Por Priscila Daiana Hernández

Tengo los ojos rojos de leer compulsivamente una página tras otra para hacer el seguimiento de las noticias y saber si el cuerpo que encontraron en José León Suárez es el cuerpo de Araceli Fulles. Pero tengo el cuerpo anestesiado si es que realmente pienso en hacer ese seguimiento de las noticias para reconocer el nombre de una persona y no reconocer que no deja de ser el cuerpo de una mujer, otra vez: mutilado, puesto en una bolsa, enterrado, cubierto con cal, así, como si fuera una lista, una lista de cómo desaparecer una mujer y hacer como si nada.

Y me desespero. Y empiezo a pensar toda la trama que se teje por detrás de la muerte de una mujer cada-vez-que-sucede, escucho voces que hablan desde un lugar de saber mostrando inexperiencia y otras que abren panoramas más claros en la desolación y el desamparo, mientras mirás las noticias para ver si apareció o no una mujer desaparecida, hay una mujer a la que están matando.

No queremos una crónica de la costumbre. No queremos un interrogatorio interminable por donde pasen y paseen los posibles captores, delincuentes, violadores, secuestradores, homicidas, hombres. Hombres que ejercen violencia como un acto de poder sobre el cuerpo de una mujer, como dice Rita Segato. Hombres. Hombres que tienen hermanas, madres, tías, abuelas, novias. Hombres de "bien", como los llama la sociedad, para decir que están bien posicionados. Policías, hermanos de policías, abogados, trabajadores del Estado. Hombres que se levantan para ir a trabajar o para ir a buscar trabajo. Hombres que fueron niños criados bajo mandatos que no supieron cuestionar –que no supimos denunciar y que muchas veces, inclusive, reproducimos como escenas que se nos pierden y se nos escapan, como eso de que una mujer en short corto está provocando o una mujer en minifalda está buscando algo más o el lugar en el mundo de una mujer es la cocina o un hombre, para ser un hombre posta, es fuerte, viril, poderoso, machista, que tiene que tener una mujer como si tuviese un objeto, un peluche, una mascota.

Y ni siquiera: a una perra, que tuvo una vez mi familia, la enterramos en el patio, haciendo un ritual de despedida cuando se murió. Ni a una perra, entendés, ni a un animal cualquiera se lo mete en una bolsa y se lo esconde con cal, entre los escombros. Así, confirman los medios que tienen memoria de trending topic y cierta sensibilidad sólo para el sensacionalismo, estaba el cuerpo de Araceli. Así la dejaron, así nos dejaron, con una menos.

femicidios

Ahora veo, encuentro, entre las redes, un almanaque que cuenta los días con los nombres de las mujeres que nos faltan. En un mes, en los 27 días que van de abril: 26 mujeres.

Es como que te despiertes un día y otro y otro y empiecen a desaparecer todas las mujeres que te rodean, todas y cada una: tu hermana, la vecina, la quiosquera, la maestra de la escuela de tu barrio, tu hija, vos.

El calendario de las anotaciones como si fuera el recordatorio de los cumpleaños que no fueron, sus nombres como las marquitas de un preso que cuenta los días de su encierro sobre la pared. Porque hay un discurso patriarcal que es lo más parecido a una cárcel. Una cárcel invisible que no hay que descansar de visibilizar. Un lugar con muros donde estamos trepadas. También lloramos a nuestras muertas. Pero no dormimos. Estamos despiertas.

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