Cifras de la Argentina del millón de contagios

Foto: Mauricio Centurión

¿Qué lugar ocupamos en el mapa mundial del Covid 19? ¿Cómo fueron escalando las muertes? ¿Todo el país tiene la misma situación? De estar cerca de aplastar al virus a un horizonte de aguantar hasta que venga la vacuna. Qué pasó con la pandemia en nuestro país, en una serie de visualizaciones.

La pandemia de coronavirus se expandió a todo nuestro país y desde hace semanas que se vive con abulia la notificación diaria de las cifras de contagios y muertos. El último cierre ordenado por el gobierno nacional tuvo implementación dispar de los gobiernos provinciales y rechazo de la población, cansada y económicamente quebrada, mientras que diariamente los mismos medios que destrozaron las políticas sanitarias de aislamiento –las únicas probadamente efectivas– hoy apuntan a la disparada epidemiológica.

Argentina pasó de ser ejemplo mundial a tener la cifra más alta de muertes por millón de habitantes, en términos diarios. Se nota muy fácilmente observando cómo de golpe entre agosto y septiembre sobrepasamos a países que estaban en una situación muchísimo más comprometida que la nuestra, tanto en Europa como en América.

Alemania primero, Canadá, Francia y Holanda después, Suecia y Colombia más recientemente han quedado por debajo de Argentina en la tasa de muertes por millón de habitantes. Por otro lado, son los países asiáticos –con la excepción de Rusia e India– los que mejor han manejado los efectos de la pandemia. Si bien en Europa y parte de Norteamérica poseen capacidades técnicas similares, las condiciones sociopolíticas de aplicación de las restricciones de circulación –dicho de otro modo: el peso de la autoridad del Estado– son complemente diferentes en países como Japón, Corea del Sur o China.

Otra forma de observar la evolución de la pandemia tiene que ver con cómo escala la cantidad de nuevas muertes diarias. Eso permite analizar cómo avanza o se detiene la pandemia. En el siguiente cuadro se ve cómo se suceden las oleadas en los diferentes países. Claramente se observa cómo Europa ingresa en su segundo brote de coronavirus o como Brasil y Estados Unidos quedaron bien arriba, en una meseta, tras un fuerte salto inicial. Argentina no tiene ninguna ola: tan solo escala, lenta pero paulatinamente, hacia una meseta altísima, en la que se encuentra varada desde hace exactamente un mes.

Nada indica que esa meseta tome curso descendente. Día tras día los avisos de mayores flexibilizaciones van en paralelo a las altas cifras de muertes y contagios. El modelo Larreta se impuso en todas las provincias, la presión social fue de la mano con la malaria y el empuje de las pantallas nacionales, que celebraron cada nueva apertura que se dio en la Capital Federal, el lugar que nunca volvió a la Fase 1, cuando era crucial hacerlo.

La mención no es vana. El impacto de la pandemia fue extremo en la principal ciudad del país y, sin embargo, allí es donde se viven con mayor normalidad las aperturas. Si toda Argentina tuviera la tasa de contagios de la Ciudad de Buenos Aires ya estaríamos por los 2.034.385 contagios, no en el millón actual. Si sucediera lo mismo con la tasa de muertos, habrían fallecido 62.408 personas a esta fecha, no 26.176.

Son diferencias formidables. Si en la ciudad de Santa Fe tuviésemos la misma tasa de mortalidad de coronavirus que en Capital Federal, hoy habría 590 muertos de coronavirus, no los 49 que registramos a la fecha. En Rosario, no habría 452 muertos, habría 1378. El ejemplo de manejo de la pandemia para el país es un desastre epidemiológico, que socavó hasta lo más profundo la legitimidad de las medidas de restricción cuando se vuelven inevitablemente necesarias, tal como hoy se están implementando en Europa frente a los efectos de la segunda oleada del virus.

Todavía el mundo está a mitad de camino, con suerte, en la historia de la pandemia. Cada mes las complicaciones de todo orden se hacen cada vez más hondas. Por momentos parece que todas las fichas en nuestro país están puestas en esperar los efectos del calor sobre el virus –que no se notaron demasiado en Estados Unidos o Brasil– y la llegada de la anunciada vacuna. Aguantar, como única política, suena a demasiado peligro. Los sistemas sanitarios, sobre todo su personal, están exhaustos y, como se dijo, todavía falta demasiado.

Hace falta barajar de nuevo y volver a tirar las cartas en el manejo de la pandemia. El modelo Larreta es garantía segura de fracaso y debe ser enfrentado con una nueva estrategia. Queda muchísimo camino –muchísimo– por recorrer: hay tiempo para rectificar y reordenar. Los reportes diarios pasan, las muertes no paran y lo que hoy es una relativa indiferencia puede convertirse en otra cosa muy distinta ante la atrocidad cotidiana de las muertes en masa.

 

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