ni una menos
Foto: Victoria Campana

A 10 años del primer Ni Una Menos, una reivindicación de la lucha que supimos liderar y de la trinchera desde donde hoy resistimos.

Voy a ser obvia y repetitiva para decir: el 3 de junio de 2015 algo cambió para siempre. En realidad: algo nos cambió para siempre. Me atrevo a semejante enunciación, no se si en nombre de toda una generación, pero un poco sí.

No se trata de desconocer todo lo que pasó antes, porque todo eso posibilitó, en realidad, la existencia de ese 3 de junio de 2015. Lo posibilitaron tres décadas del Encuentro Nacional de Mujeres (hoy ya plurinacional y diverso), lo posibilitó el Matrimonio Igualitario y la Identidad de Género, lo posibilitó la cada vez mayor presencia y representación femenina en los tres poderes, abriendo debates, visibilizando problemáticas y posibilitando políticas.

Lo posibilitaron las Madres y las Abuelas, los HIJOS y nietes, y un pueblo combativo, con memoria, solidario, que siempre luchó por sus derechos. Todo eso y mucho más nos llevó a ese 3 de junio.

Sí, claro que también nos llevó la representación más extrema de la violencia que día a día sufrimos las mujeres en este mundo, siempre machista y patriarcal. Nos llevó el femicidio de una pibita de nuestra provincia. Enterrada en el patio de la casa de los abuelos de su novio, el femicida, también un pibito. Asesinada embarazada, a sus 14 años.

El grito Ni Una Menos traía contenida toda esa angustia, ese dolor, esa rabia, pero también toda esa lucha y la esperanza por transformarlo todo. ¿Dónde está esa esperanza una década después? ¿Qué estamos haciendo con esos 10 años de asambleas, encuentros, debates, roscas políticas y legislativas?

Un poco esas preguntas estructuran este especial que hoy tenemos en Pausa y para el cual convocamos a mujeres de diversos ámbitos para que nos ayuden a pensar y contestar. Porque además, si algo nos trajo hasta acá, son las rondas con otras, con amigas, colegas, hermanas, novias, chongas; con extrañas, con compañeras, con las históricas y las más pibas; con muchas que pensábamos igual y con otras tantas con las que aún tenemos marcadas diferencias.

ni una menos
Foto: Gabriela Carvalho

Recojo el guante de esas preguntas, entonces, para ensayar algunas respuestas que no sean las primeras que hoy, en este contexto, se nos vienen a la mente: estamos cansadas, desganadas, viendo como se pierden muchos de los avances conseguidos, demasiado ocupadas intentando sostener nuestras precarizadas vidas, etc., etc.

Todo eso es cierto, todo eso es válido. Pero dejar de luchar no parece una opción, y lo sabemos. Por eso creo que vale la pena repasar qué pasó, qué nos pasó desde 2015, para poner en perspectiva estos 10 años y la potencia transformadora de este movimiento que se levantó al grito de “ni una menos, vivas nos queremos”.

-Fue una mujer, una periodista, la que desde su cuenta de Twitter encendió el fósforo, que después prendió la dinamita, que después generó un incendió que ya no se pudo apagar. "¿No vamos a levantar la voz? Nos están matando", preguntó Marcela Ojeda y muchas comenzaron a responder. “Si, salgamos”, “vamos a las calles”, “nos tenemos que organizar ya”. Pocas semanas después había consigna y miles de convocatorias en todo el país y el mundo. Iniciamos un movimiento global con un tuit. Así de potentes podemos ser, individual y colectivamente.

-La consigna Ni Una Menos fue una necesidad, pero también un acierto estratégico. ¿Quién podía estar en contra de pedir que no nos maten? Ese pedido, esa exigencia, era el mínimo, el piso de nuestros reclamos: estar vivas. Cuando más o menos pudimos instalar la idea de que estaba bien que no nos maten por ser mujeres, avanzamos con todas las deudas que este sistema tenía y tiene para con nosotras y nosotres. Conseguimos mucho, falta muchísimo.

-Por convicción o por oportunismo, casi no hubo ámbito social que no tuviera que pensar, repensar, discutir, modificar sus formas, procedimientos y acciones ante la avanzada de un movimiento que había llegado para discutirlo todo. En los trabajos, en los partidos políticos, en las escuelas, en las empresas, en los medios, en las artes, en los hospitales, en las canchas, en los sindicatos, en las relaciones interpersonales. Si, fuimos una verdadera molestia. Y es que ninguna revolución se hizo pidiendo permiso, ni perdón.

-Aunque hoy un gobierno de ultraderecha, misógino y homolesbotransfóbico, como el de Javier Milei esté desmantelando cada una de las políticas públicas que habíamos logrado para garantizar derechos, hay conquistas que no tienen vuelta atrás, porque no se inscriben sólo en leyes y en programas de mayor o menor ejecución, se inscriben en nuestra cultura, en nuestras prácticas cotidianas, en una conciencia que ya no concibe otra forma de ver el mundo que no sea con eso que llamábamos los “lentes violetas”. Claro que no somos ingenuas ni ciegas de esta realidad: hay retrocesos, hay violencia exacerbada, hay discursos retrógrados sobre nuestras existencias bajando desde el propio Estado, hay viejos aliados que hoy nos esconden, nos culpan, nos ningunean. No será retrocediendo también nosotras la forma de no dejarlos avanzar aún más.

-Podemos sí atrincherarnos, intentar hoy sobrevivir junto a jubilados, científicos, personas con discapacidad, trabajadores y trabajadoras, junto a las grandes mayorías vulneradas y atacadas por este sistema salvaje que se alimenta de la crueldad y el individualismo; aunar fuerzas, reclamos, esperanzas y dejar las diferencias y las internas para otro momento, porque ahora el monstruo es muy grande y acecha.

Como herederas de las Madres y Abuelas, sabemos que dejar de luchar no es una opción. Y sabemos que a la crueldad y el individualismo, se responde con la organización que contiene, con la bronca que moviliza y con la empatía que nos hermana. Nos vemos en las calles.

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