Desde Uruguay 1930 a Qatar 2022, Argentina fue aquella del subcampeonato en Montevideo, la huérfana de tantos Mundiales y la de los últimos 48 años. Hubo un quiebre en 1974: idea, trabajo, entidad, identidad y resultados gloriosos.

Estamos otra vez, estuvimos la primera vez y volvemos a estar hoy. En aquellos comienzos mundialistas de 1930, con Gardel en el medio, el Centenario de Montevideo fue testigo de una historia que, con el correr del tiempo, se convertiría en el suceso más convocante del planeta.

No hay nada más masivo que una final de un Mundial de fútbol, pues entonces no hay nada más grandioso que jugarlo. Argentina vuelve a estar en ese lugar, con casi un siglo de Mundiales jugará este domingo la sexta final de su historia: 1930, 1978, 1986, 1990, 2014 y 2022.

La foto en blanco y negro del 30 sirve como un documento inalterable de socio fundador del torneo más hermoso del mundo, y en el juego albiceleste vamos a encontrar un ADN futbolero que solo existe en este extremo del planeta. Esa información hereditaria que hoy encontramos en Messi o en Di María tiene sus orígenes en Carlos Peucelle, Guillermo Stábile o “Pancho” Varallo, solo por citar a algunos de los que estuvieron en el primer Mundial.

La Selección Argentina pasó por diferentes etapas en las primeras Copas del Mundo, desde Uruguay 1930 hasta Alemania 1974 la Albiceleste apenas obtuvo el subcampeonato en Montevideo, el resto fueron malos resultados y cuatro Mundiales sin asistencia (1938, 1950, 1954 y 1970). Pasando en limpio, la Selección no era prioridad.

Llegó Menotti

Después de otro pobre rendimiento en 1974, la AFA cambió de rumbo y decidió darle importancia a la Selección. El proyecto lo encabezó César Luis Menotti, actualmente director de Selecciones. A partir de octubre de 1974, el Flaco le dio entidad e identidad al “equipo de todos y todas”, y con sus primeros años de trabajo cambió el rumbo de la historia.

El título de 1978 definitivamente ayudó para afianzar el camino que marcó el entrenador rosarino. Hay un dato estadístico que avala ese rumbo que se trazó a mediados de la década del setenta: de los últimos 12 Mundiales Argentina participó en 5 finales. Ese número es escandalosamente bello. Solamente Alemania lo iguala, pero en las últimas dos ediciones los teutones se fueron en primera ronda. Esos datos marcan que Francia tiene 4, Italia y Brasil 3, Países Bajos 2, España y Croacia 1.

En el medio de estas cinco décadas de crecimiento, las estrellas de Maradona y Messi guiaron nuestro camino; dirigieron, dividieron y llenaron de conceptos futbolísticos Menotti y Bilardo, y Bielsa fue hermosa locura; Kempes y Batistuta nos tatuaron el gol en la piel celeste y blanca; y así fuimos ganando y perdiendo, llorando con Diego en el 94 y queriendo abrazar a Lio con cada final perdida. Amamos y discutimos por los dos “10”, y pensar que todavía quedan pelotudos que los quieren separar con comparaciones. Es el glorioso fútbol argentino, el que podemos gozar de su rica transformación, no hay muchas vueltas que darle, solamente hay que repasar un poco de nuestra reciente historia.

Todo nervio, todo sentimiento

Y en esa búsqueda de argumentos para comprender esa gloria alcanzada y sostenida aparecen los sentimientos a flor de piel, los nervios de una final con la Selección que mejor sintetiza toda la historia de nuestro fútbol, los deseos y todo eso que fluye y se hace un nudo en el estómago.

¿Será la edad que me hace escribir con los ojos tan húmedos? Me doy cuenta que estoy escribiendo con mis 48 años encima, los mismos años que tiene la refundación de la Selección Argentina. ¿Serán los nervios previos? ¿Será mirar para atrás y encontrar tanta gloria? ¿Será que a este deporte le dejamos tanto corazón y después quedas vacío?

Me pregunto, voy y vengo como un director de cine que le gusta jugar con esas escenas que cambian de tiempo y espacio, pienso en tantos que nos llenaron de gritos sagrados, en mi viejo que justo viene a morirse antes de ver este Mundial inolvidable, fantaseo con el Flaco, el Doctor y el Loco abrazados en un grito de gol en el estadio de Lusail. Pienso y revivo muchos Mundiales en estos alocados días qataríes, pero el pensamiento más recurrente lo tengo con los dos más grandes de la historia, me imagino a Diego adentro de la Universidad de Qatar, donde se aloja el plantel argentino, lo veo ahí, sentado en el medio de una mesa larga, compartiendo un asado con todos. Lo veo contando anécdotas, lo veo con un vaso de vino en la mano y sus ojos clavados en Lio. Lo veo y escucho su voz rasposa que dice: “Ya está, ya lo hiciste, la corona es tuya nene, tuvistesss el Mundial que te merecías”.

No estamos tirados

El 22 de noviembre, el día que nos comimos la piña de los saudíes, Messi declaraba en conferencia de prensa: “Confíen, este grupo no los va a dejar tirados”.

La Selección hace muchas décadas estuvo tirada, pero un día empezó a gestarse un trabajo serio, con algunas turbulencias, pero siempre estuvo de pie, compitiendo entre los mejores. Hoy estamos donde quisimos y nos merecemos estar.

Otra vez juega una final del mundo el pasional, pensante y glorioso fútbol argentino. Y al mundo fútbol va el mensaje: ¡Esto no es magia!

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