Una memoria reflexiva y afectiva para recordar que la furia feminista es una fiesta que ni se compara con lo lastimoso y ridículo del bingo de los nenones con su timba financiera y su rifa colonialista.
Por María Laura Schaufler*
Con motivo de los 10 años del nacimiento en Argentina del movimiento Ni Una Menos me solicitaron un texto para este periódico. Me entusiasme por escribir aquí de un modo más libre al que acostumbro con la escritura científico académica. Voy a permitirme repasar cuestiones sobre las que escribí ya y entretejerlas sin el SuperYo del argumento científico. Este preludio le puede importar poco a la lectora, pero es crucial para quien escribe y acostumbra a argumentar todo con un archivo de evidencias. El archivo entonces va a ser mi memoria reflexiva y afectiva.
Lo importante
En Los años (2008), escribe Annie Ernaux: “En el momento actual no podemos saber qué, con el tiempo, llegará a tenerse por importante y qué por lastimoso y ridículo”. 10 años han pasado del primer Ni Una Menos. La distancia temporal nos permite hoy visualizar transformaciones importantes.
Nacida en Argentina, la movilización por el fin de los femicidios pronto se trasladó a otras latitudes, instalando y viralizando un discurso contra la violencia sexista que invadió las mesas familiares de los domingos, las canchas, las aulas, las obras de teatro, las fiestas populares.
La categoría de género, reservada por décadas a círculos académicos, transbordó las fronteras de los papers y llegó a los afiches en las calles. Era la aparición de la novedad para muchas, que encantaba tanto a jóvenes como a viejas.
El Ni Una Menos se transformó luego en Ni Una Menos por abortos clandestinos. El aborto, esa palabra por tanto tiempo impronunciable, formó parte de los titulares de las noticias de la TV, la prensa, la radio, y por supuesto, se multiplicó por las redes sociales.
La lucha era una fiesta. Había exaltación en el hecho de pensarse en términos colectivos. El alegato que clamaba por el fin de la violencia de género se trasladó al reclamo de todas las libertades que nos faltaban en comparación con la masculinidad. El lenguaje y las prácticas se liberaban, juntas no teníamos miedo ni de marchar con el torso desnudo, tal como lo hacen los hombres desde siempre cuando tienen calor y no temen ser violados. Llegamos a imaginar un progreso continuo en una sociedad igualitaria.
El reclamo contra la violencia de género que incluía desde los femicidios al acoso sexual o los abusos de poder, se trasladó a cuestionar y pensar otros modelos superadores de la división sexual del trabajo, la desigualdad económica, la distribución de los cuidados, la sexualidad y las relaciones de pareja, los padrones de belleza.
El movimiento produjo toda una industria cultural que fue desde libros, películas, podcast, documentales, revistas, programas de radio, participaciones en televisión, manuales de buenas prácticas frente a la violencia de género para el periodismo, las empresas, las instituciones.
Los ladrones del grito por la libertad
Todo se discutía, a veces incluso perdiendo el foco de cuál era la ofensiva. Algunos cuestionamientos se volvieron juicios tajantes y cancelaciones de las que estaban del mismo lado. Las rupturas dentro de los colectivos no tardaron en llegar y esas grietas fueron avasalladas por una contraofensiva de un machismo obsoleto que preparó todas sus armas -mediáticas, tecnológicas, políticas, económicas- para desterrar al feminismo en tanto última revolución que venía a cuestionar no tanto al sistema capitalista como a una estructura mucho más antigua y anquilosada: el patriarcado.
El grito feminista por la libertad en el espacio público pronto fue detenido por una pandemia que nos mandó de nuevo a la exclusividad de la vida doméstica. En el encierro sostuvimos las redes a través de una virtualidad que entraba a nuestros poros y tramaba algoritmos que medían nuestros discursos y prácticas. Algoritmos que pronto serían vendidos al mejor postor: el pretendido macho blanco y heterosexual que no tardaría en robarnos el concepto de libertad: transformando lo libre en liberal. Y el liberal es varón y es privilegiado, y cree que no precisa de las redes comunitarias, como nosotras. Y el liberal no cuida, reclama seguridad para sus bienes.
