El 5 de marzo se inauguró la Casa de las Mujeres y Disidencias "Natalia Acosta", impulsada y autogestionada por La Poderosa. "Desde que estoy acá me volvieron las ganas de vivir", dice una de sus integrantes, sobreviviente de violencia de género.

Todo edificio tiene cimientos. La casa de Estrada 1121, en barrio Chalet, se asienta sobre la memoria colectiva y la decisión comunitaria de generar un espacio para acompañar a las sobrevivientes de la violencia de género. Sobrevivientes, porque nada en la apertura de esta casa puede pensarse en términos de victimización. Entre esas paredes hay alegría, hay hermandad, hay esperanza. Hay, sobre todo, feminismo: ese que te tiende la mano cuando tu vida pende de un hilo.

Es sábado a la tarde. Ellas llegan cantando, agitando. La lluvia se pega sobre las remeras rojas que dicen La Poderosa, el viento húmedo ondea las banderas, en el barro se dibujan las pisadas. No paran de aplaudir, sonríen, van entrando a la casa. Una invita, desde la puerta: "Pasen, que el lugar es chico pero el corazón es grande". El lugar "chico" es fecundo, tiene dos habitaciones y dos amplios espacios comunes, un patio donde flamean mediasombras coloridas y otro con una huerta donde crecen zanahorias y perejil.

En la entrada, una rayuela dibujada en el piso marca un recorrido colectivo. Es un juego infantil con pasos donde, saltando, se llega al cielo. En esta rayuela el cielo es el feminismo villero, los pasos: "los varones pueden jugar con muñecas", "las nenas juegan a pelota", "niñas no madres", "soy quien elijo ser".

La casa tiene un nombre: Casa de las Mujeres y Disidencias Natalia Acosta, en memoria de la joven desaparecida en 2009 de la esquina de Suipacha y 25 de Mayo, en pleno centro de Santa Fe. "Hablamos entre compañeras y elegimos ese nombre de forma unánime. Nunca vamos a dejar de buscarla, a pesar de que la causa se cerró, la lucha sigue", explica Cintia Pasculli durante la apertura.

Por las vecinas, para las vecinas

Todo edificio tiene puertas. En la inauguración de la casa, María Claudia Albornoz -la Negra- da unas palabras de bienvenida. "Las trabajadoras, adelante", llama. Doce mujeres avanzan un paso, la Negra les entrega sus remeras blancas, aquellas que usarán para atender el espacio. Luego cuentan que el mismo fue pensado para brindar acompañamiento a mujeres y disidencias que viven situaciones de violencia y que también allí habrán talleres de manicura, peluquería y un lugar de cuidado para las infancias.

En el sitio destinado a las infancias, una nena y un nene exploran los juguetes. Albornoz relata que ese lugar fue pensado con "lo que nos parece lo mejor para estas niñas y niños empobrecidos, porque a veces hay una idea de que para la gente que está por debajo de la línea de la pobreza hay que dar ropa rota o cosas que están en desuso". Después, agrega: "Nosotros creemos que nos merecemos lo mejor y por esos derechos también peleamos". 

Las mujeres de La Poderosa resisten a todo y la siguen remando. Son vecinas que dividen el tiempo de las tareas en sus casas y de las tareas para el barrio. Abrir un espacio comunitario pensado desde la belleza y la ternura para acompañar a otras y hermanarse en tiempos donde resuena la palabra ajuste es un acto de valentía. En pandemia, cuando muchas quedaron encerradas con los violentos, la casa permaneció siempre abierta.

"Acá saben que las vamos a contener. Saben que pueden venir a tomar un mate, a charlar y eso nos llena el corazón", explica la Negra. Detrás suyo, una pizarra blanca describe en tinta violeta la ruta de la denuncia: ese camino de obstáculos que deben atravesar las mujeres para librarse de su agresor.

La casa está ubicada en el extremo sur del barrio Chalet y será atendido por vecinas de ese barrio, de San Lorenzo, de Centenario, de la Villa del Centenario, del FONAVI, de Varadero Sarsotti y de Arenales. "Por el boca a boca es muy conocida la casa. La vecina viene, charlan y los acompañamientos vienen después de charla porque a veces no se animan a decir lo que les está pasando en la casa", dice Albornoz. 

Es el octavo espacio de este tipo que La Poderosa inaugura en el país. A la apertura en Santa Fe llegaron compañeras de la organización de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Rosario, Paraná, Tucumán, Chaco y Formosa.

A pura autogestión

Todo edificio se hace con trabajo. La casa fue comprada a través de gestiones con el Estado. Pero las reformas necesarias fueron hechas al mando de dos capatazas, que durante el proceso aprendieron albañilería.

"La idea empezó porque veíamos muchas compañeras con violencia de género, se luchó hasta comprar la casita y pudimos hacerlo. Hay algunas de nosotras que también sufrieron violencia de género, así que nos pusimos y la compramos", cuenta Yanina Ruiz, coordinadora del espacio.

