Vida y muerte de Luis Espinoza

Luis Armando Espinoza, 31 años y padre de seis hijos. Estuvo desaparecido una semana. Su cadáver apareció dentro de una bolsa, en un precipicio. Nueve policías de Tucumán, entre ellos un comisario, fueron puestos en disponibilidad por el crimen.

Luis Armando Espinoza tenía 31 años, era padre de seis hijos y vivía en la localidad de Villa Chicligasta, a 70 kilómetros de San Miguel de Tucumán. El 15 de mayo lo vieron por última vez, cuando intervino para defender a su hermano de un hecho de hostigamiento policial. Estuvo desaparecido por una semana y el 22 de mayo encontraron su cadáver envuelto en una bolsa. Lo habían tirado a un precipicio de 150 metros de profundidad en la zona limítrofe con Catamarca.

Por el hecho, nueve policías de la comisaría de Monteagudo –entre ellos el comisario– y un vigía municipal están detenidos. Los uniformados fueron pasados a disposición mientras dure la investigación. Conocido el desenlace de la historia, casi 500 organizaciones de derechos humanos, sociales, políticas, culturales, feministas y colectivos LGTBQ+ de todo el país salieron a pedir justicia ante un caso que conmocionó a la provincia de Tucumán.

El asesinato de Espinoza, consignó la agencia APA, se enmarca en una institución policial que cuenta entre sus hitos recientes los asesinatos de Facundo Ferreira, Miguel Reyes, Ismael Lucena, abusos sexuales y violencia institucional contra Celeste, una joven trans, el encubrimiento de Paulina Lebbos, entre otros. También el levantamiento policial de 2013, que provocó al menos 20 muertes en solo tres días.

Los hechos

El viernes 15 de mayo se realizó un operativo policial para dispersar una carrera clandestina de caballos en la localidad el Mecho, a unos 70 kilómetros de la capital tucumana. La policía llegó haciendo tiros al aire. La gente se dispersó en distintas direcciones. Pero siguieron haciendo un recorrido en una camioneta Kangoo gris por el camino vecinal. A 800 metros de donde fue el operativo, se cruzaron con Juan Antonio Espinoza, hermano de Luis, que circulaba en su caballo particular. Venía del correo de la localidad de Monteagudo, donde cobró su pensión por sus problemas cardíacos. Los policías lo abordaron, acusándolo de participar en la carrera y comienzan a golpearlo brutalmente. En ese momento, llegó Luis y les gritó pidiendo que no le peguen más. Mientras arrastraban a Juan a la vera del camino vecinal y lo dejaban esposado en una zona montuosa, fueron a buscar a Luis. Su hermano llegó a ver desde el suelo como un oficial remontó su arma reglamentaria y apuntó contra Luis. Escuchó un tiro pero no llegó pudo saber si le dispararon a su hermano. Fue la última vez que lo vio con vida.

La zona estuvo acordonada durante una hora y media. Hasta allí llegaron la madre de Luis, Gladys, y su cuñada Patricia que fueron a buscarlos cuando un vecino les avisó lo que había pasado. La policía les prohibió el paso y se quedaron por el lugar. En ese momento habrían estado tratando de borrar pruebas. Minutos después, vieron pasar a toda velocidad la camioneta Kangoo de la policía.

La vida de Luis

La periodista Mariana Romero cubrió el velorio y describió las escenas en su cuenta de Twitter. Vale la pena recuperar ese relato que da cuenta de la vida de Luis, de su familia y de cómo su asesinato conmovió a toda la localidad de Villa Chicligasta.

“Yo sí creo que a la muerte hay que mostrarla, para que no nos burle convirtiéndose en estadística. Por eso, quiero hablar sobre la muerte y la vida de Luis Espinoza, su familia y su comunidad”.

“Al velorio de Luis llegó gente de todas partes, hasta unas primas de San Miguel de Tucumán que, como hay paro de colectivos, juntaron plata y se tomaron un taxi. Les salió $ 2.000. Como había muchas personas y el tirón iba a ser largo, mataron unos pollos y los hicieron asados. A mitad de la noche, la leña se acabó. Aunque el frío helaba los huesos, la gente igual se quedó. Esperó que amaneciera en el gran patio de tierra, al aire libre”.

“Al amanecer hubo algo de niebla, pero pronto salió el sol y empezó a derretir un poco las espaldas. Ahí el velorio se convirtió en multitud. Ahí también estaba la yegua de Luis, la Lulú. Luis se bajó por última vez de su lomo ese viernes, para defender a su hermano de la golpiza que le estaban dando los policías. Parece que se asustó con los tiros y se fue. Llegó a la casa dos horas después, sola, sin él”.

“A Luis lo velaron a cajón cerrado porque el plan siniestro –y fallido– para hacer desaparecer su cuerpo no permitió que la familia pudiera verlo por última vez. A la hora del entierro, sacaron el cajón de Luis y lo llevaron desde la casa de su mamá, dónde lo estaban velando, hasta la suya, que queda a pocos metros”.

“A Luis se le había incendiado la casa el año pasado, así que se puso en la tarea de reconstruirla. Por eso, este año no fue a la cosecha de la manzana, en Río Negro, cómo hacen los trabajadores golondrinas en verano. Pero no pudo terminarla, le faltaron las puertas y ventanas, el revoque y volver a llenarla de cosas. Aun así pintaba para quedar linda”.

“Después, todo el mundo se subió a las motos, los caballos y el colectivo que puso la municipalidad para acompañarlos hasta la plaza central de Villa Chicligasta. Ahí lo esperaba otra multitud. Lo llevaron a la iglesia del pueblo, una bellísima construcción colonial levantada en 1797. Allí lo lloraron casi por última vez”.

“Al final, el cuerpo de Luis llegó al cementerio, dónde lo despidieron con un aplauso. Entonces, la esposa de Luis perdió el conocimiento. La cargaron entre varios hombres y la llevaron corriendo hasta la plaza principal, dónde sólo pudieron conseguir una silla. Ilusa, citadina y absurda, les dije que me iba corriendo al CAPS a buscar a un médico. Me contestaron que el CAPS cierra los fines de semana. El hospital más cercano es el de Simoca: hay que hacer 12 kilómetros por calle de tierra y luego 30 por ruta. Se tarda 45 minutos en llegar. El delegado comunal la subió en su camioneta y salieron como tiro. En la plaza, quedó la multitud. Y los seis hijos de Luis”.

“Comenzaron a subirse a los caballos y las motos y a volver a la casa. Los animales están flacos porque durante la semana que todo el pueblo buscó el cuerpo, las tareas se atrasaron y hay que ponerse al día. La abogada, Cinthia Campos, una mujer que no duerme, que no para, que se cruza la provincia a cada rato para sacar adelante la causa, estaba llegando. Todavía no tiene buenas noticias: la fiscal aún no le deja ver el expediente. Así es la muerte. No se olviden nunca de Luis Espinoza”.

Con información de APA Prensa, Sebastián Pisarello y Mariana Romero

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí