Tendrá que pasar un buen tiempo para que podamos ver y tomar real dimensión de lo que este 2018 está significando para las mujeres argentinas. Y digo está significando, en presente, porque aún faltan poco más de 20 días para que termine y mucho puede pasar aún.

La cantidad de veces que salimos a las calles para reclamar por nuestros derechos durante estos meses, parece irreal. Marchas, asambleas, pañuelazos, vigilias, charlas, intervenciones por las calles y hasta bicicleteadas. Todo eso hicimos las exageradas.

Este año estuvo marcado por la lucha por el derecho al aborto, por hacer cesar al menos esa violencia, la de la maternidad como fatalidad. Un Senado fuera de este tiempo histórico donde las mujeres nos levantamos y exigimos lo que nos deben, pero acorde también con este otro tiempo histórico de la ideología del odio, nos negó ese derecho.

Pero las calles y las plazas fueron nuestras. Se perdió una batalla, pero ganamos cuerpos, espacios y estrategias a una lucha que se embandera con el pañuelo verde pero que va mucho más allá del pedido por la interrupción legal del embarazo.

Entre esos “mucho más allá” está la Educación Sexual Integral. La ESI es la que enseña, entre muchas otras cosas, que tu cuerpo es tuyo, que nadie lo puede tocar, que si alguien lo hace hay que contarle a los adultos que te rodean, que hay secretos feos que no hay que guardar.

Hasta que la ESI no sea un contenido transversal, científico y laico, en cada escuela, de cada rincón del país, es difícil pensar en que esta cultura de la violación termine. Pero, mientras tanto, las mujeres nos ponemos así.

Estamos furiosas, estamos hartas, nos duele el cuerpo de tanto dolor, del dolor de nuestras hermanas, de nuestras amigas, de nuestras madres, de cada mujer conocida y desconocida que hoy puede contar cómo su padre la tocó, cómo su abuelo la besaba, cómo un hermano le metía los dedos, cómo un amigo la penetraba. Entre la vergüenza y el asco, nos estamos animando a hablar. Un día, un mes, mil años después. Porque es difícil sanar, porque es difícil darte cuenta que siempre te mintieron: el violador no era ese monstruo al acecho en una calle oscura, el violador está en casa, en el club, en el trabajo. Son las personas que deberían quererte, cuidarte, respetarte. Es el galán de la tele, es el padre de familia, es el intelectual progre, es el deportista exitoso. Son todos.

El martes 11 de diciembre de 2018 lo vamos a recordar siempre como la primera vez que una actriz, rodeada de otras colegas, muchas de ellas prestigiosas actrices también, contó con detalles, y casi en cadena nacional, cómo fue violada por otro actor, uno que a muchas, a las que siempre les creímos a las pibas, no nos sorprendió. Juan Darthés ya tenía tres denuncias previas por acoso. No era novedad.

Hoy los programas de televisión, noticieros, radios, diarios y portales no hablan de otra cosa y se rasgan las vestiduras. Bienvenido sea. Pero los conocemos. Sabemos lo que hicieron con otras denunciantes, el ninguneo y el escarnio público al que las sometieron, sabemos que Darthés no es un pez lo suficientemente gordo como para que se apichonen y lo cubran. A otros no se le animan. A Darín, acusado también por dos importantes actrices de ejercer violencia laboral sobre ellas, aprovechando su poder y posición de privilegio, nadie se le animó.

Tampoco los conmueven las miles de violaciones a diario, a las que siempre encuentran un pero. Tampoco se hacen cargo de la cadena de violencias que empieza mucho antes de la violación o el femicidio y que ayudan a amplificar, mostrando determinado modelo de masculinidad, riéndose de los putos, despreciando a las travas; dándole micrófono a bestias como Etchecopar, Feimman, Iudica, Laje y tantos más, que ayudan a abonar el terreno para toda la mierda que las mujeres tenemos que soportar día a día. Ojalá nunca más otra piba deba mostrar los ovarios que mostró Thelma Fardín. Ojalá ya no tenga que ser necesario ese nivel de detalle para que finalmente nos crean.

No somos exageradas, todas las mujeres fuimos acosadas y abusadas alguna vez. TODAS. En mi adolescencia era normal que te tocaran el culo en el boliche, era normal. Como mucho te dabas vuelta y tratabas de detectar al pelotudo y decirle algo, pero no mucho más, sino quedabas como una loca. También me tocó escuchar a una conocida contar que la noche anterior se había despertado porque sintió que su novio la había penetrado. Recuerdo que ante un comentario que le hice luego a una amiga, me respondió “pero no es violación, si es el novio”. También recuerdo a otra amiga, que nos contó que su novio, con el que estaba peleada, había llegado borracho a su casa, de madrugada, y se le había ido encima. “Yo no quería… pero no sabía cómo sacarlo”. También escuche muy de cerca como una mujer abusada durante su infancia, por alguien de su familia, pudo finalmente contarlo, después de más de 40 años.

Desde ayer, desde que la conferencia de las Actrices Argentinas terminó de destapar la olla de pudrición de Darthés, miles y miles de mujeres, por diferentes medios, están contando sus experiencias. “almachoescrachostafe” es una cuenta de Instagram que se creó hace apenas horas y ya contabiliza más de 80 testimonios de chicas que denuncian con nombre y apellido a varones que abusaron de ellas, que las forzaron, que las violaron, acá en Santa Fe. Al facebook de Periodistas Feministas de Santa Fe, llegaron tres pedidos de ayuda, de mujeres que no sabían a dónde recurrir. Anoche una amiga me escribió por lo mismo.

Para esto sirve que denuncias así se visibilicen y mediatizen. Ahora miles de mujeres, que no tienen cámara ni apoyo mediático, se sienten acompañadas y contenidas, saben que pueden contarlo y del otro lado las van a escuchar.

Darthés no es un monstruo, es un sano hijo del patriarcado, de esta cultura misógina que trata a las mujeres como cosas. Está lleno de Darthés en todos lados, en los grupos de amigos, en las familias, en el fulbito de los miércoles, en los sindicatos, en los medios de comunicación, en la Rosada, en el Congreso, en la Legislatura.

Ante esta oleada de violencia y odio, el movimiento de mujeres, lesbianas, travas y trans es el que está dando respuestas. Es el que escucha y acompaña a las víctimas, el que orienta, el que contacta, el que abraza. Mientras, el Estado, el verdadero responsable, intenta darse un baño de feminismo bajando un video institucional donde Darthés hablaba sobre violencia de género, pero en el presupuesto 2019 destina unos miserables 11 pesos por mujer. Eso valemos para el Estado, 11 pesos.

Estamos hartas, estamos furiosas y no nos vamos a calmar. Tenemos derecho a eso. Tenemos derecho a odiar y enojarnos, a gritar, a pintar paredes. De esa furia saldrá la energía para seguir, a pesar de nuestras muertas, de nuestras heridas. Porque como dijo Ofelia Fernández allá no tan lejos, durante el debate por el aborto, “lo único más grande que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita”. El miedo va a cambiar de lado. Nos tenemos.

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