Es viernes 29 de junio. Media mañana. Con el mate recién preparado me siento en el escritorio de la computadora a trabajar. Abro el navegador y la página de inicio es Facebook. Primer obstáculo para comenzar a laburar y sacar al país adelante. Mari Hechim me comparte un relato hermoso sobre la mística futbolera y algunos de los sucesos que magnificaron la victoria de Argentina frente a Nigeria. La conclusión: Dios es Argentino y se llama Diego Armando. Polémico, sí. No me importa porque total soy apóstata y lo de Maradona sólo lo dije para enojar a sus detractores profesionales.

Cuando por fin me iba a poner a hacer algo del trabajo, mi concentración 2.0, que es tan débil como la defensa saudita de Pizzi o la de Túnez, me distrajo viendo que estaba Barba conectado y aproveché a compartirle lo que me había publicado Mari. Desde luego, Barba y un texto sobre fútbol y Maradona, es el segundo obstáculo para que podamos levantar a Argentina de una vez por todas y ponerlo en el lugar que se merece: en la lista de países emergentes de alguna consultora financiera internacional.

–Vieja, estoy muy nervioso
–Yo no tanto. ansioso sí.
–Bueno, eso. Ansioso –me corregí. Es que el nerviosismo me pone ansioso y no distingo uno del otro.

“Es un partidazo”, me dijo Barba. A mí lo único que me importa es que Messi gane. Si es o no un partidazo lo voy a saber recién cuando termine, porque mientras tanto, pierdo toda capacidad de análisis y moderación. Contra Nigeria, no sé cómo, me lastimé un dedo pegándole al techo. Me enteré dos horas después cuando me empezó a doler. “Quiero que quedemos eliminados pero a la altura del partido”. Yo sé que él no sabe lo que me escribió ahí. O sí, porque inmediatamente le dio una chance a eso que él llama, inspirado por Dante Panzeri, la dinámica de lo impensado: “Ojo, igual capaz ganemos. Pero con épica. Somos Italia ’90”. No se haga problemas: a mí también se me vino a la mente la canción del mundial de los tanos cuando leí eso. “Charararaaaaaa, forcheron sara, una canzione…”.

Nadie está ajeno a lo que pasó en ese mundial: octavos de final, o sea, misma instancia que el partido de mañana. El rival era Brasil. Nos pasaron por arriba. El primer tiempo fue humillante al punto tal que Bilardo, en el descanso, solo le dijo a sus jugadores: “Muchachos, no se la den a los de amarillo porque son los rivales”. Maradona ese Mundial hizo tres cosas: una mano en la línea del arco para evitar el gol de Rusia que nos podía dejar afuera en primera ronda, putear a los italianos porque nos chiflaron el himno en la final y agarrar la pelota en mitad de cancha, con un tobillo infiltrado, a los 35 del segundo tiempo contra Brasil, sacarse de encima a Alemao, esquivar una patada de alguien de amarillo que queda tirado en el piso, correr para adelante, verlo a Caniggia tirar una diagonal para afuera, tirarse al piso y darle un pase casi arrastrándose entre las piernas de otro de amarillo y Cani, es ahora o nunca, Cani y salí corriendo a la calle gritando como si me hubiese salvado de la colimba, mientras mi vieja hablaba por teléfono con su hermana y yo me quedaba con un barrote del portón del garage en la mano.

Eso es “Somos Italia ‘90”. “El gol de Rojo es el de Monzón a Rumania”, me insiste Barba. Sí, yo también lo pensé. 1 a 1 en la última fecha y pasamos terceros del grupo, dando lástima y casi anticipando lo que, algunos mundiales después, iba a pasarle a los defensores campeones. Pedro Monzón, el inesperado héroe que, encima, es parecido a Rojo. Pedro Monzón, el primer expulsado en una final del mundo, por darle murra sin asco a Klinsmann, Völler y cuanto teutón le pasara cerca. Y si se le escapaban, los esperaba el cabezón Ruggeri con los rulos afilados. “Somos Italia ’90”, o cualquier seleciconado uruguayo de la historia, me animaría a agregar.

“Quiero que quedemos eliminados”, dijo, creo, inconscientemente. A lo que no me quedó más alternativa que recurrir a mi optimismo injustificado. A mis expectativas fundadas solo en todas las señales que en estos últimos 15 días el universo estuvo mandándole a Sampaoli. Repasemos: empate con Islandia, un país donde no hay césped y durante cuatro meses es de noche. Derrota catastrófica contra Croacia. Willy Caballero haciendo todo lo posible para que nos olvidemos solo por un rato de Higuaín. El dólar a 29 pesos. Icardi, según Recondo y Azzaro, le andaba rondando el pallier a Messi. Y de pronto el universo se manifestó: Nigeria le gana a Islandia y desde entonces me siento Arturo levantando la Excalibur (porque con Thor y el 19 islandés ya jodimos demasiado), el Tula pegándole al bombo; me sentí como cuando hago una tortilla de papas y no se me desarma toda cuando la quiero pasar a una fuente. Invencible. Así me sentí. In-ven-ci-ble. O como el 19 de Islandia, está bien. Entonces, ante la posibilidad de que Messi se quede afuera del mundial, le dije a Barba lo que vengo repitiendo desde que Nigeria nos abrió la puerta al mundo. “Vieja, el universo conspira. Solo hace falta escucharlo. Ya fue. Somos camp…”

–¡Callate! No lo podés decir en público.
–Pero Barba, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? El universo lo desea. Además, ¿no viste lo que te acabo de compartir?

Lo que le compartí es un texto que asegura que Dios es Argentino. Que Dios es Maradona. Y lo sustenta en la ya legendaria foto del 10 siendo iluminado por el único rayo de luz solar que, en ese momento, penetraba en el estadio, mientras el gordo está de brazos abiertos mirando al cielo, y una plebe de millonarios que pudieron pagarse una platea en Rusia lo admira idolotrándolo. A mí Maradona ni fú ni fá. Pero el universo… el universo no puede estar tan equivocado.

–La foto de Maradona y el sol me mató. Cuando la vi me caí de culo. Y sí, es Dios. Los ateos y los apóstatas saciamos nuestra necesidad de creer con Diego –me dijo Barba.
–Yo no puedo creer esa foto. Es como la de Messi en la tribuna del Camp Nou.

Yo ya sé que los convencí de que vamos a salir coso. Pero por si todavía hacía falta más, lo que sigue es casi científico. Dice Barba: “¿Viste que cuando alguien le cura el empacho con la cintita a otro se enferma? Es de brujo lo que hizo Diego. Se morfó toda la malaria de la selección con ese gesto de Tutankamón. Entró en trance y quedó molido. ¿O no viste cómo lo sacaron de la cancha? Es como Eleven, la de Stranger Things. Pero él es Ten.”

Miren, piensen lo que se les cante. No les estoy pidiendo que crean en mí. Tampoco en Barba o en Maradona. Es el universo. No puede ser que todo sea casualidad. Y si lo fuera, hay que aprovecharla. Confíen en el universo, pero sobre todas las cosas, en los que curan el empacho.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí