¿Insurrección? ¿Terrorismo doméstico? ¿Pasiones inflamadas? Los episodios en el Capitolio de los Estados Unidos inauguran la nueva etapa de la derecha norteamericana.

(Desde Filadelfia, Estados Unidos)

A la mañana del miércoles 6 de enero, las calles de Washington DC, generalmente vacías debido a la pandemia, se llenaron de manifestantes pro-Trump que llegaban para protestar contra la certificación de los resultados del Colegio Electoral. La certificación es más que nada una formalidad. La elección fue en noviembre y Donald Trump perdió. Los manifestantes no estaban de acuerdo con esa realidad. Tras la victoria de Joe Biden, Trump y su equipo de abogados intentaron cambiar los resultados electorales en las cortes. Impulsaron más de 60 juicios sobre el tema y fallaron en casi todos. Mientras tanto, los medios derechistas publicaron nota tras nota alegando fraude y corrupción (nadie pudo producir evidencia de ese fraude porque nunca ocurrió). Trump compartió estos mensajes por Twitter y su campaña empezó a organizar una manifestación en Washington para “detener el robo”. Grupos derechistas y grupos paramilitares, como los Proud Boys, se unieron al esfuerzo y también empezaron a promover la manifestación. Mientras tanto, un grupo de republicanos en el Senado y en la Asamblea, liderados por el senador Josh Hawley de Missouri, se prepararon para oponerse a la certificación de los resultados. Para Hawley, este era un acto de teatro político. Sabía que no tenía los votos para cambiar los resultados y le parecía una buena manera de alinearse con Trump antes de una posible campaña presidencial en 2024. Para los manifestantes, y quizás para Trump mismo, esto realmente representaba la última oportunidad para evitar su derrota. Así que descendieron a la capital, desesperados, sin máscaras y con armas.

A pesar de que esta manifestación se organizó en público por más de seis semanas, la policía federal no estaba preparada. Tras horas de tirar gas pimienta y pelear con la policía, los manifestantes lograron entrar al edificio del Capitolio. Los representantes intentaron seguir con la certificación y dentro de la cámara tres policías tumbaron un escritorio para bloquear la puerta y sacaron sus armas. Cuando ya no podían mantener la puerta cerrada, evacuaron a los representantes por túneles y los manifestantes tomaron el edificio. Quizás fue en ese momento en que se dieron cuenta de que no iban a cambiar el resultado de la elección. Algunos manifestantes se sentaron en el estrado de la representante Nancy Pelosi, como si eso les diera el poder de su oficio. Otros intentaron leer los emails o hacer llamadas con los teléfonos de la cámara. Muchos simplemente se sentaron en el piso, exhaustos. Pelosi pidió a la Guardia Nacional que ayuden a retomar el edificio y por un momento parecía que no lo iban a hacer. El gobernador de Virginia, que queda al sur de Washington, anunció que él iba a mandar su contingente de la Guardia Nacional y en ese momento la Guardia de Washington y la policía federal decidieron retomar el edificio.

Después de horas de caos, la Asamblea y el Senado se reagruparon. La Asamblea terminó de contar los votos electorales y el Senado debatió y los confirmó. El debate, como suelen ser en el Senado, fue largo y aburrido. Muchos senadores, de los dos partidos, sintieron la necesidad de hablar sobre el valor de la democracia. El senador King, de Maine, notó que la democracia es frágil, que hace menos de tres siglos éramos sujetos de un rey. La senadora Shaheen, de New Hampshire, habló de su viaje al país de Georgia para monitorear las elecciones allá. No entendí la anécdota. El senador Portman, de Ohio, declaró que “los Estados Unidos no somos Rusia ni China”. Una y otra vez escuché el refrán “este no es los Estados Unidos”. El ex presidente George W. Bush también se sintió obligado a pontificar sobre el tema. “Así se disputan las elecciones en una república bananera, no en nuestra república democrática”, dijo Bush, quizás olvidándose del origen de la frase república bananera y el rol de su país en un siglo de crímenes contra la humanidad en Guatemala. A las cuatro de la mañana del día siguiente, el Senado confirmó los resultados del colegio electoral. Joe Biden seré el nuevo presidente de los Estados Unidos.

Violentos incidentes en Estados Unidos durante la certificación del triunfo de Joe Biden

Todavía no queda claro qué nombre le pondrán a este evento. Algunos senadores lo llamaron “insurrección”, otros “terrorismo doméstico”, otros simplemente “pasiones inflamadas”. En la televisión hablaban erróneamente de anarquistas. La composición de la manifestación –llena de pequeños empresarios y veteranos de guerra– apunta a una contrarrevolución. El tema es que no existe una revolución para contrarrevolucionar. Entonces, fue más que nada un espectáculo político, un ensayo para el futuro. Murieron cuatro de los manifestantes. Dos murieron de sus propias lesiones. Uno se auto electrocutó con su Taser. Y, finalmente, un policía federal le disparó en la cara a Ashley Babbitt mientras intentaba entrar al recinto del Capitolio. La derecha empezará inmediatamente a convertir a Babbit en una mártir. Les ayudará el hecho que Babbit sirvió catorce años en la Fuerza Aérea de su país.

Es notable que la primera mártir de esta nueva etapa de la derecha sea una veterana. Durante sus dos siglos de vida, los Estados Unidos ha lidiado con sus problemas domésticos y con la expansión territorial y económica. Exportaron la violencia afuera para mantener un sistema doméstico caracterizado por su tremenda desigualdad. Ahora que el proyecto estadounidense se deshace, no nos debe sorprender que los soldados del nuevo fascismo aprendieran a usar la violencia en el extranjero. Para los estadounidenses, los eventos de ayer fueron un shock total. Para el resto del mundo, tan acostumbrado a la violencia, no significaron lo mismo.

El Senado y la Asamblea se fueron de vacaciones hoy, como si nada hubiese pasado. Se vienen años de plomo y no hay nadie al volante.

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