El Grupo Recua (danza teatro), presentó su nueva obra “Ida Alessandria”, ganadora del Premio Coproducciones en Artes Escénicas 2015, del Ministerio de Innovación y Cultura del Gobierno de Santa Fe. “Ida Alessandria” se estrenó el 20 de noviembre en la Sala Leopoldo Marechal del Teatro Municipal.

Cinco mujeres. Al fondo de la sala, como único soporte físico, una estructura de barras. Y detrás, una pantalla donde se proyectan las sombras de la acción y las imágenes –fijas y en movimiento– grabadas en una vieja casona. Una cámara, en manos de una de las intérpretes que, alternadamente, proyectará la escena desde una visión distinta de la que posee la platea. Con esos elementos las Recua conjugan una argamasa de significantes cuyo anclaje dejan libre a la percepción de los espectadores. Hay, evidentemente, una intención previa en el trabajo del grupo, pero acaso el mayor logro es apelar a la construcción de sentido confiando en la gramática que cada asistente lleva consigo al momento de presenciar la obra. Dicen de Ida las Recuas: “Las intervenciones individuales y grupales estarán corridas de lo estrictamente coreográfico, dejando a la luz los detalles gestuales, atravesados por diferentes estados, siempre inestables. Solos, dúos, tríos, todas las intérpretes aparecerán interactuando a través de células de movimiento más complejas”. Y en su manifiesto certifican: “Confiamos en la mitad inferior de nuestros cuerpos, en los genitales, en nuestras piernas, en las plantas de nuestros pies, en nuestros ancestros animales, en la misma tierra, en sus tesoros, en los muertos enterrados en ella, en la inquebrantable fuerza a la que descendemos”. Pero más que una bitácora para sí mismas, en cada presentación, desde hace quince años cuando el estreno de El Hilo de Molly, esa afirmación parece ser una pregunta que estas mujeres le arrojan a su público: “¿Confía usted en la mitad inferior de su cuerpo, en sus genitales, en sus piernas, en las plantas de sus pies, en su tierra, en los muertos enterrados en ella…?”

Idas delante del micrófono, a punto de cantar

Entonces, Ida es una mujer que se va, que viaja, que se destierra, que se vuelve a encontrar. Puntos de vista que actúan singularmente, que se complementan, que se potencian. Las sombras remiten inmediatamente a la caverna: ¿qué, de esas figuras, es lo real? Las imágenes proyectadas en video provocan un salto de tiempo: ¿hacia el pasado, hacia el futuro? Cada gesto ha sido estudiado con cuidado, y se complementa con su paratexto proyectado en la pantalla. Las intérpretes entran en fila; hay un tarareo, una melodía de los años 50 que, lentificada, muta del alboroto a la nostalgia. Ida es un balbuceo, frases sueltas, movimientos que trabajan sobre la identidad atravesando distintas generaciones. “Ella nos contó que su forma preferida de irse es…”, se repite como una letanía. Un mundo de mujeres. La mirada del varón está fuera de cuadro: como deseo en la coreografía que alude a un baile en la colonia, como auto represión en el orden que se le impone a las bailarinas que se descuelgan del bargueño, como inocente cosificación en la canción que interpreta Billy Cafaro: “Quiero una chica de Marte que sea sincera, que no se pinte, ni fume, ni sepa siquiera lo que es rock and roll / La distancia nos acerca y en el año 70 felices seremos los dos”.

Las coordenadas

¿Dónde empieza la costa, donde termina la pampa gringa?, se preguntan en un almuerzo de despedida, un día de febrero de 1967, a las dos de la tarde, Pichón Garay y Lalo Lescano[1].  “No hay ningún límite preciso”, dice  Lescano, “el último arrozal está ya en los límites de los campos de trigo y viceversa…No entiendo cómo se puede ser fiel a una región si no hay regiones. No comparto, dice Garay”. Ida, viajera en el tiempo, se asienta sobre una geografía precisa: los carnavales de San Agustín, los bailes de San Carlos, una poética que dialoga con la tradición revelando las zonas incómodas de nuestra herencia gringa. De las actividades productivas que se desarrollaban en la colonia, la cría de gallinas y la venta de huevos era de las pocas que administraban para sí las mujeres. En la última escena de la obra, una mujer toma el micrófono, asume su voz, y canta. Cercano, cómplice, el coro de las amigas, la acompaña y fortalece. Poco a poco una lenta metamorfosis invade los cuerpos. Ellas se resisten, pero una por una van mutando hacia un estado animal que les cercena la voz. La articulación fonética  se hace cloqueo y una extraña fuerza las retira hacia el corral. La imagen es pavorosa y algo anacrónica atendiendo a un momento, el de este principio de siglo, donde la conquista de derechos parece avanzar en los hechos. Sin embargo el arte suele anticiparse a su tiempo y como dijera Foucault, lo nuevo no está en lo que se dice sino en el acontecimiento de su retorno. Ida se estrenó en Santa Fe el 20  de noviembre. Dos días más tarde, el presidente electo, eufórico, deja traslucir la cosmovisión desde donde el poder interpelará al pueblo: como pastor (“mi tarea es ayudarlos a que encuentren su camino de desarrollo personal”, ver aquí), como patrón (el acting donde agradece a la nana que lo cuida desde los cinco años es revelador), como blanco (reivindicando el descenso de los barcos). Con el diario del lunes, la escena final y toda la obra se resignifican: lo que era, en el devenir gallina, un retroceso atemporal cobra actualidad traduciéndose en un escenario inquietante que mira con alarma la reacción patriarcal.

Ficha técnica

Intérpretes: Patricia Alvarez, Claudia Correa, Marisa Hernández, Fabiana Sinchi y María Laura Varela. Dramaturgia, Guión y Coordinación escénica: Patricia Pieragostini.
Idea y Dirección: Recua.

Próximas funciones: Viernes 4 y 11 de diciembre, 21.30 en la sala Hugo Maggi del Foro Cultural Universitario, 9 de julio 2150.

[1] J.J.Saer: Discusión sobre el término zona, en La Mayor, Cuentos completos, Bs.As., 2002.

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