A la Turca

Desaparecido, democracia, violentos, guerrilla

Sólo se puede celebrar en estos oscuros días que no se haya proferido nunca una palabra en particular. El desaparecido estaba protestando con sediciosos. Ajá. Son anarquistas violentos indios mapuches ingleses, que mataron al desaparecido. Ajá. Ponen bombas los subversivos, hay una guerrilla en el sur. Ajá. Pero resulta que los desaparecedores no forman parte de una dictadura.

La palabra no saltó. Una vez más la runfla de los derechos humanos y las organizaciones sociales tiene la arrogancia de dar ejemplo de paz y derecho. Así son de astutos y maliciosos, qué indignante.

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La desaparición de Santiago Maldonado se distingue muy claramente del resto de las desapariciones de nuestra democracia. Fernanda Aguirre, Luciano Arruga, Jorge Julio López. Durante las últimas décadas –con mayor eco en los últimos años– se han visto centenares de desapariciones causadas por las redes de trata y por la violencia machista, por las fuerzas de seguridad como resultante de abusos en sus procedimientos de control y represión de los más marginados y abandonados, por las fuerzas paraestatales clandestinas –moral y materialmente– defensoras del terrorismo de Estado. Lo mismo se puede decir de quienes fueron directamente asesinados, como Carlos Fuentealba o Mariano Ferreyra. Pero la desaparición de Maldonado conjuga características inéditas, que ni se aproximan a las de otras desapariciones:

Maldonado estaba escapando de una de extraordinaria represión a una protesta social: se utilizaron balas de goma y de plomo, no se contaba con orden judicial, no hubo filmación del operativo –siguiendo el protocolo propio de Gendarmería– que estuvo coordinado por el mismísimo jefe de Gabinete del Ministerio de Seguridad de la Nación, Pablo Noceti, tal como lo reconoció el gendarme jefe del operativo, Diego Balari, desmintiendo a la ministra Patricia Bullrich.

Pese a los reclamos de diversas organizaciones, el Estado no reacciona en ningún sentido, excepto para declarar que como no está registrada la detención de Maldonado pues, entonces, no hay nada de qué sospechar. Esa línea perdura hasta hoy en los diversos ardides que plantea el Estado.

El domingo 6 de agosto los medios y periodistas gubernamentales comienzan a instalar la idea de que las organizaciones representativas de los pueblos originarios del sur son violentas y guerrilleras: hace su entrada en la escena pública la Resistencia Ancestral Mapuche, en el programa de Jorge Gómez Fuentes Lanata. Junto a esa campaña, que corresponde a la línea oficial del gobierno respecto de los reclamos mapuches, también se suceden otras operaciones paralelas, repetidas con evidente ahínco y esfuerzo y destinadas a poner en el público la idea de que Maldonado está viajando por ahí o que fue asesinado días antes por un baqueano o que fue asesinado por los mismo mapuches. En todos los casos, nunca jamás se pone el ojo en la situación más obvia de todas: desaparece tras una represión de una fuerza de seguridad.

El lunes 7 el Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU remitió una comunicación exigiendo acción urgente del Estado para buscar y localizar a Maldonado. Con el aporte de Amnistía Internacional en el mismo sentido, y la reacción de medios internacionales como la BBC y el New York Times, el escándalo alcanza al mundo. Hace pocos días, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA se expidió sobre el tema. Fuimos un ejemplo mundial en materia de Derechos Humanos, ahora damos otro motivo más de pena.

La CIDH intimó al Estado argentino por la desaparición de Santiago Maldonado

Tuvieron que pasar nueve días para que el 10 de agosto la justicia federal con sede en Esquel diera orden de allanar dependencias de Gendarmería de la zona. Durante esa demora no se tuvo en cuenta el reclamo de los familiares de Maldonado ni los dichos de los reprimidos en Cushamen, quienes dan testimonio preciso de que Maldonado fue capturado por Gendarmería y llevado en una camioneta blanca. Todavía hoy esos testimonios son puestos en duda por los medios gubernamentales. Por su parte, la ministra Bullrich se ocupó de dar a conocer la identidad de un testigo que había pedido reserva.

Durante los primeros operativos de búsqueda se actuó con la hipótesis de que Maldonado fue desaparecido por los propios mapuches, dejando de lado en los rastreos todos los indicios que apuntaban a las fuerzas de seguridad, quienes además contaron con precioso tiempo para borrar pruebas.

  A la fecha todas las autoridades oficiales y figuras próximas –Bullrich, Rogelio Frigerio, Hernán Lombardi, Fernando Iglesias, el propio presidente de la Nación y hasta el intendente de Esquel– o pusieron en duda la desaparición o pusieron la atención en los reprimidos o versaron banalidades sobre el turismo.

 Progresivamente, los medios gubernamentales comienzan a desarrollar un lenguaje policial verdaderamente represivo que produce estupefacción. Para no ir más lejos, se puntúa cómo en la casa de Maldonado había "abundante material bibliográfico de índole revolucionario y sobre cuestiones mapuches".

