Yo no voy a correr ni a escapar / de mi destino / yo no pienso en peligro.

Cuando me contaron que Callero acababa de romper la enorme gigantografía con la foto de Videla dentro de la señal “prohibido”, me prometí agarrarlo a trompadas la próxima vez que lo cruzara. Era un recital por el 24 de marzo, ya se había ido. Lo conocía de vista y por mucha gente querida en común; no me caía bien, ni un poco. No recuerdo en qué año fue eso, pero felizmente después no nos cruzamos por mucho tiempo. Una vez nos bardeamos un poco en el Birri, no sé qué nos dijimos ni por qué, pero sí que yo tenía los puños cerrados y alguien se metió en el medio o algo así. Creo que él estaba peor, no sé si alcanzó a registrarlo. Me avergüenza ese recuerdo, claro. Con Callero empezamos mal.

Quizás aquella intervención artística (así dijo cuando arrebató el micrófono) haya valido la pena. En su momento, además de que me parecía un chabón infumable y que sabía el laburo infernal que le había costado al Rata hacer la gigantografía, me parecía que en un punto especulaba, que era un careta, que no hubiera hecho lo mismo, por ejemplo, en un acto de la Uocra. Me llevó unos cuantos años darme cuenta de que no podía estar más equivocado.

Una vez, en la casa de mi hermano, Aníbal Chicco me recitó un largo poema y me preguntó qué me parecía. Me pareció totalmente genial y eso le dije. Es del Fer Callero, me avisó sonriendo y yo sentí bien nítido ese golpe bajo que todavía agradezco. De la bronca casi ni me había tomado el trabajo de leerlo.

Empezamos a escribir en Pausa casi al mismo tiempo. Su primera columna, Mil mates, era lo primero que yo leía y lo que más disfrutaba. Y así, entre mate y mate, me fui amigando solo. La primera vez que nos saludamos fue justamente en una lectura de Pausa en una feria del libro. Coincidimos un rato antes en el bar y nos tomamos varias cervezas, fue una de las pocas veces que charlamos, ya no recuerdo de qué pero mis malos sentimientos se habían esfumado por completo y descubría, aunque tarde, un personaje digno de sus andanzas.

Hace tres años, entre los muchísimos saludos de cumpleaños que recibí, Facebook mediante, me sorprendió uno suyo: “Felicidades querido Fede, un abrazo y un clásico, je” y copió el link de Influencia, de Charly. Lo escuché al palo, conmovido, pensando que él también podría haber saltado de un noveno piso a una pileta. Siempre me resultó tedioso y difícil escribir un mensaje de cumpleaños que no suene impersonal, automático, que no sea la repetición infinita de dos o tres fórmulas. Hasta en eso era sencillo para él ser diferente, singular. Solo recuerdo su saludo entre muchísimos, por lo inesperado y porque nadie más me había regalado una canción. Sospecho que lo automático y lo impostado, lo protocolar, simplemente no le salía. Tiempo después, también medio de la nada, me compartió un disco de Los Prisioneros: “Son punk, cuchalos”. Y yo me habré quedado pensando por qué habría pensado en mí y por qué querría que escuchara eso. Como sea, suenan recién ahora mientras escribo y cabeceo siguiendo el ritmo.

No hace falta decir lo mucho que me apenó su muerte y, más todavía, su terrible sufrimiento de los últimos años. Con los dados en la mesa es difícil saber si vivió así porque de alguna forma sabía que iba a morir joven o simplemente fue al revés; quizás lo mismo dé. Mi sensación es que vivió como escribió y viceversa, de manera inquieta, inquietante, genuina y visceral, lúcida y tóxica, como si quisiera y pudiera vengarse del mundo.

Sabía lo importante que fue para mucha gente, pero leer tantos hermosos y sentidos testimonios, no deja de impresionarme hasta la emoción. Lo primero que suele decirse de las vanguardias estéticas del siglo XX es que intentaron romper la distancia que separaba el arte de la vida, no es difícil pensar entonces que eso es lo que Fernando quiso ser y lo que fue. El que corre adelante con los ojos cerrados sin miedo a nada, el que rompe chocando, el que abre el camino.

Hoy volví a escuchar el último mensaje de voz que me mandó en febrero, estaba otra vez internado. Es un mensaje muy cariñoso. Yo le había mandado una antología que armé para Vera Cartonera. Le prometí una visita apenas tuviera un ejemplar impreso y quedamos así. No pudo ser. Será en diferido, será leyendo y releyendo sus columnas y poemas que, como deben saber, están más vivos que nunca.

El hermoso Fer

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