Hace meses que los demócratas van al frente de las encuestas, pero un sudor frío les recorre la espalda: el síndrome 2016. Joe Biden es, otra vez, el blues del mal menor. Los números de la era Trump, medida en víctimas de coronavirus y desempleados. Qué dicen los militantes de a pie.

Desde Nueva York.

El Presidente Trump aceptó la nominación para la presidencia en la convención del Partido Republicano en Washington DC el 27 de agosto y a partir de ese momento se puso realmente en marcha la campaña presidencial estadounidense. Los demócratas están ganando, y están nerviosos. Es un fenómeno tan común que la campaña de Joe Biden, exvicepresidente de Barack Obama y actual candidato a la presidencia por el Partido Demócrata, tiene un apodo para los miembros del partido que no paran de preocuparse en voz alta: “llorones”. También inventaron un nombre para el conjunto de tácticas que están aplicando con el fin de calmar a sus bases: “operación sana sana colita de rana”.

Los nervios son un vestigio de la elección de 2016, en la cual todos los analistas pronosticaron que iba a ganar Hillary Clinton. Solían hablar de una “muralla azul” de estados en la región central que iba a propulsar a la ex-Secretaria de Estado a la presidencia. Clinton recibió casi 66 millones de votos y ganó el voto popular con el 48,6%, comparado al 46,1% de Trump. Sin embargo, Trump asumió la presidencia por haber ganado el Colegio Electoral –un sistema arcaico (con orígenes bastante racistas) por el cual cada estado otorga el 100% de sus votos electorales al candidato que más votos gana. Es lógico, entonces, que los demócratas tengan miedo de que Trump gane, otra vez, sin ganar el voto popular. Pero también es lógico que los directivos de la campaña de Biden estén hartos. Desde el momento en que salió victorioso en las primarias, Biden le lleva por lo menos el 4% a Trump en las encuestas. El promedio de encuestas de Nate Silver, fivethirtyeight.com, dice que Biden le lleva el 7,5% a Trump. ¿Hace un mes? Ganaba por un 7,8%. ¿Hace dos meses?: 9,6%. ¿Tres meses?: 7,2%. Es una elección extraordinariamente estable, en la cual está perdiendo el presidente en funciones (cosa que no es común), con la posibilidad de que los demócratas tomen control del Senado. Es decir, el Partido Demócrata se encuentra en una posición dominante e inesperada, y los demócratas simplemente no saben aceptarlo. Gran contradicción.

Los presidentes de los Estados Unidos, en tiempos normales, suelen ganar su reelección. Trump está perdiendo porque murieron 187 mil personas de coronavirus y porque todavía 29 millones de personas están sin trabajo. Trump, que es patológicamente incapaz de hacerse responsable de algo, le echa la culpa a China, a la OMS, a los alcaldes y gobernadores.

A pesar de eso, la mayoría de la población decidió culparlo a él. Además de las crisis sanitaria y económica, Trump erró en su reacción a las protestas de Black Lives Matter en contra de los asesinatos policiales. Las protestas no tienen mucho que ver con el presidente –la gran mayoría de los asesinatos policiales ocurren en ciudades con alcaldes demócratas– pero Trump ha marcado su fuerte oposición al movimiento. ¿El resultado? El movimiento BLM registró una tasa de apoyo del 51% en septiembre, menos del 62% registrado en junio, pero superior al 42% que tuvo Trump en la misma encuesta. La verdad es que el presidente es un hombre que despierta el odio de una gran parte de la población, y esta elección es un referéndum sobre su presidencia.

Rafael Diaz, un activista progresista que vive en Marietta, un pueblo rural en Pensilvania, piensa votarlo a Biden para echarlo a Trump. Sin embargo, dice que no está entusiasmado: “siento que estoy eligiendo a mi oposición. Preferiría tener que pelear con Joe Biden que con Donald Trump. No siento que Biden me represente.”

La campaña de Trump, por ahora, está siguiendo la estrategia que diseñaron hace un año, cuando el presidente perdía por un 4% (en vez de un 8%). En ese mundo tan lejano, sin coronavirus, con una economía que daba la ilusión de estar en buenas condiciones, la campaña de Trump solo necesitaba explotar las diferencias ideológicas dentro del Partido Demócrata para limitar la participación electoral y ganar en los estados clave como Pensilvania, Florida, Michigan y Wisconsin. La campaña de Trump se centró en particular en la actuación de Biden en el ámbito de la justicia penal. Han invertido en propagandas que resaltan el rol de Biden como autor de leyes que tuvieron por resultado un incremento desmesurado de la población penitenciaria en los años 90. Es un tema muy importante para los jóvenes, especialmente los afroamericanos. Algunos demócratas temen que los jóvenes no saldrán a votar en números suficientes en esta elección, cosa que contribuyó a la derrota de Hillary Clinton en 2016.

Emily Murphy, una estudiante de la Universidad Temple, en Philadelphia, Pensilvania, dijo que se desilusionó con la elección de Kamala Harris como candidata a la vicepresidencia por su actuación en las fiscalías de San Francisco y, después, California.  Murphy hubiese preferido a Susan Rice, otra mujer afroamericana, que se desempeñó como embajadora a las naciones unidas para el presidente Obama. Rafael Diaz, el activista de Marietta, dijo que la elección de Rice hubiese sido peor todavía, por su rol en las políticas del exterior de la administración de Obama. Estas tensiones dentro de la base demócrata son muy fuertes –la campaña de Biden les indica a sus voluntarios que hablen solo del carácter de Biden porque es menos “polémico”. En una elección en tiempos normales, estas peleas internas serían un dolor de cabeza para Biden, pero la crisis en el país es tan grave que estos detalles ya no son pertinentes.

Faltan dos meses para las elecciones. En menos de dos semanas se podrá votar por correo en muchos estados. En los estados que definirán la elección –Pensilvania, Florida, Michigan y Wisconsin– Biden le lleva entre un 2% y un 8% a Trump. A menos que Trump invente una vacuna para el coronavirus, o encuentre otra manera de darle empleo a los desempleados, lo más probable es que pierda su reelección. No es garantía de que el ocupante de la Casa Blanca la deje, pero eso es otro tema, para otra nota.

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