Entonces volvió la época de los charlatanes, los medios de comunicación sintieron alivio de no tener que cuidar las formas de lo correcto en cuanto a los protocolos de género y fomentaron el regreso de comunicadores denunciados que nada habían aprendido tras los escraches feministas.

Un movimiento que nació en la Argentina
No es casual que el financiamiento de la campaña de batalla cultural contra el feminismo tenga su epicentro en este país que la gran mayoría de los norteamericanos o europeos no sabrían marcar en el mapa.
Aquí nació el estallido. Aquí ese estallido desbordó en miles de manifestaciones que no sólo reclamó ‘no nos maten’, sino: queremos igualdad de oportunidades y derechos.
En Argentina, donde, por un lado, la Cuarta Ola del feminismo nació trans, masiva, popular, interconectada, rizomática y dijo “basta de cárceles de género”, por otro fue consolidada la contraofensiva que libera al Capital trasnacional de unos pocos y pretende reaprisionarnos en estructuras conservadoras a muches.
No es casualidad, fue y es el feminismo. Entiéndanlo muchachos que se autotildan de progres o populares y que no dejan de colgar crucifijos a nuestros cuellos mientras fantasean dar su batalla neo setentista de varones violentitos. Pues está visto que muchos ‘antiliberales’ se sintieron aliviados el año pasado cuando por decreto supusieron desterrar la noción de violencia de género. Pero ese alivio es temporal, se lo advierto a los muchachos que quizás hoy leen este texto (aunque YA NADIE LEE NADA, puedo pensar que algún conservador antimilei puede llegar a leerme).
De Argentina también era el papa católico más progresista que conoció el mundo, ahora renovado por un desnaturalizado peruano, odiador de la diversidad sexual y quien sabe cuántas cosas más.
Nada es casual. Por eso es que el movimiento fue, es y será tan importante. Los procesos culturales no vuelven atrás. A las liberaciones de los ‘60 buscaron ahogarlas con una dictadura desaparecedora de personas. Pero con el tiempo entendimos que las personas desaparecían pero las ideas y las prácticas que se habían renovado, no. Así como no había desaparecido el patriarcado conservador y misógino mientras llenábamos multitudinariamente las calles, no desaparecerá el feminismo deseante.
Las transformaciones que logramos no responden sólo a conceptos, instituciones y leyes. Transformamos las prácticas y, más aún, transformamos los deseos.
Reencantarlo todo
Annie Ernaux también dice que “las señales de cambios colectivos son perceptibles en la particularidad de las vidas”. Y vaya cambios que le debemos a ese proceso cultural que tuvo su acontecimiento aquel 3 de junio de 2015. La particularidad de muchas vidas se ha transformado, así como la imaginación, los horizontes, las sensibilidades que se desarrollaron… Aunque quieran rebanarlas a fuerza de motosierras y grititos de machitos empacados y enojitos de mujercitas consoladoras de varones, no hay cómo volver atrás.
La inocencia frente a la sumisión impuesta se quebró y no puede reestablecerse aunque nos envíen para ello a todas las influencers del mundo que quieran reencantar el concepto de esposada tradicional a un marido libre.
El encanto fuimos nosotras y lo seguiremos siendo, aunque nos hayan cooptado las redes de comunicación capitalistas. La furia feminista es una fiesta que ni se compara con lo lastimoso y ridículo del bingo de los nenones con su timba financiera y su rifa colonialista. El fuego sigue encendido. Ni Una Menos.
Para seguir leyendo:
- Camusso, Mariángeles y Rovetto, Florencia (2020) Iconografías feministas. Prácticas visuales y activismo político. Brasil: Cadernos Pagu, 58.
- Ernaux, Annie (2008). Los años. Francia: Gallimard.
- Schaufler, María Laura (2023) “Una historia de controles y reapropiaciones”, en Revista Riberas. UNER.
*Dra. María Laura Schaufler. Investigadora CONICET. Directora del Grupo de Investigación Feminismo e Interseccionalidades de la Comunicación y la Cultura (GEFICC, UNER).