  El secretario de Derechos Humanos Claudio Avruj y el ministro de Justicia Germán Garavano, quienes abogaron en favor del 2x1 para los genocidas, y la ministra Bullrich recibieron a 18 organismos de Derechos Humanos para indicarles que las hipótesis principales de búsqueda del Estado sitúan a Maldonado en Chile, o con las FARC, o who knows. Sé egual.

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Ante Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, las autoridades del Estado negaron la participación del Estado en la desaparición de una persona después de la acción de una fuerza represiva del Estado, con la existencia de testimonios y pruebas de lo contrario y de que hubo dilación y encubrimiento por parte de las fuerzas represivas y del Poder Judicial. Pero, además, las trataron de "ideológicas" y les negaron toda entidad en su reclamo. Les dijeron que mentían, que hacían lo que hacían para dañar al gobierno. Que estaban haciendo política con el dolor, que no ayudaban.

Esas respuestas son exactamente las que produjeron la existencia de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. La última vez que esas mujeres recibieron semejante tipo de respuestas, detrás del escritorio había milicos.

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Es abrumadora la densidad política de la ausencia de Santiago Maldonado en su ciudad de origen para participar de estas elecciones. No es que se quedó en el sur en su comunidad hippie. No vota porque no está ni muerto ni vivo.

 

Santiago Maldonado no votará en la escuela primaria N° 3

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¿Hay una historia de los desaparecidos en la dictadura por la violencia de los machitos de verde con las mujeres y con los pobres? ¿Cuántas mujeres habrán desaparecido en los tiempos en que formaba parte del amor familiar llevar de putas al sobrinito? ¿Cuántos negros villeros habrán sido verdugueados por los patrones de la vida y la muerte, apenas considerando el Mundial 78? ¿Hasta dónde se iría la cifra de los 30.000 si se sumaran todos esos cuerpos?

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En pocos años, la enorme mayoría de la población argentina habrá nacido después de la dictadura. Como Maldonado. La historiografía tiene como parte de sus temas centrales la pregunta por la transmisión de la experiencia. La cuestión no sólo versa sobre cómo puede hacerse carne en un pibe de 15 años lo sucedido hace más de 40 años atrás. Es más inquietante: no se trata de transferir el pasado, sino de pensar cómo y de qué modo el pasado se está transfiriendo todo el tiempo. Hoy, ahora, lo sucedido en la dictadura se está encarnando de un modo particular, y cambiante, en los que no la vivieron.

Lo que distingue al caso Maldonado de otras desapariciones en democracia tiene que ver con la analogía. No falta casi ningún elemento del pasado. Como la práctica totalidad de los desaparecidos, estaba haciendo política. Como la enorme mayoría de los desaparecidos, no formaba parte de una organización armada. Como la enorme mayoría de los desaparecidos, era joven.

Pero, además, fue detenido por una fuerza represiva del Estado en plena actuación irregular y con una autoridad jerárquica presente. Fue borrado su rastro. Es desoído el reclamo por su desaparición, son ninguneados los testimonios de los testigos y las demandas de la familia. La justicia actúa tarde, mal o no actúa. Son hostigados por los medios gubernamentales quienes piden por él. El Estado en bloque niega el hecho, o lo tapa, o lo desvía.

No se ha visto semejante cantidad de coincidencias, por tanto tiempo. Dos días se pudo sostener la charada de Clarín sobre los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.

Unificado, coordinado y operativo: el Estado conjunto con todas sus mayores fuerzas –la política, los medios, la justicia, las agencias armadas, los servicios en las redes y en la calle– se pone del lado de los represores y no de las víctimas.

Esa es la mayor prueba de la desaparición forzada.

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Los desaparecidos están en Europa. Los desaparecidos fueron matados por los mismos guerrilleros. Eran violentos, por algo será. Lo de los desaparecidos es una mentira para desprestigiar al gobierno. Los argentinos no somos así. Lo argentino somo derecho y humano.

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Dice la filosofía política que no hay forma de hablar del verdadero rostro del horror. Quienes murieron –en la nebulosa del pentotal sódico mientras caían al Río de la Plata, quemados en un Centro Clandestino de Detención, rotitos en la estepa patagónica– quedaron sustraídos de su mirada, o de toda posibilidad de contar cómo fue. Quienes realmente la percibieron y la sobrevivieron están imposibilitados de ajustar el lenguaje a la experiencia sufrida. El testimonio del horror se convierte entonces en responsabilidad de un tercero, y así siempre es una evocación y una exhibición de la vergüenza: lo que sucedió porque permitimos que así fuera. Lo que dejamos suceder y nos condena.

Yo no sé si será así. Sí sé que me anda faltando lenguaje para tanto silencio frío, tanta falacia vestida de argumento de tantos que eran amigos. En doble sentido, cuando damos testimonio, damos testimonio de lo que nos compromete. Hay política en todo testimonio, porque es también una forma de dar testimonio de lo que somos.

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