Una interpelación, desde el psicoanálisis, al uso de las infancias como mercancía en las redes sociales. La amargura de una sonrisa simulada y la infancia como significante que indica que hace la cultura con quienes recién llegan al mundo.

La vorágine capitalista en la que nos vemos sumergidos ha conducido no solo a la explotación en lo que refiere a hombres y mujeres. Desde la idea romana de niños-soldados, al Emilio de Rousseau y su denuncia a la idea del niño como adulto en miniatura y su postulación de una infancia inmaculada, llegando a la actualidad caracterizada por la declaración de los derechos universales de niños y niñas, la explotación sobre la infancia no deja de estar presente. Al respecto, la película Voces inocentes retrata el drama que viven los niños guatemaltecos en los años 80, al ser obligados a ir a combatir en el ejército cipayo contra la guerrilla, cuestión que se ha ubicado como parte del origen de “Las maras” y la carga de violencia asociada a ellas.

Lo que sigue apunta a interpelar aquel fenómeno tan aceptado como violento de poner frente a una cámara de celular a un/a niño/a con la finalidad de nutrir un “canal de YouTube” con intenciones de recibir un rédito económico. ¿Acaso, que padres y/o madres empujen a su prole a jugar sin deseo, a falsear sonrisas, a simular entretenimientos para filmarlos y conseguir aumentar la cantidad de “me gusta” o “seguidores”, no tiene similar estructura de aquella situación en la que los padres ven “una mina de oro” cuando sus hijos practican algún deporte o arte?

Parafraseando a Lacan podríamos decir que la infancia no existe, no es más que significante, lo que no indica que no haya seres de corta edad que pululan por el mundo. Que exista el significante “infancia” refiere a que el enlace de este término con otros tantos genera efectos de sentido, que nunca logran, por otra parte, atrapar lo real de la existencia de la niñez como tal. Vemos así que, si escuchamos o leemos “la inocencia de la infancia”, surge un sentido de no atribución de maldad ni sexualidad al mundo infantil. O bien, cuando alguien afirma “los niños o las niñas de hoy son terribles”, o “vienen más vivos”, o cualquier otro atributo que el universo adulto le deposite, se entiende que llegan a la vida con improntas que vaya uno a saber dónde se las pescaron. Lo cierto es que de este modo se evita la interrogación acerca de la civilización en la que se adviene y que en algún sentido determina los modos de existir.

Podríamos dar otros ejemplos de este modo de funcionamiento de lo discursivo que tiene todo su valor en lo que respecta a la construcción simbólico-imaginaria de lo real del sujeto. Demos una última figuración: el sintagma “el derecho de los/as niños/as”, da cuenta que no va de suyo que las conquistas de la civilización en materia de derechos humanos envuelvan a la infancia, por el contrario, estos derechos se adquieren demandándolos cada vez.

Así es como la concepción de la infancia se modifica según la época, contexto o cultura, y una forma de captarlo es a través de la lectura acerca del lugar que ocupan en el discurso que siempre es discurso del Otro. A eso nos referíamos al dar ejemplos de cómo es nombrada la infancia, dándole un valor material al discurso, ya que, es lo que sostiene acciones, mediante los lugares que otorga, propiciando un modo de lazo particular.

La dignidad de la infancia

Tenemos entonces, al niño o niña como producto, no pasivo, de los determinantes sociales que llamamos en psicoanálisis el Otro. En las ilustraciones propuestas, hay un denominador común que, si nos detenemos a ubicar sus alcances, notaremos lo siguiente: este Otro aparece frente a los/as niños/as con cierta fragilidad.

La búsqueda de modelos de formación adecuados es infértil e imposible, lo que no implica que como sociedad no podamos intentar leer los efectos en la infancia y en el devenir del sujeto de nuestras intervenciones, las cuales aparecen sutilmente pero que luego toman formas más problemáticas. A tal fin, el psicoanálisis constituye un bien cultural altamente valorable y diría imprescindible. Fue Freud el que sostuvo la propuesta de Rousseau de ubicar la niñez como un estadio particular en la vida de los sujetos, aún cuando no acordó con la valoración de ese período como inocente y falto de maldad. La sexualidad y la agresividad habitan en el sujeto desde su constitución, en consecuencia, las políticas de la infancia que no contemplen estos rasgos están condenadas a la frustración.

Luego, el abrigo del Otro remite a un marco en el cual tratar sexualidad y muerte, los dos grandes temas que en el ser humano habitan sin solución definitiva posible. El desamparo es tanto decirle a niños/as que pueden elegir su nombre o su identidad, cuando es una encerrona que conduce a arrasadoras angustias, como afirmarles que deben ser lo que los padres le tienen destinados o no ser.

Es cierto, la violencia es adquirida, los regímenes de odio y muerte no están en la infancia. A veces con mayor sutileza –como aquella madre o padre que condena a su hija/o a ser un objeto del mercado de las redes sociales–, o en ocasiones más explícitas –como los militares guatemaltecos en los 80–, aparecen las evidencias de la construcción de un mundo cada vez más hostil que reproduce en la infancia la explotación que acompañará sus vidas, a menos que intervenga algún amarre desde una asimetría que se enmarque en la ética del deseo.

 

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