8m ni una menos
Foto: Victoria Carballo

No alcanza con resistir: hay que rearmar, hay que volver a decir que este movimiento no fue una moda, que no fue coyuntura ni oportunismo político. A 10 años del grito que cambió todo: Ni Una Menos y el desafío de sostener lo conquistado.

Por Lucila De Ponti, diputada provincial, convencional constituyente

Hace 10 años tembló la tierra en suelo argentino. Lo hizo al ritmo de un grito colectivo, nacido del dolor, la bronca y el hartazgo frente a una violencia estructural que nos arrebataba vidas todos los días.

El femicidio de Chiara Páez en la ciudad de Rufino desató la furia acumulada frente a la indiferencia social y política con la violencia de género. Ni Una Menos no fue solo una consigna: fue el inicio de un movimiento que vino a cuestionar y cambiar muchas cosas. A irrumpir en la historia, a politizar el miedo, a convertir la muerte en lucha y la lucha en políticas. A nombrar lo que antes se callaba y a exigir lo que durante tanto tiempo nos fue negado: vivir.

Una década después, el balance es necesariamente complejo. Porque si bien lo logrado fue mucho –aunque no suficiente-, también es cierto que ese avance hoy se encuentra amenazado por un nuevo ciclo de desmantelamiento y negacionismo.

La Argentina de 2025 nos devuelve un espejo crudo: el 85% del presupuesto nacional destinado a políticas de prevención de la violencia de género fue recortado; la línea 144, esencial para muchas mujeres, sobrevive a duras penas; y en los primeros cuatro meses del año se registraron 94 femicidios. Casi un asesinato por día, como si no hubiera pasado nada, como si no hubiéramos aprendido nada. A esto hay que sumarle una élite gobernante funcional a los vientos de época, que renuncia a la capacidad de crítica constructiva cuidando los aciertos y se rinde frente al discurso de moda ocultando lo que ayer reivindicaba.

El aumento del 20% en los femicidios respecto del año pasado no es una casualidad: es una consecuencia directa de políticas de ajuste que abandonan, que desprotegen, que precarizan vidas. Y la violencia se vuelve aún más letal cuando se cruza con la pobreza: siete de cada diez hogares monomarentales están hoy por debajo de la línea de pobreza, y el 43,3% de las jefas de hogar no tiene empleo registrado. No hay igualdad posible en un país que abandona a las mujeres y diversidades en la intemperie económica, simbólica y estatal.

Ni Una Menos nació para decir basta. Y esa palabra sigue siendo necesaria. Basta de discursos que niegan la violencia machista. Basta de funcionarios que desmantelan estructuras que costaron años de lucha. Basta de un Estado ausente e ineficiente que elige el silencio. Las mujeres argentinas dimos una verdadera batalla cultural y ese es nuestro principal logro, un ya no sea natural darnos papeles de reparto en el curso de la historia y que ya no sea gratuito pensar que nuestras vidas son descartables.

Pero si el contexto es adverso, el compromiso es aún más urgente. No alcanza con resistir: hay que rearmar, hay que volver a decir que este movimiento no fue una moda, que no fue coyuntura ni oportunismo político. Que Ni Una Menos fue y sigue siendo una revolución cultural que transformó conciencias, que cambió la forma en que criamos, que nos enseñó a mirar distinto. Que nos hermanó en la lucha y nos hizo entender que, frente al odio, la única respuesta posible es más organización, más calle, más memoria y más política.

la deuda es con nosotras - ni una menos - fuerza común
Foto: Gabriela Carvalho

Las políticas públicas no son un lujo. Son un piso. Son lo mínimo necesario para que la promesa de una vida libre de violencias no sea una utopía, sino un derecho garantizado. A diez años del 3 de junio de 2015, tenemos que decirlo con fuerza: no estamos dispuestas a retroceder. Lo conquistado no es negociable. Porque cada derecho arrancado al patriarcado costó vidas, costó lágrimas, costó años de movilización y de pedagogía en cada rincón del país.

Hoy, más que nunca, necesitamos que nuestros espacios conquistados no solo se defiendan, sino que crezcan. Que no sean un simulacro de igualdad, sino herramientas reales de transformación. Que haya un Estado que abrace, que repare, que actúe. Que no seamos nosotras, otra vez, las que tengamos que parir desde el dolor las respuestas que ese Estado se niega a construir.

El fuego que encendimos hace 10 años sigue vivo. Depende de nosotras que no se apague. Que ese grito siga retumbando hasta que no falte ninguna. Hasta que no haya más muertes que llorar, ni nombres que repetir en las plazas, ni niñas huérfanas de madre, ni víctimas ignoradas por la burocracia.

A 10 años del Ni Una Menos, elegimos seguir. Porque lo que logramos no fue un punto de llegada, sino una plataforma desde la cual seguir avanzando. Por nosotras, por las que ya no están, por las que vendrán. Por una sociedad en la que podamos vivir sin miedo, con igualdad, libertad y justicia social.

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