YA NO SE PUEDE HABLAR DE NADA

De los rancios de la tele a los nenazos de Twitter, un breve repaso por esos rincones en los que el patriarcado se esconde (de la manera más cobarde posible).

En mayo del 2015, una nena peleó con el novio y no volvió a la casa. Digo “nena” porque ahora que el tiempo pasa para mí y no para Chiara Páez, la veo cada vez más chiquita. Su foto es casi una invitación a la indignación, esa foto que empezó publicándose como una búsqueda de paradero y que terminó transformándose en bandera, en ícono.

Para mayo del 2015 éramos otro país. Y con esto no me refiero ni al PBI por cápita, ni a la música que se escuchaba, ni a quién era el nueve de la Selección. Aunque podría hablar de todo eso. Podría hablar de las cosas que cambiaron desde que Manuel Mansilla mató a Chiara. Pero no voy a hacerlo porque para eso ya opinaron otras mujeres antes que yo, y opinarán otras mujeres después.

Voy a remitirme a una sola de las tantas variables por las que podríamos analizar el #NiUnaMenos, ese fenómeno que irrumpió en redes sociales, en nuestras casas, en nuestros espacios de trabajo, que logró movilizar incluso a las mujeres que jamás habían salido a la calle. Ese que se forjó como una alianza entre distintos sectores de la política, de la cultura, del periodismo y la sociedad civil. Ese que tan espectacularmente sintetizó, allá por mayo del 2015, la periodista Marcela Ojeda en su cuenta de Twitter. Fue ella la primera que tuiteó: “Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales, mujeres, todas. ¿No vamos a levantar la voz? NOS ESTÁN MATANDO”.

No creo que Marcela, ni que ninguna de las que en esa primera instancia crearon el hashtag y empezaron a tuitear, se hubieran imaginado lo que iba a venir después. Y no me refiero solamente a la cantidad de marchas que se terminaron organizando incluso por fuera de los aparatos partidarios militantes, de las organizaciones sociales y los movimientos políticos. No hablo de lo que después llegó a llamarse “una marea” que invadió las calles de Buenos Aires y de todo el país, que hizo que la consigna dejara de ser ya el pedido de justicia solamente por una piba de Rufino y comenzara a ser un grito desesperado de todas, de todos los que ya no podíamos tolerar más la situación.

Hablo de aquello que logró modificar la conversación pública, que logró instalarse sin tener detrás grandes aparatos mediáticos, que logró imponerse sin ser una medida de marketing o de publicidad, sin tener atrás algunos de los tantos cráneos que hoy andan dando vueltas por el mundo vendiéndole a políticos e influencers las recetas mágicas que te van a transformar en el próximo presidente o en el próximo Lionel Messi.

Para quienes por esos días nos animábamos quizás a visibilizarnos como feministas por primera vez, saliendo de un closet que nos había tenido encorsetadas durante muchos años, las conversaciones podían resultarnos entre tediosas y repetitivas, los latiguillos siempre más o menos los mismos: “ahora parece que todo es violencia”, “si todo es violencia entonces nada lo es” y, mi favorita, “ahora no se puede decir nada”.

Estas eran cosas que mayoritariamente los varones pero también algunas mujeres nos decían en la cara, sin temer siquiera a quedar por fuera de los límites de la corrección política, sin que existiera el miedo a una “cancelación”.

Durante mucho tiempo el #NiUnaMenos se topaba en la vida cotidiana, en la calle, en las peñas, en la oficina, en la cancha, con la barrera real de la mirada del otro al que no le importaba lo que le estábamos diciendo, al que no le interesaba nuestro relato pormenorizado de la violencia, ni nuestro pedido por empezar a pensar en el armado de un mundo más justo, menos desigual. Día tras día te topabas con personas queridas, respetadas, cercanas a las que no le cambiaba para nada la visión del mundo que le dijeras que había una chica que había muerto empalada, metida dentro de una bolsa, enterrada en el patio de un vecino, desaparecida para siempre. Quizás conseguías un poco más de empatía cuando les trazabas un paralelismo y les decías “esto le podría pasar a tu mamá, a tu hermana, a tu novia”, pero no mucho más.

Discutíamos todo el tiempo con conocidos. Fue un momento parteaguas, el que nos hizo entender con quienes podíamos charlar de igual a igual y a quienes les íbamos a tener que filtrar por siempre las conversaciones. En esto voy a detenerme porque me parece que es lo más importante: aquel asesinato de Chiara Páez y los femicidios que vinieron después, aquella primera chispa de indignación colectiva, esa indignación que es de mecha corta y que no sirve usualmente para mucho más que para sentir por un ratito que hicimos algo, al menos logró un cometido, que es el de transformar muy rápidamente el sentido de lo que podía y no podía decirse en público.

Otro 3J en las calles, a 10 años del primer Ni Una Menos

De pronto ya no nos podíamos reír en la tele de un caso de abuso, ni cantar determinadas canciones, ni tratar a una compañera de trabajo de puta porque le gustara vestirse de tal o cual manera, ni acorralar a una piba en un baile y obligarla a que te toque por arriba del pantalón. De pronto, como bien decían algunos de los varones en aquel momento, ya no se podía hablar de nada sin pasarlo a través del prisma de esa gran conversación abierta. Y era cierto: había una suerte de censura previa en todas las charlas que durante un tiempo sirvió, cumplió un objetivo, y puso el foco en lo que verdaderamente venía lastimándonos más allá de los femicidios y los abusos. Por un rato, pusimos el ojo en esa cultura machista con la que todas habíamos crecido y que nos había, desde muy temprana edad, enseñado que nosotras no nos merecíamos la misma vida que se merecían nuestros compañeros varones.

Ilusas fuimos al pensar que esa corrección política, esa nueva forma de hablar, esas nuevas discusiones, esas censuras previas, iban a durar para siempre. Porque así como el Ni Una Menos nació en redes sociales, y Twitter y Facebook nos permitieron a nosotras, mujeres invisibilizadas, organizarnos colectivamente para generar el gran movimiento político de este siglo XXI hasta el momento, también esas mismas redes empezaron a transformarse en la cloaca residual a donde fueron a parar todos los que ya no podían hablar en voz alta.

Y que eligieron además el camino de la cobardía, el de esconderse detrás de perfiles falsos, de fotos armadas en Paint, el de seguir haciendo los mismos comentarios de mierda, pero ahora ya no adelante tuyo, sino por detrás. Escondidos en la botamanga del pantalón de Elon Musk y Mark Zuckerberg, aplaudidos por gente tan nefasta como ellos y por ejércitos de bots que hoy no hacen otra cosa que sumarse cada vez más a los discursos violentos, de odio, machistas, persisten y resisten los mismos rancios de siempre.

A 10 años del Ni Una Menos siento yo un tufillo misógino en el 80% de lo que circula en los canales de stream, en TikTok, en las redes sociales como Twitter o como Facebook, en los comentarios de los diarios, en las coberturas mediáticas. Y los nenes nuevos, los varones de esta década que no saben hablar si no es detrás de una pantalla, chupan los conceptos de los viejos machos con una rapidez apabullante. Los han convencido, nuevamente, de que el problema somos las feministas y no el patriarcado. Porque es la opción más simple, más fácil. Y nadie tiene ganas de ponerse a pensar en nada que no sea ni simple ni fácil.

Gran parte de la población se atreve a poner en caracteres lo que no pone en palabras: que le parece cierto que algunas pibas salen con la pollerita demasiado corta, o que otras no tendrían que haber engañado al novio, o no se tendrían que haber negado a tener sexo. Y en lugar de hacerlo frente a frente, cara a cara, en lugar de someterse al escrutinio público, en lugar de permitirse los espacios de discusión, esos en donde quedan expuestos, en donde existe el contrapunto y la repregunta, en donde se te puede retrucar una idea o mostrarte lo equivocado que estás, eligen hacerlo desde la cloaca de Twitter. Eligen comentar en publicaciones de Instagram de personas trans, eligen hostigar a las mujeres que tienen algún tipo de exposición pública, eligen hablar de sus cuerpos, de sus talentos, de sus elecciones de vida, y eligen hacer todo eso desde la oscuridad.

Quizás por un rato nos lastimen, quizás nos generen la sensación de que hemos retrocedido mil casillas, seguramente diaria y constantemente nos enojan, nos indignan, nos hacen gastar tiempo respondiendo comentarios sin saber si del otro lado hay un bot o una persona completamente rota. Sin embargo, mirando hacia atrás, aun cuando en este momento me azota una oleada pesimista, debo decir esto: ninguna de nosotras especuló cuando salimos a la calle ese primer 3 de junio del 2015. Ninguna quiso ser famosa, ni presidenta, ni la próxima gran estrella de la televisión. Ninguna esperó ser aplaudida, vitoreada, ni marcada como la próxima gran mente de una generación. Nadie quiso más que ser simplemente vista, reconocida como una sujeta de derechos, abrazada por esa marea que sufría igual que nosotras, visibilizada en nuestros lugares de trabajo, en nuestras experiencias, en nuestros hogares. Ninguna especuló, como sí especulan hoy los bichitos anónimos de los rincones más absurdos de estas redes sociales que nos hacen creer que eso es la vida real, que la validación de veinte bobos que te ponen like a todo lo que decís es lo que verdaderamente cuenta.

A 10 años de ese primer hashtag que nos cambió la vida, digo entonces lo siguiente: quienes pasaremos a la historia seremos nosotras, que decidimos exponernos y mostrarnos, que pagamos en algunos casos el costo, que lo pagamos ahora, cuando tenemos que ver cómo crece la violencia. Pero ningún tuitero anónimo, ningún comentarista de YouTube, ningún señor oscuro que se esconda atrás de una imagen de Dragon Ball Z para comentarle abajo de un video de una piba trans que arranca a hacer fútbol, va a llegar jamás a nada. Podrán por un rato sentir que ahora vuelven a tener la potestad del miedo y de la violencia, y quizás en algunos contextos tengan razón. Pero la Historia, esa que se escribe con mayúscula, la escribimos nosotras, las que salimos a la calle a cagarnos de frío ese primer 3 de junio, las que inauguramos este capítulo y las que, estoy segura, vamos a cerrarlo.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí