A veces, la inocencia nos lleva a creer que la felicidad llega cuando los deseos se vuelven realidad. El problema –esa es la trampa de la inocencia– es que no sabemos cuál es nuestro verdadero deseo.

El domingo 25 de octubre participaremos de una elección distinta. En la actualidad, como en 2007 y 2011, las variables socioeconómicas muestran solidez y estabilidad en términos históricos relativos: recuérdese la salida de la dictadura en 1983, la hiperinflación de 1989, la megadesocupación de 1995, la recesión de 1999 y el sangriento caos de 2003.

Tanto en 2007 como en 2011, la elección tenía como referencia la continuidad concreta de los liderazgos personales: el apellido Kirchner estaba en la fórmula. Como no sucedió con Menem, ni con Duhalde, en 2015 el peronismo ha logrado construir un candidato nuevo, sin mayores tropiezos, con un aval casi total del partido y con el apoyo explícito, sin chicanas resonantes ni torpedeos abiertos, de la máxima autoridad política: la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Por la oposición, la oferta contiene a Mauricio Macri, un prototípico vástago de la clase alta porteña que supo armar una oferta cabalmente representativa de su sector. La derecha dura, como nunca, tiene su partido propio. Sergio Massa ocupa el lugar de la diáspora peronista, a esta altura casi una constante electoral. La novedad histórica –porque no es una noticia y porque sí es un hecho de magnitud– es el desvanecimiento de la UCR, tras su continua declinación iniciada en 2001.

Todos los candidatos reconocen buena parte de las políticas públicas del largo período que termina, todos realizan propuestas que parecen apenas notas a pie de lo que el kichnerismo generó en 12 años. Como muestra: la seguridad social. Macri quiere extender la Asignación Universal a los hijos de los monotributistas, Massa quiere pagarles a los jubilados el 82% móvil y Scioli apunta a devolverles el IVA; los tres compiten respecto de los millones de créditos hipotecarios que darían. Todas esas propuestas son meros retoques y empalidecen ante la masiva incorporación de personas al sistema jubilatorio, la creación de la Anses y el Plan Procrear.

En suma, en 2015, finalmente, el “país normal” es una realidad y la transición institucional será un hecho. Sin embargo, avanzamos a una elección en la que la apatía cunde y el espanto, más que la euforia, parece ordenar las preferencias.

 

Qué pasará el domingo

Mas pasemos ahora a los bifes y luego continuemos pensando en la naturaleza de nuestros deseos y en lo ominoso –o decepcionante– que puede ser su cumplimiento.

La encuestología será rechazada de plano, no por postular su ineficacia, sino porque la difusión de pronósticos se ha vuelto una herramienta de campaña. La buena data –libre de operaciones políticas– no llega a los medios o, más bien, no es publicada fielmente, ya que se usa más para tomar decisiones empresariales que para informar al ciudadano. (En ocasiones, esos reportes internos se cuelan entre líneas, como en esta psicodélica nota de Eduardo van der Kooy para Clarín, en la que llama María Julia a María Eugenia Vidal y en la que dice que a Macri “se le haría cuesta arriba trepar al 33% que persigue para encerrar en un balotaje” a Scioli, lo que equivale a decir que Clarín maneja encuestas no publicadas donde Scioli llega al 43% de los votos).

Como sea: utilicemos bases sólidas para ubicar las fichas.

En primer lugar, descartemos a Massa. Por sí solo sacó apenas el 14% de los votos en las primarias. Con el 6% de su rival interno De la Sota llegaría a 20%, eso si recibe todos y cada uno de esos sufragios, cuestión dudosa: una parte puede derivar hacia Macri (voto útil anti K) y otra hacia Scioli (voto conservador peronista). Aun cuando eso no sucediera, le faltan 10 puntos para ser competitivo. Una verdadera lástima para el anti kirchnerismo: tiene razón Massa cuando dice que él es el único que puede ganarle en segunda vuelta a Scioli, por ser peronista y anti K a la vez. Tiene razón y, además, desnuda una tendencia que puede darse ya en primera vuelta: el voto peronista yendo a ganador.

[quote_box_right]La difusión de pronósticos se ha vuelto una herramienta de campaña. La buena data –libre de operaciones políticas– no llega a los medios o, más bien, no es publicada fielmente, ya que se usa más para tomar decisiones empresariales que para informar al ciudadano.[/quote_box_right]

El argumento de Massa es simple: sus votos –peronistas– en una segunda vuelta compuesta por Scioli y Macri, se volcarían más hacia el peronista que hacia el candidato de Cambiemos, pese a los monumentos recientemente inaugurados. Las preguntas son: ¿Por qué no pasaría eso en primera vuelta? ¿Por qué los candidatos massistas a intendente, concejales, diputados, no repartirían sus boletas junto a la de Scioli, generando alteraciones en el empuje y el arrastre? Las respuestas, en verdad, se dieron desde agosto a la fecha, con un sinnúmero de cambios de bando desde el Frente Renovador al Frente para la Victoria.

Consideremos las chances de Macri, que cuenta con un 24% de votos propios. Tendría que aunar la cosecha completa de Ernesto Sanz y Elisa Carrió para llegar al 30%. Más allá de las grandes fisuras en el radicalismo respecto de apoyar o no al recoleto candidato, anchas como el río Salado –con Palo Oliver de un lado y José Corral del otro–, la óptima cifra final sigue siendo baja, aun cuando pueda crecer en Córdoba rascando votos delasotistas. Además, el affaire Niembro talló duro, no sólo por el voto republicano anti corrupción. También hay que preguntarse cuánto valía el empuje del súper conocido comentarista en la provincia de Buenos Aires. Sin googlear, ¿usted sabe cómo se llama la candidata a diputada que ocupó su lugar en la lista?

La estrategia del voto útil, la peronización en contra de Massa y la apelación a un inverosímil apego a las políticas de los últimos 12 años parecen más manotazos de ahogado que otra cosa. Hasta Mirtha Legrand, en su mesa, lo toma para el churrete. Sin embargo, habrá que esperar hasta el domingo, eso está claro. Quizás los vociferantes apoyos mediáticos y estelares tengan su peso, habrá que ver.

Como hizo en los últimos cuatro, ocho, doce años, Daniel Scioli se dedicó a marchar tranca, tratando de evitar los errores propios y de hacer control de daños. Las inundaciones post primarias y el pantanoso episodio electoral de Tucumán (con el triste tinte de la represión) lo hicieron temblar. Pero el decidido apoyo de CFK y el mero paso del tiempo lo fortalecieron. Sus cifras son contundentes: quedó a menos de dos puntos de entrar a la zona de ganadores, el 40%. Sus votos son propios. Y le queda mucho por crecer respecto de las Paso: en Buenos Aires, Capital Federal y Córdoba, el Frente para la Victoria tuvo una de sus peores performances en presidenciales. Muy baja: Scioli sacó casi 10 puntos menos que los guarismos históricos de 2007 y 2011. Que su candidato a gobernador sea Aníbal Fernández, cuya figura parte aguas, ¿le sumará o restará votos en vistas a superar el piso en el que se encuentra?

Resta decir que el domingo habrá calma y paz si los resultados marcan una diferencia de 12 o 13 puntos entre el primero y el segundo. No es chiste señalar que una tormenta fuerte en el conurbano puede alterar el resultado. Si la diferencia es menor, habrá que prepararse para la televisación ininterrumpida de la fiesta nacional de los fiscales.

 

Qué nos pasó

Desde la mirada de un argentino de 2001, nuestro presente es inverosímil. Tampoco durante los comicios de 2003 había signos evidentes de las transformaciones por venir.

Al discurso de asunción de Néstor Kirchner lo pude ver en una coqueta quinta entrerriana, propiedad de distinguidísimos abogados radicales, vinculados en profundidad con los poderes de la vecina provincia. Hubo asado antes. El asombro, durante la transmisión, fue rotundo, total y positivamente compartido en todos los puntos.

Desconozco la trayectoria posterior de mis anfitriones de entonces, puedo imaginarlos en proximidad a De Angeli en 2008 y, también, hoy: es el candidato a gobernador de Cambiemos y la UCR entrerriana va detrás de él.

Con un porcentaje de votos irrisorio y la promesa de “un país en serio”, nadie podía imaginar lo que iba a pasar en los 12 años por venir. No se trata, ahora, de intentar un panegírico. Se trata de entender qué nos pasó, a todos.

