Foto: Mauricio Centurión

Cada vez hay más laburo, cada vez la plata vale menos. Los datos duros de un momento crítico de la economía y los trabajadores que pone en jaque la base política en la que se sustenta el gobierno.

Hay mucho más trabajo, pero el salario viene perdiendo feo con la inflación. Esa frase sintetiza la actualidad del mercado laboral en Argentina, donde las cifras de desocupación están entre las más bajas en los últimos 20 años, pero el poder adquisitivo se mantiene en el pozo donde empezó a caer desde 2015. Un pozo cuya salida parece cada vez más lejana, dado el aumento constante y generalizado de los precios, que demuele casi cualquier acuerdo paritario, y donde los que más hundidos son los más pobres.

El ritmo de creación de empleo registrado cuadruplica al del macrismo, llevando a que hoy haya más trabajadores registrados que nunca, pese a que existan sectores –sobre todo ligados a las clases populares– donde no cede el empleo no registrado. El sector privado, específicamente la industria, están motorizando la incorporación de trabajadores.

En el reverso, el poder adquisitivo está por el suelo. En la comparación del alza de salarios públicos, privados y no registrados contra la suba de la inflación, el panorama es desolador. Junto con un aumento de la desocupación, que varias veces superó los dos dígitos, la gestión de Mauricio Macri terminó con una caída del 20,8% del poder adquisitivo de los privados registrados y de 23,6% de los públicos. En ese empeoramiento del mercado de trabajo se explica en parte la derrota de Cambiemos. Pero desde 2019, el gobierno que llegó al poder prometiendo mayor consumo no logra mejorar el salario real.

Pandemia mediante, con Alberto Fernández los trabajadores no registrados perdieron el 6% de su poder adquisitivo, los privados registrados perdieron el 1,4% y los públicos el 3,3%. Con más precisión: los trabajadores públicos son los que más poder adquisitivo perdieron durante más tiempo, sobre todo en 2020. Y estos son datos a abril. Todavía falta calcular qué pasó con el poder adquisitivo con los mazazos inflacionarios de mayo y junio.

Bolsillo flaco

Sectores como los administrativos estatales de la Nación, con el 64%, bancarios con el 60% o comercio, con el 59%, acordaron aumentos salariales anuales en paritarias para 2022 que, para el momento de las firmas, parecían importantes. Con una inflación interanual que a junio llegó a 64% (la más alta desde fines de 1991), en todas las proyecciones parece claro que, sin reapertura de negociaciones, los sueldos quedarán muy lejos de alcanzar el alza de precios. Y no estamos hablando del grueso de los sectores que de por sí tienen aumentos pactados con sus patronales que están muy por debajo de la carrera de las góndolas: la docencia universitaria hoy está movilizada porque el gobierno nacional no se mueve de su oferta de 41% de aumento salarial para 2022.

Además, la dinámica del alza de precios y de salarios es desigual. Sólo en junio los precios subieron 5,3%, después del 5,1% de mayo, el 6% de abril y el pico de 6,7% de marzo. En ese período, ninguna paritaria tuvo esos mismos porcentajes de subas salariales. Si la inflación se sigue aplacando –un gigante condicional–, los sueldos podrán ir recuperando algo del poder adquisitivo. Eso no quita la zozobra ya padecida: los precios aumentan primero, los salarios después. Todo este párrafo glosa lo que mejor esclarece un apotegma del acervo nacional: los precios suben por el ascensor, los salarios por la escalera.

Por eso es tan razonable el impacto de la inflación en el malhumor social. Es asfixiante, los momentos de recuperación son breves y, después, vuelta al ahogamiento.

Bolsillo más flaco

Si bien los aumentos en paritarias suponen un alza de los salarios que tiene su eco, aunque en menor medida, en los trabajadores no registrados, hay sectores donde el trabajo fuera de norma es tan masivo que la desprotección es la regla y no la excepción. Para peor, son los trabajos que mejor pintan a las familias trabajadoras de los barrios populares.

En el último trimestre de 2021, los porcentajes más altos de trabajo no registrado se expresaban en el empleo doméstico (78,2%), la construcción (73,2%), hoteles y restaurantes (55,1%) y comercio (43,6%). Esas cifras, altísimas, no distan del porcentaje promedio de trabajo no registrado de esos sectores entre 2003 y 2021, los últimos 18 años: empleo doméstico marca un 82,4%, construcción un 67,7%, hoteles y restaurantes un 47,3% y comercio un 41,8%.

No se trata de una condición coyuntural o reciente, sino que es estructural, y afecta, sobre todo, a los sectores más cercanos al empleo de las clases populares. Son los sectores que menos calificación requieren en el trabajo urbano. El trabajo no registrado toma provecho de la necesidad y el Estado no supo, y por momentos no quiso, encontrarle la vuelta a la formalización de esos trabajadores.

Como sucede con los monotributistas, nunca en su horizonte de expectativas está presente el aguinaldo (el decimotercer sueldo) o las vacaciones (el mes que se cobra sin trabajar). Casi dos décadas de estancamiento en la informalidad transforma no sólo la percepción sino la experiencia de los derechos laborales y lo que implican.

Para los pobres, todo sale más caro. No sólo sus aumentos salariales son menores en sus empleos no registrados, sino que rubros de inevitable consumo tienen alzas de precios anuales más altos que la inflación general: alimentos y bebidas no alcohólicas marcó una suba anual a junio de 66,4% y prendas de vestir y calzado del 83,6%. Quienes más necesitaban una mejora del poder adquisitivo son quienes más lo están perdiendo.

Volver al ruedo

El otro lado de la caída del poder adquisitivo es el cambio de vida para quien no tenía trabajo y pasa a tenerlo. Hoy hay mucho más y mejor empleo que durante la pandemia y que durante el macrismo.

La cifra general la da el Indec. La desocupación marcó 7% en el primer trimestre de 2022, el mismo porcentaje que en el último trimestre de 2021, una gran mejora respecto del 10,2% del primer trimestre de 2021. Además, las tasas de empleo (personas con trabajo) y de actividad (personas con trabajo o que buscan trabajo) también mejoraron en la comparación interanual: 46,5% fue la actividad en 2022 contra 46,3% en 2021 y 43,3% el empleo contra 41,6% en 2021. Hay más gente activa, hay más gente empleada, hay menos gente sin empleo.

Ese 7% de los dos últimos trimestres relevados por el Indec cobra más valor en una comparación más extensa: son los dos trimestres con menor desocupación desde 2015. En estricto rigor, sólo comparando trimestres equivalentes, hay que ir hasta el cuarto trimestre de 2014 para encontrar una desocupación más baja. Respecto del primer trimestre de 2022, no hay registro de un primer trimestre con una desocupación más baja, al menos desde 2003 a la fecha.

En una medición más rigurosa, la cantidad de trabajadores registrados bajo todo concepto es hoy la más alta de la historia. Para ubicar el dato: a mayo, según el Indec, el 64,1% de la población empleada cuenta con un trabajo registrado, mientras que el 35,9% no está registrado. En el promedio de 2003 a 2021, el empleo no registrado marca 36,8%.

Es un extraño y falso lugar común la idea de que en Argentina no se genera empleo. En Argentina hay períodos donde se crea empleo y períodos en los que se lo destruye. El padecimiento de tres períodos históricos de destrucción de empleo en los últimos 50 años debería servir como advertencia.

El último período fue reciente. El ciclo 2015 a 2019 fue un ciclo de destrucción de trabajo, a diferencia del ciclo previo y posterior. No es opinión, son datos. A lo grueso: entre 2015 y 2019 unas 105.609 obtuvieron un trabajo registrado. Es una cifra bajísima, menos de un cuarto de lo que se debería haber creado para acompañar el crecimiento vegetativo de la población. Desde 2019 hasta abril de este año, unas 467.824 alcanzaron un trabajo registrado, según los datos del Ministerio de Trabajo, en base a la Anses.

El trabajo registrado no sólo se recuperó de la caída abrupta que corresponde a las restricciones de la pandemia, sino que entre 2019 y 2022 se creó cuatro veces más empleo registrado que durante todo el macrismo. Ese aumento vertical no se debe a que se ensanchó bestialmente el empleo público: se debe a que durante la gestión de Cambiemos se destruyó empleo privado, mientras que en la gestión del Frente de Todos, aun con pandemia, se creó trabajo privado registrado.

La diferencia

No es el empleo público el que explica que hoy haya cuatro veces más empleo registrado creado que durante todo el ciclo macrista. Entre 2015 y 2019, más de 108 mil personas obtuvieron un trabajo público registrado. Es decir: durante el macrismo, de no ser por empleo público, no hubiera habido crecimiento del empleo registrado. En lo que va de la gestión de Alberto Fernández, más de 83 mil personas accedieron a un empleo público registrado.

Entre los trabajadores registrados están los monotributistas, que se dispararon desde 2019. Durante el macrismo, en promedio todos los meses se sumaban 3422 monotributistas. Esa cifra escala a 7324 durante la gestión de Fernández. Es una diferencia muy significativa: como todo monotributriste lo sabe, este es también un indicador de precariedad laboral oculta. En números totales, más de 167 mil monotributistas nuevos se sumaron entre 2015 y 2019, contra más de 212 mil que ya lleva sumados la gestión Fernández.

El trabajo registrado en casas particulares sufrió un verdadero mazazo durante la pandemia. Es uno de los pocos sectores del mercado de trabajo donde los resultados son mejores durante el macrismo que durante la gestión de Fernández. Entre 2015 y 2019, unas 55 mil personas registraron su trabajo en casas particulares. Desde 2019, y sobre todo con la pandemia, más de 27 mil personas dejaron de estar en blanco. La caída se estabilizó en diciembre de 2020, pero no se observa ningún atisbo de repunte.

Por último, el dato más relevante, la diferencia más significativa: durante el macrismo más de 233 mil personas perdieron su empleo privado registrado; durante la gestión de Alberto Fernández, más de 84 mil personas obtuvieron un trabajo privado registrado. El macrismo fue una máquina de destruir empresas y empleo privado. El ciclo iniciado en 2019, aun con la pandemia en el medio, es su exacto opuesto.

Con Mauricio Macri, todos los meses, en promedio, 4768 personas perdían su trabajo privado registrado. Con Fernández, 2905 personas lo obtienen. El giro es de 180 grados, pero ese ritmo promedio indica también que quizá para 2023 no se recupere todo lo destruido entre 2015 y 2019.

El empleo privado

El empleo privado registrado es, justamente, el remanido “empleo de calidad", el más virtuoso –desde ciertas perspectivas– ya que no depende del Estado, sino que es producido por la iniciativa privada. Dos son las actividades que explican un tercio del empleo privado registrado: la industria y el comercio. Si se suma la hotelería y los restaurantes y la construcción, se obtiene además una aproximación más precisa a los sectores que reflejan la dinámica económica en nuestro país.

El comercio, la hotelería y los restaurantes son los sectores más impactados por las medidas de cuidado durante la pandemia. Muy sensible a la estacionalidad, sólo en ciclos de mucho crecimiento del empleo (como en 2010 y 2011) logra equiparar durante el frío la cantidad de empleados que demandan el verano y las vacaciones.

Actualmente, las cifras son superiores a las de mayo de 2019, pero se encuentran por debajo de enero y febrero de 2020. Durante el macrismo, el comercio, la hotelería y los restaurantes perdieron casi 86 mil trabajadores registrados; con Alberto Fernández apenas hubo un crecimiento de poco más de cinco mil trabajadores.

Sector sensible para el empleo popular, la construcción tuvo un freno durísimo durante la pandemia y, desde julio de 2020, no para de repuntar. Actualmente, también está recuperando lo perdido durante el macrismo. Entre 2015 y 2019, más de 37 mil trabajadores de la construcción quedaron sin laburo registrado. A abril de 2022, último dato disponible había más de 416 mil trabajadores registrados en el sector, contra 397 mil de diciembre de 2019.

En marzo de 2019 arrancó una caída vertical en la cantidad de trabajadores registrados de la construcción. Sólo en el último año del macrismo, unos 59 mil trabajadores de la construcción quedaron sin laburo registrado; en el pico de la pandemia, casi 53 mil trabajadores fueron los que perdieron su laburo. Más rápido: para el empleo privado registrado de la construcción, fue más potente la crisis del último año macrista que las restricciones del coronavirus.

El sector privilegiado por el actual modelo es el industrial, en el más exacto reverso con el macrismo. El ciclo 2015 a 2019 fue destructivo especialmente con este sector, que redujo en más de un 13% su cantidad de trabajadores registrados.

Durante la gestión 2015-2019 casi 169 mil personas perdieron su trabajo privado registrado industrial, desde 2019 a abril de 2022 casi 57 mil lo recuperaron. Más significativa es la medición de las caídas mensuales en la cantidad de trabajadores: durante el macrismo, hubo sólo ocho de 48 meses en los que hubo incrementos en la cantidad de trabajadores registrados de la industria; a partir de 2019 –incluso con la pandemia– hubo caída en apenas cuatro meses, en todos los demás hubo incrementos.

Actualmente, la cantidad de trabajadores privados industriales es superior a la de octubre de 2018. Hay 1.144.161 trabajadores privados industriales registrados. Queda muchísimo, no obstante, para recomponer todo lo perdido: Macri pulverizó una industria que, en 2015, empleaba de forma registrada a 1.252.108 personas.

¿Y entonces?

Hace un mes en Radio 10, Alberto Fernández reseñó que “La producción argentina está volando. Tenemos récord industrial. La producción anda bien, el empleo también, incluido el informal”. Luego, reconoció que “es cierto que los salarios reales todavía están bajos” y finalmente confesó ¿Dónde está fallando el programa? En la distribución. Justamente en la distribución es donde el salario crece y el bolsillo se llena de plata. Esa es nuestra mayor obsesión hoy”.

Se reconocen avances en la redistribución de la riqueza, como el Aporte Solidario durante la pandemia o el proyecto de impuesto a la renta inesperada como producto de la invasión rusa a Ucrania. Pero es difícil identificar cuáles son las medidas que el gobierno está llevando adelante para detener la caída del salario real. Encima, se acerca el fin de los subsidios a la luz y el gas, si bien se prevé que su continuidad para los más necesitados y una suba por debajo de la inflación para los sectores medios.

El país viene de crecer 10,4% en 2021 y sigue para arriba. “Está volando”, dice el presidente. Está volando mientras diariamente en las góndolas las personas que tienen trabajo notan que sus ingresos están por debajo de la línea de pobreza, estimada para mayo en 99.677 pesos para una familia de dos adultes y dos niñes. Una familia con cien mil pesos de ingresos es pobre.

El aumento del salario real no es un simple hecho de “distribución”. Es el resultado de una puja respecto de quién se queda con la riqueza, con el valor del trabajo producido. Ni siquiera el Estado está pagando por encima de la inflación. Hasta ahora, vienen ganando más los mismos que van a hacer todo para que en 2023 este gobierno pierda las elecciones. Y aquellos trabajadores que bancaron con su voto la promesa de volver a llenar la heladera ya parecen tener las esperanzas rotas.

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