Foto: Betania Cappato.

El texto de apertura de Mari Hechim para la muestra I LOBI U, celebrando la obra y vida del artista Fernando Callero.

Es difícil hablar de una persona ausente, porque no va con una ética que obliga a callar cuando es necesario; demasiado conocemos, creemos conocer, a quien fue un amigo.

Tampoco me puse a estudiar su poesía, tarea cuya necesidad salta a la vista, a la luz de su producción que fue tan importante y que amerita que eventos como éste salten también al análisis académico, que no sé si a él le hubiera importado pero que sin duda aportaría a su lectura y, eventualmente, enriquecería al ensayista.

Sólo unas palabras de cosas en las que he estado pensando, extraídas trabajosamente de entre el mar de sentimientos y emociones que se suscitan cuando un homenaje pretende abolir el dolor, o, mejor dicho, atenuarlo, juntándonos para celebrarlo, porque sabemos que conocer a Fernando es una fiesta completa, con sus risas y sus brindis, con sus borrachos y sus peleas, hasta que la noche ceda su lugar a la madrugada y empiece a brillar el sol; nada, sin embargo, que al día siguiente pueda borrarse como una resaca, un café cargado para un dolor de cabeza persistente. Es que en el fondo, bajo las capas densas del dolor por su pérdida, queda una especie de alegría –no hay mayor mentira que la alegría, diría Fer–, más bien un regocijo íntimo que te hace sonreír como un tonto y decir en voz baja: qué tipo.

¿Juntándonos los que lo amamos? Quizá sí. Pero sin duda quienes fuimos amados por él, porque su amor te abrazaba fuertemente, y sus sonrisas, sus palabras: “te imagino con tu bastón, hecha una diva”, su atención, se prodigaba, tocaba a todo el que estaba cerca y estaba dispuesto a ser amado y a ser, en el mismo movimiento, vilipendiado eventualmente, cacheteado de vez en cuando para darle la oportunidad de llamarte a la madrugada y merecerte un pedido de disculpas, un poema que acaba de escribir, si era suyo, o leído, si era de otro: “quiero destruir lo que más quiero/ te quiero”. Que es un verso en donde el impulso destructivo se lanza hacia adelante para atropellar y en ese devenir, reflexiona, se apacigua, hace como un paso atrás y se rinde te quiero.

Porque yo pensaba que el exceso de estilos de escritura, que va desde lo más “serio” y culto, a lo coloquial confesional (“estoy re piltrafa, amigo”), del uso de términos científicos precisos como un bisturí de C6C7, a las pinceladas rápidas, impresionistas, que dan cuenta de pequeñas escenas, estampas ligeras casi etéreas “un rancho se quemó temprano”: estampitas, de las que te daban cuando uno en el barrio hacía la comunión y cuando tenías unas cuantas era como una colección de santos y vírgenes llenos de colores, fáciles de tener en la mano, que al dorso daban cuenta de los nombres y fechas que estabas obligado a recordar; decía, que esa cantidad de estilos diferentes eran la clave con la que había que considerar también el amor, el humor, la gracia.

Y me rehúso a llamarle exceso porque en realidad hay ahí una ascesis, una política, más precisamente de la prodigalidad, quizá porque exceso es la del adolescente atolondrado y temerario, ponerse a escupir desde el balcón, y aquí es más bien tirando a profusión, diría generosidad, de alguien que sabe –y sabe en el sentido más material del conocimiento, saberlo en el cuerpo, alguien diría praxis,- que sabe, digo, que todo es un juego tan efímero que apenas soslaya la vergüenza de estar vivo, así que hacer de cada palabra una canción, como dice, es vivir cantando. Con una sonrisa:

“Porque tu hermana cumplió años

y ni siquiera os saludáis al veros

pasar del baño a la habitación”

Y lo sabía. Porque acá no estamos refiriéndonos a un irreverente lanzado a la nada con la euforia de quien no tiene nada que perder, sino a un tipo que no tenía un pelo de tonto, cultísimo en lo suyo, y en lo de muchos, un artista múltiple y de lo múltiple, con una conciencia de sí que a veces lo enceguecía y lo abrumaba: “al punto de no querer ser más yo/ni mundo”, “querías ser artista, fumaste más, tomaste más”, “hago todas las malas jugadas”: las del póker puede ser, nunca de la ruleta rusa.

En todo caso, esa conciencia del juego, de lo liviano, fue puesta en acto en su extrañeza: poemas para pájaros, para perritos, cosas y animales fluyendo en su escritura, gentes que aparecen con un nombre, Kevin, Pound, pibito, amigo, obligar a las cosas y a las personas a ser bellas, como dice Rilke de Cézanne.

Con el estupor del que recién llega al  mundo a cada rato, pero no está indefenso pues organiza una estética y una ética de esa dación, en última instancia, “la sed” del que monta “un caballo amoral” pero queda un poquito afuera, queriendo estar cerca, amándonos como ninguno, seguro de las ventajas de estar tirado en el pasto panza arriba mirando pasar las nubes por el cielo.

Así, en las Claves para la jardinería, el primer verso “Dejá que todo se desmadre” es amistoso en el verbo; es una orden pero también una invitación o una sugerencia que subvierte la imaginación porque empuja a algo más allá de las plantas en sus macetas, nada más y nada menos que a “todo”, ambición voraz pero suave por su economía; que se saquen la madre de encima, que se desorganice en libertad, pero no en un lugar salvaje sino justamente en el fondo de casa, en lo íntimo, en el jardín.

I LOBI U

Como un festejo de los 50 años de su nacimiento, el jueves 28 de octubre, a las 19 horas en el hall del Foro Cultural UNL (9 de Julio 2154), se inauguró I LOBI U, un exposición multisoporte donde se integra la producción artística de Callero en reconocimiento a la pluralidad de su trayectoria y trabajo. Hay material editorial, musical, gráfico y registros fotográficos que ha sido proporcionado y tutelado por familiares y amigos del artista.

La muestra se podrá visitar de lunes a viernes de 10 a 17 hs y sábados de 9 a 13 con un aforo de diez personas. Para visitas grupales solicitar turno al [email protected] o por teléfono al 342-4571143 interno 108.

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