Hay cuatro medidas determinantes cuya profundidad todavía no está cabalmente mensurada. La primera: el combo entre el pago de deuda, el fin del mandato del FMI (llegaron a enviar una suerte de virrey económico llamado Anoop Singh) y el cambio de foco en la política internacional que se plasmó cuando se clausuró en Mar del Plata el proyecto Alca, para darle lugar a un Mercosur de alcance sudamericano. Hasta el epistemólogo reaccionario Mario Bunge reconoce estos puntos como distintivos e impensados. La segunda: la recuperación de las finanzas públicas a través de la estatización de las AFJP. No sólo se trató de evitar lo que iba a ser una masacre previsional y una estafa financiera, sino que se dio vuelta un condicionante estructural del déficit de las cuentas del Estado. Con el dinero de los aportes, hoy la seguridad social argentina va desde la niñez hasta la vivienda, pasando por la educación y, obviamente, la vejez. La tercera: la estatización de YPF. Es fútil señalar la importancia del petróleo en la economía moderna. La cuarta: los convenios colectivos de trabajo y las paritarias. Como no sucedió nunca desde el comienzo de la dictadura, los trabajadores tuvieron marco para pelear sus salarios y condiciones de trabajo.

En otro plano, menos estructural pero no menos importante, hay otros tres puntos. En 2003 uno podía cruzarse a los represores santafesinos tomando whisky en cualquier cabaret del centro. El fin de la obediencia debida y el punto final, la política de derechos humanos y la reapertura de los juicios a los genocidas son una victoria de todo el movimiento popular. Lo mismo puede indicarse respecto del nuevo horizonte de avance en los derechos civiles. Sea por las leyes de Medios, de Matrimonio Igualitario o de Identidad de Género, los movimientos sociales hoy tienen la esperanza de que, en algún momento, puede llegar la ley que ampare sus derechos. Por otro lado, está la suba al 6% del presupuesto en educación y las políticas públicas de ciencia y tecnología. No sólo se trata de celebrar el lanzamiento de los satélites Arsat: si hoy el tema de la calidad educativa puede ser discutido es porque hay un piso de inversión pública que nunca antes estuvo.

[quote_box_right]Esos siete puntos, a 12 años de aquel asado con pileta en los suburbios de Paraná, quizá todavía aúnen a los anfitriones, herederos del legado de Jaroslavsky, y al siempre barbado invitado.[/quote_box_right]

Cualquier kirchnerista puede ampliar esta enumeración hasta volverla una insufrible letanía, cualquier opositor puede indicar en cada punto sus dudas y reparos y sumar también su lista de críticas. Sin embargo, esos siete puntos, a 12 años de aquel asado con pileta en los suburbios de Paraná, quizá todavía aúnen a los anfitriones, herederos del legado de Jaroslavsky, y al siempre barbado invitado.

Durante los últimos 12 años toda una agenda de frustraciones de los 80 y los 90 tuvo su eco y su revancha. Pareciera que la transición democrática realmente comenzó en 2003 y ahora está cerrando. Tenemos el país en serio, somos normales.

Pasaron 12 años y los tres candidatos más fuertes recurren en los mismos tópicos: el desarrollo, la inflación, la seguridad. Hay acentos diferentes, con mayor o menor credibilidad. Pero no hay épica. Dentro de los sectores más politizados, el voto se define, quizá, más por el rechazo que por la adhesión, más por espanto que por amor.

Y parece que nos quedamos sin agenda. Sin anhelo por lo impensado. Sin letra para darle contenido a la política del futuro. La democratización de la seguridad y el ataque a la violencia institucional van por otro camino, si se consideran los posibles responsables de la fuerza de un futuro gobierno. Una reforma tributaria progresiva es una utopía. El campo tendrá, ahora sí, su hora sin retenciones. Clarín ya pactó con todos. Hablar de cuestiones ambientales como prioridades sanitarias parece, también, algo fuera de lugar.

Logramos lo que deseamos: esto luce más o menos como un capitalismo normal. Habrá que ahogarse en el gris, o encontrar nuevos horizontes para el deseo.

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