del partido de gobierno de su provincia. ¡Perdió justo donde gobierna!

Pero esto sigue oliendo a viejas reglas, a revisar los resultados por el movimiento de las fichas partidarias. Y quizá lo de Macri sea otra cosa.

Hay que ponerle el sujeto a Macri. Al kirchnerismo rápidamente se le adjudicó uno, sobre todo porque se encargó claramente de señalarlo. Todos los desahuciados del 90 están allí. Y, además, se agregaron nuevos, Pero quizá esa experiencia –por obra de los 12 años kirchnerismo– haya efectivamente quedado muy atrás. Y, tal vez, el sujeto macrista haya florecido recientemente, aunque su prosapia sea antigua. Hay en él algo de Blumberg, de la 125, de los cacerolazos y de la marcha por Nisman. Hay un hilo que lo forma y lo hace brotar en las rajaduras de parte de lo que fuera el sujeto kirchnerista.

Es necesario entender cuál es el hartazgo del sujeto macrista, ya que quiere cambiar el signo político del país. Es necesario entender cómo se justifica. Y es necesario entender a quiénes alcanza. ¿Está allí el trabajador en blanco que reniega de aportar al Estado y el trabajador en negro cansado de su intemperie, junto al empresario que abomina de los impuestos? Quizá. La mancha amarilla en el mapa se pinta en las provincias más ricas y resplandece en las zonas rurales más prósperas, como signo de lo que nunca se cerró desde el conflicto de 2008.  ¿Ese trabajo en blanco se mantuvo con los programas del Ministerio de Trabajo, esa empresa depende de que no se abra la importación, ese monotributista labura del mercado interno? ¡Seguro! Pero eso no quita la racionalidad de su argumento: está harto de aportar al Estado. Cree que solo puede lograr más. Es legítimo creer eso.

[quote_box_right]Tal vez el sujeto macrista haya florecido recientemente, aunque su prosapia sea antigua. Hay en él algo de Blumberg, de la 125, de los cacerolazos y de la marcha por Nisman. [/quote_box_right]

El hartazgo del sujeto macrista se conjuga mejor, además, con una larga cadena de hartazgos de corte más institucional, que van desde la sucesión de cadenas nacionales hasta las denuncias de corrupción. ¿Está aquel que espera una acción mucho más represiva de las fuerzas de seguridad? Quizá, también. Todos los candidatos se vistieron de azul (Massa llegó a vestirse de verde), pero el linaje del macrismo no padece de pruritos ni de fisuras internas a la hora de celebrar los bastonazos. No se conoce la corriente interna de Cambiemos que esté dedicada a la violencia institucional. Tal vez haya una sobre violencia de género, es de esperar que intente no vincularse demasiado con Miguel Torres Del Sel.

En el deseo del garrote, Massa picó en punta. Su plan de guerra al narcotráfico (ese eco viene de la War On Drugs de Reagan) plagó sus spots de TV. ¿Qué observará su votante? ¿Quién liberaría todavía más a la balas oficiales?

Son los votos de Massa los que están en disputa. ¿Qué hará Scioli? ¿Tirarse más para el lado represivo o fortalecer la amenaza de que con Macri se terminan las políticas del Estado kirchnerista que cuentan con reconocimiento y apoyo, tal como hiciera en su primer discurso de campaña hacia el balotaje? Pero, ¿reconoce esas políticas el sujeto macrista o cree que ya no las necesita y que le puede ir mejor por la propia? No hay contradicción entre una prédica de eficiencia del Estado (eso quiere decir que se “hará mejor” lo que “está bien”) y de constricción respecto de su presencia en la vida cotidiana (eso quiere decir que a nadie se le va a “impedir que produzca”). Eficiencia aquí significa que con menos, supuestamente, se logra más y mejor. Una idea desgraciadamente conocida.

La lista de rasgos del sujeto macrista parecen expresados como reproches. El miedo a la violencia delictiva y a la suba de los precios es concreto: modela nuestras vidas diarias, regula recorridos urbanos, alienta cálculos constantes y previsiones a futuro. No hay reproche. El sujeto macrista encuentra cómo hilvanar una explicación a ese miedo. Y ve una salida que tomó carne: Mauricio.

El planteo de la continuidad “hacia el desarrollo” que traza Scioli es, en este sentido, mucho más impersonal. O, como se viera en el Coloquio de Idea, el meeting más rancio del súper empresariado vernáculo, parece dirigirse más hacia un sector que tiene decidida su preferencia opositora desde hace un buen rato. Volcarse sobre la defensa de los últimos 12 años, ¿cómo resonará en los votantes de Massa?

Sin rodeos: ¿qué es lo que tiñe con mayor definición a la demanda de los votantes de Massa? ¿Su adhesión al peronismo, su repulsa a cualquier cosa que huela a UCR? ¿Tan orgánicos son? ¿Qué modelo de Estado prefiere y cómo valora los modales? Sus deseos de mano dura, ¿no tienen cierto cauce común con el hartazgo de los macristas?

Esa pregunta es mucho más importante que los acuerdos de dirigentes que se tracen en el mes que queda por venir, el mes donde se juegan cuatro años.

 

Publicada en Pausa #164, miércoles 28 de octubre de 2015

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí