El dato surge del informe Creencias Sociales 2024 del observatorio Pulsar UBA. "La mayoría valora la ciencia como motor de desarrollo, pero no la considera una prioridad inmediata frente a otras demandas sociales y económicas", señalan.
Pulsar.UBA, el observatorio de la Universidad de Buenos Aires especializado en el estudio de la opinión pública, publicó esta semana la última entrega de Creencias Sociales 2024. En esta oportunidad indagaron sobre los argentinos y la ciencia.
"¿Es importante el desarrollo científico para el país? ¿Qué piensan los más jóvenes sobre esto? ¿Los continentes se mueven? ¿La cura para el cáncer existe y no lo sabemos? ¿El cambio climático es una realidad? ¿De dónde vienen los seres humanos: evolucionaron o fueron creados por una divinidad? ¿Cuánto usamos internet para curarnos? ¿Qué pensamos sobre la Inteligencia Artificial? ¿Creemos que puede superar a los seres humanos?", son algunas de las preguntas que intentaron responder.
¿Importa el desarrollo científico argentino?
Una parte importante de la encuesta apuntó a una pregunta central que ha cruzado décadas de discusión académica argentina, pero también latinoamericana: ¿cuánto importa el desarrollo científico en el país? De hecho, ¿importa?
El 55% de los consultados respondió que “la ciencia es importante para el desarrollo de Argentina y debería ser una de las principales prioridades del país”. En cambio, el 44% cree que “el desarrollo científico es importante, pero hay otras prioridades que atender antes”. Solamente el 1% indicó que no tiene importancia y no debería ser prioritario. La Argentina, entre desarrollistas prioritarios y desarrollistas secundarios.
Esta división tiene, a su vez, un dato que a los investigadores "sorprendió bastante". Las generaciones más jóvenes se enrolan entre los secundarios antes que entre los prioritarios: el 51% considera que hay otras urgencias antes que el crecimiento de la ciencia, mientras que el 47% considera que es una urgencia. Entre adultos (56%) y adultos mayores (62%), en cambio, indican que tendría que ser una preferencia pública clara y decisiva.
Las respuestas también muestran una importante asociación con el voto presidencial 2023 y con el interés en la política. Los votantes de Sergio Massa consideran que el desarrollo científico sí es una prioridad nacional (62%). En cambio, los de Patricia Bullrich (54%) y Javier Milei (54%) se paran juntos en la misma vereda del desarrollo como algo secundario. En cuanto al segundo cruce, no hay aguas divididas pero sí pequeñas diferencias: quienes demuestran interés en la política están más convencidos sobre su importancia (57%) que quienes no lo tienen (51%).
Ciencia, conocimiento y evolución humana
Según explica el informe, ante la frase “los continentes en los que vivimos se han estado moviendo durante millones de años”, un importante 85% considera que sí, frente a un 10% que indica que no es tan así.
Otra, cuya respuesta va en una línea similar, consultó si “los primeros seres humanos vivieron al mismo tiempo que los dinosaurios”, con un 66% que se manifestó en desacuerdo con la afirmación, frente a un 22% que indicó lo contrario.
Otra de las destacadas es si existe la cura para el cáncer, “pero está oculta al público por intereses comerciales”. Las respuestas arrojaron un 67% que está muy o bastante de acuerdo con esta frase, mientras que el 29% indicó que está poco o nada de acuerdo. El alto nivel de acuerdo con esta afirmación trasciende ideologías, edades o niveles educativos. Esta creencia revela una sospecha estructural: frente a lo que no se entiende o lo que duele, aparece el fantasma de la manipulación.
La última para resaltar muestra un debate de actualidad bastante presente en la agenda pública internacional: el cambio climático. Casi dos tercios (59%) creen que es causado por la actividad humana, antes que por los ciclos naturales de la tierra.
Profundizando un poco más sobre estas cuatro frases, los investigadores señalan que encontraron que el nivel educativo no solo estructura opiniones políticas o económicas, sino también creencias sobre el mundo natural y el conocimiento. En un contexto de sobreinformación y desinformación, la educación sigue siendo un factor protector clave, aunque no infalible, contra la desinformación, el conspiracionismo y la distorsión de hechos científicos.
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Un ejemplo al respecto: a mayor nivel educativo, mayor convencimiento sobre el movimiento de los continentes (68% de acuerdo entre quienes tienen solo primaria vs. 90% entre quienes alcanzaron el nivel universitario). Adicionalmente, y salvo en lo que respecta al convencimiento sobre la deriva continental, los cruces de variables incorporados al informe sugieren que la creencia en Dios también estructura el modo en que las personas interpretan el conocimiento científico acumulado, especialmente cuando este entra en tensión con explicaciones religiosas. La Argentina heterogénea y compleja.
Por último, la teoría de la evolución encuentra una cantidad mayoritaria de adeptos en la sociedad argentina, con un 53% de encuestados que consideran que nos desarrollamos a partir de especies anteriores de animales. Sin embargo, el creacionismo se mantiene activo en la sociedad argentina: un 39% está convencido que fuimos creados por una inteligencia divina o superior.
La IA y el Internet en nuestras vidas
Respecto de la Inteligencia Artificial (IA) y de Internet, "los datos de nuestra encuesta no tiene una respuesta conclusiva", señalan.
En el relevamiento se preguntó por el grado de acuerdo existente en la sociedad con la posibilidad de que la IA pueda superar a los seres humanos. Y las aguas están divididas: el 46% está de acuerdo, mientras que el 52% no lo está. Yendo un poco más profundo, un cuarto está muy de acuerdo con que sí (24%), mientras que casi un tercio está muy en desacuerdo con que esto finalmente ocurra (30%).
Esto muestra una sociedad escéptica ante la idea de que la IA supere al ser humano, aunque no de manera tajante. Los más jóvenes (18-29 años) son el único grupo donde predomina la creencia en su superioridad futura (55% está muy o algo de acuerdo). Esto puede vincularse con una mayor familiaridad tecnológica, exposición a narrativas digitales y una socialización en un mundo donde la IA ya opera cotidianamente.
En cambio, a medida que se avanza en edad crece el escepticismo. Entre los mayores de 50 años de edad, la mayoría rechaza esa posibilidad (55% está poco o nada de acuerdo), quizás como defensa simbólica del lugar humano o por menor exposición y comprensión al avance de estas tecnologías.
Estas diferencias también tienen su correlato en zona de residencia y nivel educativo. La población metropolitana de Buenos Aires ve una evolución en la misma línea que los más jóvenes (55% de acuerdo vs. 43% de desacuerdo). En cambio, quienes viven en alguna de las provincias del resto del país tienen la visión completamente opuesta: 42% de acuerdo vs. 55% de desacuerdo.
El rol de la IA en nuestras vidas tiene su lectura política y partidizada. Encontramos una importante relación entre las respuestas a la encuesta y el voto presidencial en octubre de 2023. Quienes optaron por Sergio Massa (41% de acuerdo vs. 58% de desacuerdo) y por Patricia Bullrich (43% vs. 53%) se encuentran en la misma vereda. Enfrente, aparecen los votantes de Javier Milei, con 52% que cree que la IA si nos superará frente a un 46% que creen lo contrario. También hay una relación con el interés en la política. Los más comprometidos e interesados son más escépticos, mientras que quienes muestran menos interés en la cosa pública aparecen levemente inclinados a estar convencidos de lo inevitable.
Finalmente, y en línea con el uso de herramientas tecnológicas en nuestra vida cotidiana, un 81% respondió que sí frente a la consulta de si en los últimos 12 meses ha recurrido a internet para buscar información médica o de salud para dolencias propias. Solo el 19% indicó que no.
Los argentinos y la ciencia, conclusiones
Para los investigadores, Creencias Sociales 2024 deja tres ideas madre. En primer lugar, hay una alta valoración de la ciencia, pero desde una distancia pragmática. Existe un reconocimiento social extendido del valor de la ciencia como motor de desarrollo nacional. Sin embargo, esa valoración convive con la sensación de que hay otras urgencias (económicas, sociales, políticas) más inmediatas. La ciencia aparece como un ideal deseable, pero no siempre como una herramienta cotidiana. Lo que se valora es el símbolo de “la ciencia”, pero aún no su presencia encarnada en la vida diaria. Es una ciencia respetada pero lejana.
Hay un hilo conductor en todo el informe. La variable educativa es la que muestra las diferencias más significativas y persistentes en todos los cruces analizados, especialmente en temas de conocimiento científico básico, evolución, y conspiraciones tecnológicas o médicas. La educación fortalece la confianza en la ciencia y reduce la adhesión a narrativas alternativas o sobrenaturales. Pero su efecto no es absoluto: algunas teorías conspirativas persisten incluso en niveles educativos altos, especialmente aquellas que interpelan a estructuras de poder (como el sistema de salud o las farmacéuticas).
Desde una visión opuesta, podría decirse que la educación formal opera como mecanismo de legitimación del conocimiento científico y de debilitamiento del relato religioso como explicación del mundo. Hasta los consensos científicos más generalizados, como la tectónica de placas y deriva continental, siguen dependiendo de la escolarización para su apropiación.
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En segundo lugar, y siguiendo lo dicho anteriormente, hay una fragmentación de las certezas en paralelo a una multiplicación de las creencias. El estudio muestra que no existe un consenso estable sobre hechos científicos ampliamente aceptados. La idea de que los humanos evolucionan, que no convivieron con dinosaurios, que los continentes se mueven, o que el cambio climático tiene origen humano no es compartida por toda la población.
Esto lleva a pensar que el conocimiento ya no es incuestionable. Hay un proceso de pluralización de verdades: muchas personas combinan fragmentos de ciencia, religión, rumores y sospechas. La verdad científica coexiste con otras formas de sentido, a veces contradictorias, sin necesariamente entrar en conflicto.
En tercer lugar, la ciencia no ha roto el monopolio de la religión como última explicación. El credo influye en la forma en que las personas integran (o rechazan) explicaciones científicas sobre el origen de la vida, el tiempo geológico y la evolución. La fuerte presencia de la creación divina como explicación del origen humano muestra que la religión sigue operando como relato de sentido central para una parte de la población. El efecto no es solo cognitivo, puede implicar, para algunos, negar un marco de fe y espiritualidad.
En este sentido, la secularización no ha desplazado completamente las cosmovisiones religiosas. Lo que emerge es una forma de sincretismo moderno: prácticas cotidianas guiadas por la ciencia coexisten con explicaciones trascendentes sobre la vida y el mundo. Hay una disputa entre múltiples formas de interpretar el mundo, en la que el conocimiento científico no tiene asegurado su lugar, y debe seguir legitimándose, comunicándose y conectando con la sociedad.
Esto nos lleva a pensar que las creencias científicas no están garantizadas por la modernidad ni por la racionalidad científica. Aún existe un núcleo duro de la población con baja escolarización y alta religiosidad que presenta resistencia o desconocimiento frente a nociones científicas ampliamente consensuadas.
Los discursos públicos y las políticas educativas deben considerar que el acceso a la información no es suficiente: hace falta una pedagogía cultural que reactive el valor social del conocimiento, sobre todo en tiempos de desinformación digital y crisis de confianza.