La mujer también cuenta que llegó al barrio hace un año y medio, y que se acercó a la organización porque la invitó una compañera. "Me gustó y ya no me fui más. Porque yo no sabía todo lo que nos servía esto a nosotras, aprendí, seguí aprendiendo y lo sigo haciendo. Todavía me falta mucho por aprender, siempre ayudando a la mujer porque acá hay mucha violencia de género, muchísima", enfatiza. "Las mujeres que se acercan lo hacen porque están cansadas de que su agresor les pegue", explica Yanina.

—¿Cuánto trabajo de ustedes llevó todo esto?

—Llevó mucho esfuerzo, trabajo, tiempo y sacrificio. Estuvimos luchando cerca de dos años acomodando la casita.

—¿Cuál es su rol como coordinadora?

—Fijarme que cada eje funcione correctamente, como el de manicura, peluquería, yoga. Esas clases las dan las compañeras del barrio de forma gratuita.

—¿Cómo es dividirse entre las cosas que una tiene que hacer en la casa y poder apostar a un proyecto colectivo?

—No sé cómo hacemos, pero lo hacemos. Todas las mujeres de La Poderosa ponemos el granito de arena.

Salir del infierno

Todo edificio está hecho de un material sólido que te separa de la intemperie. Gisela llegó a la casa hace seis meses, luego de una situación de violencia que casi le cuesta la vida. "La Negra me conoce desde que era bebé, sabía lo que había sufrido y me invitó a conocer lo que es La Poderosa, porque siempre veía pero no sabía cómo funcionaba", le cuenta a Pausa. "Ella me dijo que acá hacían acompañamientos por las violencias, me ofrecieron el acompañamiento y desde ahí me quedé. Sentía que estaba sola en lo que estaba pasando pero me di cuenta de que no estoy sola. Y de que no era la única mujer que sufría violencia o que casi les cuesta la vida", explica. 

Gisela estuvo en pareja cuatro años. Primero empezaron los insultos. Luego vinieron las manos. "Yo me lo aguantaba porque siempre recibía amenazas de parte de él, que la iba a lastimar a mi mamá o a mi hermano más chico. Llegó al punto de que yo lo quise dejar y tiroteó la casa de mi mamá", cuenta. Tras ese suceso, recuerda que el violento le pegó en la calle, a la vista de todos. 

"Después seguí recibiendo amenazas y por miedo a que lastime a alguien de mi familia volví con él. Ahí entré al infierno. Recibí puñaladas, me rompió la cabeza, estuve en el hospital. Yo no me quería defender porque tenía miedo de morir. Hasta que un día me cansé, lo eché de mi casa pero a la semana volvió y me agarró en la calle con un arma", denuncia la mujer.

Los hechos se van desgranando: el forcejeo, el tipo apuntando a la cabeza, las balas que no salen, el forcejeo, un disparo que se escapa, el violento que sale herido en una de sus manos. "Si yo no me defendía en ese momento, terminaba muerta adelante de todo un barrio que estaba mirando", asegura ella. Ese día se prometió a sí misma que no iba a morir en las manos de un hombre: "No iba a permitir que me peguen más".

¿Dónde estaba el Estado mientras un hombre gatillaba sobre la cabeza de una mujer, en plena calle? "Hice las denuncias, pero no me daban pelota", responde Gisela. Al parecer de la comisaría de FONAVI, la mujer ya había hecho "muchas denuncias", entonces "estaban cansados" y además "veían que él iba para su casa". "Pero iba a molestar", replica ella.

"Una vez llegó a las dos de la mañana a querer prenderme fuego por la ventana mientras yo estaba durmiendo con mis hijos. Llamé al patrullero, vino después de dos horas. En la comisaría se me reían", recuerda.

Llegó a hacer doce denuncias, la última en el Ministerio Público de la Acusación. Recién ahí consiguió el pedido de captura. Sin embargo, poco después el violento fue liberado. "La Justicia es injusta porque no te dan pelota, prácticamente estás sola. En la calle tengo que andar con 20 ojos, porque no sé cómo puedo terminar. Pero no voy a bajar los brazos, no le voy a dar el gusto a un hombre", dice ella.

La casita de Chalet, la que lleva el nombre de Natalia Acosta y la que tiene pintadas a Ramona Medina y a Ana María Acevedo en sus paredes, fue su salvavidas. "A lo mejor antes me veía sin fuerzas y sin ganas pero desde que entré a La Poderosa me sentí más fuerte, con ganas de luchar. Hoy estoy feliz por estar acá porque yo lo pasé y sé lo que es, pero por dentro tengo la tristeza y la angustia porque no vivís tranquila con tu agresor afuera", expresa.

Gisela afirma, al filo de su relato: "Si yo no me hubiese involucrado acá, hoy estaría en un cementerio. Desde que estoy acá me volvieron las ganas de vivir".

—¿Qué le diría a las mujeres que hoy están en esa situación? 

—Que no tengan miedo porque no están ni van a estar solas.

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