Foto: Victoria Campana.

En Los Hornos existe un espacio solidario que compone los lazos sociales entre personas trans. Estos son los testimonios sobre el trabajo de la asociación civil Vincularte.

Por Victoria Stéfano

Vincularte es una asociación civil santafesina que funciona desde 2016. Este año abrió, en Huergo 3370, su centro de día destinado a la población trans con la que trabaja desde el año 2020. Allí, más de 40 mujeres y varones trans, y otras tantas personas lgb+, se forman en oficios orientados a la producción y al trabajo. Se encuentran, se reúnen, y sanan los tejidos sociales rotos.

Claudia Esquivel es una de las voluntarias del centro de día. Ella no es trans, pero reconoce abiertamente que ama trabajar con la comunidad, además de conocer muy bien sus problemáticas. Cuenta que el trabajo de la organización comenzó en Las Lomas y los primeros destinatarios fueron las familias y los adolescentes más vulnerables, con quienes continúan trabajando hasta hoy en acompañamientos en el barrio y en talleres de capacitación, en cocina, repostería, panificación y reciclado de pallets. 

Vincularte también aborda el eje de la ayuda alimentaria. “Un grupo de voluntarios iba los sábados a la mañana y cocinaba para los niños y las familias”, comenta Claudia. Fue a partir de esa tarea que nació el encuentro con la población travesti y trans. Durante la crisis sanitaria la asociación se planteó acompañar a personas del colectivo. En los barrios fueron conociendo experiencias organizativas que habían nacido durante el aislamiento obligatorio. En los centros de salud barriales se enteraron entre conmovidos y admirados de la tarea de compañeras trans que abrían sus casas para acompañar a otras compañeras trans y tenían por ejemplo ayuda a través de los bolsones alimentarios. Con eso habían creado un comedor, un lugar donde otros y otras que la estuvieran pasando igual de mal pudieran ir a buscar una comida caliente.

“En Varadero Sarsotti, Pelusa, una de nuestras compañeras tenía un comedor y todos los lunes las familias iban a buscar la vianda de alimentos. Desde la Municipalidad se acompañaba con bolsones y desde la provincia también”, relata Claudia. Entonces el primer objetivo que se pusieron como asociación fue acercarse a esas compañeras que estaban en plena organización y que casualmente eran mujeres trans adultas mayores. 

Para eso convocaron a todas las adultas con quienes ya tenían algún tipo de acercamiento en distintos territorios de la ciudad. “Las convocamos a Noly Trujillo y a Nati Vega de la Muni y empezamos a escucharlas. A través de ellas empezamos a conocer a muchas otras personas de diferentes barrios. De Barranquitas, de San Lorenzo, de Santa Rosa de Lima, de Alto Verde, de Yapeyú, de Las Flores, de San Martín”, comenta Esquivel.

Pero mientras más se extendían como red, más caían en cuenta de una triste realidad de la población trans y travesti: no hay muchas adultas mayores. Es que dado el acceso deficiente a derechos básicos como la salud, la educación, el empleo, la vivienda, e incluso el alimento, las personas trans mueren prematuramente, en la mayoría de los casos sin superar siquiera los 40 años de vida.

Entonces la propuesta cambió y se abrieron a la comunidad toda, incluyendo a varones trans. A partir de ahí todo fue en saludable crecimiento. “En Alto Verde abrimos un lugar en la vecinal y ahí, por el deseo de las chicas, comenzamos a hacer una capacitación en repostería y en panificación. En Varadero, en costura. Pero nuestro sueño era tener un lugar donde todos nos encontráramos. Un lugar amigable”, dice Claudia.

Los talleres que iban abriendo como espacios para formación, trabajo y acompañamiento de la comunidad en distintos puntos de la ciudad crecían sin parar. Pero el deseo de reunir a todos, todas y todes en el mismo lugar se hizo compartido y ahí apareció la casa de Los Hornos. “Hace un mes y medio que pudimos alquilar este espacio. y pudimos abrir las puertas. Para que todos encontremos un lugar”, cuenta Claudia mientras compartimos un mate y se nos humedecen un poquito los ojos en la cocina del centro de día.

Foto: Victoria Campana.

Ivonne

“Me sumé para que me acompañaran, me asesoraran y para tener contención también, por mi situación de vida… y después terminé acompañando”, relata Ivonne Lucero que se acercó a Vincularte desde el grupo que abrieron en Alto Verde. 

“Ahora formo parte del equipo y estoy trabajando a la par de todo el grupo. Me encanta porque estoy en contacto enseguida si alguna compañera necesita algo o si hay que tramitar algo y hay que acompañarla. Estoy en contacto con todas y si me entero que le pasa algo a una ahí ando averiguando a ver qué puedo hacer, qué puedo solucionar”, menciona la mujer sobre el trabajo que realiza.

Ella, al igual que otras tantas y tantos, empezaron buscando en Vincularte un espacio de refugio para sí y terminaron siendo ese refugio para otras y otros. Si bien para Ivonne Vincularte ahora es parte de su trabajo, la ternura fue lo que hizo que se quedara. “Empecé a recibir mucho amor, mucho cariño, mucha contención. Era lo que a mí me faltaba en el día a día. Cuando yo era jovencita nadie me hizo el aguante, nadie me defendió, nadie me bancó. Nadie me hizo la vida fácil. Hoy quiero otra cosa para las más jóvenes”, expresa.

Claudia

Claudia Barrera tiene el pelo rubio y usa siempre una coleta alta. Sus dientes brillan cada vez que sonríe y achina los ojos cuando habla de recuerdos felices. Es nacida y crecida en Santa Fe y es una chica trans de 63 años. Nació bajo el signo de escorpio, el 25 de noviembre de 1959, pero vivió y soportó tanto dolor que pareciera que hubiera vivido siete veces más. 

“Yo me empecé a prostituir a los 12 años, y lo hice hasta los 61 más o menos, que cobré la reparación histórica”, comienza contando la mujer de Varadero. Clau es del grupo de apenas más de una decena de mujeres trans que sobrevivió a la dictadura cívico eclesiástica militar y a la maldita policía de los 90’. Fue reparada por el Estado santafesino por la persecución política que sufrió por su identidad de género entre 1976 y 1983.

“Hace tres años que dejé de salir a la calle pero mi vida fue muy fea porque fui llevada presa muchas veces, fui golpeada, fui agredida, fui de todo en la vida”, dice compungida. Claudia, como todas las mujeres trans contemporáneas a ella, fue víctima del terrorismo de Estado, pero también del abandono y obturación de sus derechos humanos luego del regreso de la democracia.

La mujer del suroeste de la capital es la más grande de todo el grupo y colabora muchísimo con las actividades que se llevan a cabo en el centro desde que llegó por primera vez. Ve en sus compañeras más jóvenes un signo de otros tiempos, de otra libertad y una reparación para una vida difícil y de lucha. Y confiesa que espera con entusiasmo los días de reunión en la casa de Huergo 3370. “Me siento re bien, más liberada, más despejada y pierdo mi siesta por venir acá, pero no veo el momento que lleguen los miércoles para venir a compartir algo con las chicas”, dice entre risas.

Clau evalúa la existencia del espacio como algo que desde hace mucho era muy necesario, y que por fin hoy es posible. “Ojalá antes pudiéramos haber hecho todas estas cosas que estamos haciendo ahora. Hubiese vivido mucho más compañerismo, hubiese hecho muchas más cosas… No éramos dueñas de nada en ese momento, ni siquiera de subir a un colectivo porque te llevaban presa, así que ahora aprovechamos. Está bueno encontrarse entre distintas generaciones porque hay chicas que he visto ahora que a pesar de la libertad que hay siguen pasándola mal”.

Claudia dice que con mucho amor traería a otras chicas “para que compartan y que vean lo que es compartir con compañeras y llevarse bien”.

Sabrina

Sabrina es del grupo de las más chicas del Centro, tiene 21 años. Sabri siente que la transición le ha significado ciertas distancias familiares, en especial con su madre. Pero cuenta que gracias a la ayuda de otras chicas al final su madre la entendió.

Cuenta que conoció el espacio a través de un taller de teatro de la Municipalidad de Santa Fe y que convivir con otras compañeras le hace sentir que no está sola: “Todavía tengo la esperanza de sacar adelante esto de mi transición”, afirma.

Confiesa también que lo que más le gusta es “estar en compañía de las otras chicas. Aprender jugando y aprender unas de otras” y que le recomendaría a otras compañeras que se acerquen al espacio.

Lucy y Susana

Lucy Serena Gimenez y Susana Graciela Bodini son dos de las talleristas del centro de día. Ambas brindan sus talleres con un objetivo específico: que las compañeras y los compañeros que participen se lleven herramientas que les permitan insertarse en el campo productivo y económico.

En el caso de Lucy, ella es activista trans, además de tener un largo curriculum de cargos relacionados con la enseñanza y la educación. “Así empezó mi militancia. Cuando me hice el DNI dije ‘tengo que aportar mi granito de arena por haber hecho uso de uno de los derechos que mis compañeras más viejas habían luchado’” y ahora devuelve ese compromiso educando a sus compañeres en el centro de día para que tengan más opciones que la prostitución.

Susana es la primera vez que trabaja con la población trans. Es masajista matriculada hace 30 años y ahora se dedica a transmitir también lo que aprendió. Sobre el primer encuentro con les chiques dice que fue “genial de la vida”. Y agrega riendo: “Llegar y estar con un grupo de personas normales como todas, comunes, corrientes, con experiencias de vida, todos con un montón de risas, compartir mates… Y hacerlas callar porque son unos loros, decirles ‘pongámonos serios y aprendamos’.

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